En el Leviathan de Thomas Hobbes (1651), el hombre en el estado de naturaleza se encontraba ante una vida breve, triste y solitaria. La razón, explicaba el autor, era que, en dicho estado, el hombre estaba en permanente peligro. Todos los hombres tenían igualdad de derechos y de fuerza, ius in omnia, el hombre tenía derecho a todas las cosas. Para salir del estado de naturaleza, Hobbes daba forma a un soberano absoluto: no hay poder sobre la tierra superior a él.
En la misma Inglaterra pero varios años después, John Locke fue más específico al detallar qué faltaba en el estado de naturaleza: primero, una ley establecida, fija y conocida. Segundo, faltaba el juez público e imparcial, tercero, un poder que respalde y dé fuerza a la sentencia cuando ésta es justa a fin de que se ejecute debidamente (Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, párrafos 124, 125 y 126, 1.690). La provisión de ese mínimo le daba al hombre la posibilidad de hacer su vida previsible: lo mío es mío y lo tuyo es tuyo.
La matriz mental que instaló el peronismo y que reforzó el kirchnerismo es que todos tenemos derecho a todo, incluso a tomar lo que no es nuestro. Una mentalidad becaria, hija del paternalismo clientelista. En la Argentina ya no tenemos certezas sobre lo que es de cada quien, porque incluso la voracidad fiscal del Estado kirchnerista pone en riesgo (o en duda) la posesión de los frutos del trabajo (salario erosionado por la inflación) o del esfuerzo de los pequeños comerciantes (saqueos y/o carga tributaria).
Lo antedicho nos deja, como ciudadanos, a la intemperie. Sometidos al arbitrio de un Estado que es parte y no juez imparcial, que tiene un trato distinto para amigos y enemigos y aplica la ley según la conveniencia de cada caso. Así nos abandona en un estado de naturaleza donde la única ley que rige es ius in omnia.
*Doctora en Ciencias Políticas (UCA), máster en Economía y
Ciencias Políticas (Eseade).
