Hace unos meses recibí una amenaza: una alumna me dijo que si en estas columnas no terminaba de explicar de una buena vez por todas las razones por las que la mejor novela de Joris Karl Huysmans (Al revés, o Contra natura o A contrapelo) provenía de la peor de Gustave Flaubert (Salambó), abandonaba el taller literario. Valiente como soy, pensé en escribir una columna rasantemente didáctica y explícita, definitiva, llena de flechitas (imaginarias), cuadros sinópticos y citas de autoridad (inventadas), una columna contundente y fulgurante. Luego, me asedió el desánimo. Justificar una afirmación (Lo peor de A pasa a ser lo mejor de B) que provino de una iluminación súbita, de una intuición completa, pero en el fondo incapturable, es degradarse párrafo a párrafo tratando de capturar, en la argucia del razonamiento sucesivo, lo completo de un sentido que se perdió; es encadenar la experiencia de la verdad a la experiencia del tiempo. De intentos como ese nadie sale indemne, salvo tal vez Proust. Desde luego, Proust también moja su magdalena de la memoria personal en el té olímpico de Flaubert. Tampoco explicaré esta última frase.
De todos modos, podría decir esto: en Salambó, Flaubert construye un mundo novelesco en base a la acumulación de información proveniente de la lectura de libros y de data museológica sobre la antigua civilización cartaginesa. No es el argumento lo que importa (una tediosa combinación de episodios bélicos y romances de cartulina), sino el sistema de acumulación de data, la catalogomanía, lo que vertebra la historia y le da relieve, la descripción de objetos perdidos en las arenas del tiempo y resucitados por el autor; eso vuelve la lectura más tolerable. Desde luego, Salambó sí se puede leer. Flaubert era un gran escritor, tal vez el más grande de los tiempos modernos por concepción y comprensión de su destino de autor. El otro, si hay que nombrarlo, es Kafka: el hueso seco e inerte de la literatura, que todos mordisqueamos. Volviendo al asunto: de ese abrumador catálogo flaubertiano, Huysmans extrae la pieza única, el diamante purísimo, poniéndolo a la luz, y haciéndolo brillar en su singularidad. Tengo que concluir cuando recién empezaba.