¿Qué tienen en común Elisa Carrió y Luis D’Elía? Que tienen diferencias ya lo sabemos,
pero ¿qué tienen en común, qué clase de opiniones comparten? Comparten, si no más, por lo menos una
opinión: la opinión de que el doctor Eduardo Duhalde, ex presidente argentino y dirigente
bonaerense por siempre, se encuentra estrechamente relacionado con las turbias prácticas de los
narcotraficantes. Así se pronunciaron en su oportunidad tanto una como otro, y por dar difusión a
sus pareceres personales no tardó en convocarlos la Justicia. Una vez allí, compareciendo, sus
conductas difirieron. Elisa Carrió, sin dudas bajo la inspiración de su profunda formación
cristiana, dio con el arrepentimiento, que es virtud cuando hay error. Se retractó, se desdijo en
parte y en parte reacomodó sus palabras, lavó su culpa y obtuvo así una doble recompensa: el
sobreseimiento definitivo, en la justicia de los hombres, y la paz en el espíritu, en la justicia
que a los hombres trasciende. Luis D’Elía, en cambio, tan hecho a las luchas porfiadas donde
impera el que no da el brazo a torcer, se obcecó y se mantuvo en sus trece. La justicia humana en
consecuencia lo castigó con una multa que alcanza la suma de seis mil pesos, lo que habrá lastimado
sin dudas la economía seguramente modesta que es propia de un luchador popular.
Cada cual decidirá hacia quién dirigir su reconocimiento: si a quienes saben retroceder a
tiempo o a quienes se plantan y no se mueven por nada. Lo importante en todo esto es que ha quedado
perfectamente a salvo el buen nombre y honor del doctor Duhalde, sin mácula de maledicencia,
liberado de la calumnia, eximido de sospecha. La Justicia puso a salvo a la verdad: Duhalde puede
seguir disfrutando en paz las fiestas de fin de año, el flamante campeonato de su querido Banfield,
las charlas de sobremesa con Chiche, lo que más le plazca en suma. Porque en la historia quedará
como el que fue: el hombre que puso un límite (un límite preciso: las tres en punto) a la vida de
la noche, el hombre que nos recordó a los argentinos que estábamos condenados al éxito.