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Italiano avanzado

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Me entero por boca de italianos que la Argentina –parece– enfrenta la misma crisis de 2001. ¿Cómo responder a sus preguntas sobre qué está pasando? Las devaluaciones favorecen a los grandes productores y exportadores, les digo. Se ha visto satisfecho el deseo de los sectores capitalistas transnacionalizadores. Hasta ahí, lo de siempre. Pero en esta Italia, los noticieros agoreros hacen de la crisis ajena la comidilla que mejor permita ocultar el propio banquete de calamidades.
La obra de teatro que estoy montando incluye escenas de dólares, pesos, devaluaciones y “uno a uno” y, al traducirla, se nos hace inevitable buscar adaptaciones locales. Todos los caminos conducen a Roma, y salta a la vista un antecedente similar: el pasaje de la lira al euro, que permitió todo tipo de pérdidas del poder adquisitivo, recotización de propiedades, empobrecimiento general, especulación. Fantasmas muy cercanos.

Tal vez porque mis actores me quieren bien y creen que ya no habrá más Argentina, buscan consolarme y abren sus corazones zaheridos para mostrarme las grietas del sistema europeo en general y del italiano en particular. Sistema europeo al que –según leo– Argentina busca acercarse con pactos de libre comercio entre el Mercosur y la Comunidad Europea. Me preguntó por qué si otrora se desdeñó tanto –y con justa razón– al ALCA, ahora se vislumbra como horizonte este otro capitalismo moroso.

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Entender a Italia lleva un tiempo que no tengo. Pero sirve para explicarse el propio malsano cotidiano. Del último escándalo se habla poco, se publica menos y se esconde casi todo: Saviano lo llamó “la Tierra de los Fuegos” en el último capítulo de su libro Gomorra. La camorra napolitana ha cobrado fortunas por el servicio de hacer desaparecer la basura nuclear de Francia, Suiza y Bélgica bajo la superficie de la tierra. Los desechos enterrados han contaminado áreas gigantescas de cultivo, en las que además vive la gente. Está claro que los países centrales usan a los periféricos como basurales tóxicos, pero en general son los gobiernos los que hacen estos negocios non sanctos y así aprovechan la ganancia económica fútil e inmediata que de ellos surge. Se dirá en su defensa (insostenible) que al menos sabrán dónde entierran la parafernalia para mantenerse a salvo.

Pero como en Italia esto lo gestionó un grupo semiprivado y autóctono de criminales organizados en modo horizontal y democrático (a diferencia del verticalismo de la más monárquica mafia tradicional neosiciliana), aquí todo es secreto. Las zonas contaminadas son un misterio y se ha llegado a tal nivel de escándalo que incluso el gobierno (que ha hecho la vista gorda durante los años que duró este negocio “privado”) ahora dio la voz de alarma y está dispuesto a rastrear las zonas afectadas.

Repararlas es imposible; sucede que ya es tarde. La contaminación ha alcanzado seguramente las napas de agua. La campiña más célebre de Italia es ahora la tierra del fuego y del infierno. Los tomates, que antes se exportaban orondos desde la rica zona de Campania, ahora sólo dicen “de Sicilia”, o mucho peor: no dicen nada. ¿De dónde viene lo que estoy comiendo? El silencio sigue conviniendo a todos. Esa es la primera lección de italiano que aprendo cuando trato de entender qué pasa en realidad en la Argentina.

Mientras tanto, los trenes propulsados a uranio llegarán puntuales a París, a Bruselas, a Ginebra. Todos sabemos cuál es el costo de mantener las diferencias en el mundo, pero sólo lo asumimos cuando la cuota a pagar se hace insostenible.

Lo más sorprendente de Italia es su capacidad automática de generar símbolos: todo es un disparate, así que cualquier grosera coincidencia es oráculo. Hace unos días, el papa Francesco soltaba dos palomas blancas en San Pietro para pedir por la paz en Ucrania y fueron atacadas por un cuervo y una gaviota ferocísimos que –actuando en conjunto o como cuentapropistas solidarios– ejemplificaron a Darwin sin piedad ante los ojos horrorizados de la multitud. Estas palomas frágiles, hermosas, tiernas y sublimes habían sido quizá atrapadas torvamente antes de teatralizar su liberación para el masivo consumo de símbolos y anhelos. Son palomas blancas y su ámbito natural no parece ser el mundo. El espectáculo fue –ya que es Italia– dantesco.