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la guerra eterna

Irak: la perversión de la “tarea cumplida”

Barack Obama confirmó el retiro iraquí tras el mes en el que se produjo la mayor cantidad de víctimas en un año. Los intereses de Washington y el temor local.

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Sábado 7 de agosto: ataque en el mercado de Al Ashar, en el centro de la ciudad iraquí de Basora. Los estallidos arrojaron un saldo de por lo menos 45 muertos y 185 heridos. El jefe del comité de seguridad de la provincia, Ali al-Maliki, informó que “se trató de una acción terrorista”. Muchos de los campos de petróleo iraquíes, país que posee la tercera reserva más grande del mundo, están situados en los alrededores de Basora. Según informa The Associated Press, las hermanas Meema (de 3 años) y Teeba (de 5), muertas en el atentado, eran tan unidas que su padre decidió enterrarlas dentro del mismo ataúd. Domingo 8, en Ramadi, a cien kilómetros al oeste de Bagdad, la explosión de un coche bomba dejó un saldo de por lo menos 12 personas muertas y 32 heridas.

Sectores militares norteamericanos afirman que en el último año, a partir del momento en que las tropas comenzaron a replegarse de las grandes ciudades iraquíes hacia la periferia, el número de víctimas mensuales se redujo en más de la mitad. Según los números del gobierno iraquí, julio de 2010 fue el mes en que más civiles murieron desde mayo del 2008; dicha fuente fija el número en 396, 192 más que en el mes precedente. Los propios norteamericanos aceptan que Irak sufre un promedio de 15 ataques extremistas por día. El griterío por las cifras silencia el hecho de que se trata de seres humanos.

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El 1° de agosto, durante un discurso ante una agrupación de veteranos de guerra en Atlanta, Barack Obama anunció que –en cumplimiento de su promesa electoral– había ordenado que el próximo 31 de agosto cesaran las operaciones de combate de tropas estadounidenses en Irak. De un máximo de 165 mil hombres, quedarán sobre el terreno (hasta finales del 2011) 50 mil soldados ocupados en supervisar y entrenar a las fuerzas de seguridad iraquíes. “Hoy cerramos un capítulo”, manifestó el presidente, quien tuvo el tino de añadir que “la dura verdad es que aún no hemos visto el final de los sacrificios de Estados Unidos en Irak”, pero no la caridad de referirse al de los civiles iraquíes.

El 7 de marzo del 2010 tuvieron lugar en Irak las elecciones parlamentarias, de las que indirectamente resultaría el próximo gobierno. Por un estrecho margen (11.346 votos y 2 diputados) se impuso la coalición del ex primer ministro Iyad Allawi por sobre la del actual Nuri al-Maliki. Maliki no aceptó su derrota e impugnó los resultados. Al día de hoy, persiste la incertidumbre acerca de quién encabezará el próximo gobierno.

Aunque algunos políticos iraquíes opinan que la indefinición institucional no es un obstáculo para mantener la seguridad –cuanto más próximos al poder están, más lo opinan–, el miércoles 11 de agosto en Bagdad, el teniente general iraquí Babakir Zebari sostuvo que para el mando militar será una tarea extremadamente difícil defender al gobierno y a los civiles cuando el ejército estadounidense se haya ido. “En este momento, la retirada marcha bien, porque todavía están aquí. Pero el problema volverá a comenzar después de 2011. Los políticos deben encontrar medios para tapar ese vacío”, postuló Zebari según la BBC. El general estadounidense Steve Lanza respondió que “las fuerzas de seguridad iraquíes están a la cabeza de la seguridad interna y son plenamente capaces de garantizar la seguridad interior”. Sin embargo, el analista militar y ex coronel iraquí Adil al Azawi afirmó que las declaraciones del teniente general Zebari eran muy profesionales. “El Ejército iraquí no tiene ni siquiera el 20 por ciento de las armas que tienen los ejércitos de otros países vecinos”, agregó. Zebari arriesgó una propuesta: “Fíjense en Turquía, los Emiratos Arabes Unidos, Qatar y Baherin. Todos esos países tienen bases militares americanas gracias a acuerdos bilaterales. Y no veo por qué tenemos que ser reacios a ideas como esa”.

El libro de Rajiv Chandrasekaran, Vida imperial en la Ciudad Esmeralda, que ganó el premio Samuel Johnson de no ficción que otorga la cadena pública británica BBC, narra sucesos ocurridos entre abril de 2003 y octubre de 2004, dentro de la Zona Verde de Bagdad, centro fortificado que albergó por aquellos años a la Autoridad Provisional de la Coalición. Basado en centenares de entrevistas y de documentos internos, Chandrasekaran pinta desde las ínfulas del virrey L. Paul Bremer III hasta las ocurrencias de la turba de veinteañeros contratada por el sector privado para mostrar que era posible construir una democracia jeffersoniana en un país del suroeste de Asia desgarrado por la guerra.

“Los cereales del desayuno”, escribe, eran traídos en avión desde los Estados Unidos: la presencia en la mesa del desayuno de marcas made in USA, como los Froot Loops o los Frosted Flakes de Kellog’s “contribuía a elevar la moral.” La multinacional Halliburton, detalla Chandrasekaran, había contratado a docenas de pakistaníes y de indios para que cocinaran, sirvieran las mesas y limpiaran, pero a ningún iraquí. “Nadie les había explicado por qué, pero todo el mundo lo sabía: podían envenenar la comida.” Obvio. Las conversaciones seguían un protocolo versallesco: siempre era pertinente hablar bien de “la misión”: la campaña de Bush para convertir a Irak en una democracia pacífica, moderna y secular donde todo el mundo, con independencia de la secta o de la etnia a la que perteneciera, pudiera vivir bien. “Los discursos sobre cómo había arruinado Saddam el país y cómo iban ellos a revitalizarlo también eran de rigor. Y a menos que conocieran muy, pero muy bien, a sus compañeros de mesa, a la hora de comer nadie cuestionaba nunca la política estadounidense.” Y nos describe una regla de oro: “Todo lo que se podía externalizar, se externalizaba. Del trabajo de organizar los concejos municipales se encargó una empresa de Carolina del Norte por 236 millones de dólares”.

Francisco de Quevedo solía emplear el siguiente refrán: “De tales polvos, tales lodos”; lo que mal empieza, termina peor. El 20 de marzo de 2003, Estados Unidos e Inglaterra lanzaron las primeras bombas sobre Irak. Un mes y medio después, haciendo equilibrio sobre el portaaviones USS Lincoln, George W. Bush anunció que “la misión en Irak estaba cumplida”. A la luz de los siete años transcurridos y de los episodios acaecidos, toda una definición de lo que el ex presidente entendía por cumplir con sus tareas.