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Kirchner conducción

La leyenda continúa como en puerta giratoria: persiste la normalidad de lo excepcional. Todo hecho a la Argentina, en el marco de una generalizada confusión y en medio de una borrasca de conjeturas que oscurecen y confunden.

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La leyenda continúa como en puerta giratoria: persiste la normalidad de lo excepcional. Todo hecho a la Argentina, en el marco de una generalizada confusión y en medio de una borrasca de conjeturas que oscurecen y confunden. Algunas claves:
Manda Kirchner. El es el poder. Claro, rotundo, inequívoco.
 No quiso reelegirse en octubre y así nació la farsa del “cambio”. No lo hubo, no lo hay. Es altamente improbable que lo haya.
Si Kirchner hubiese sido reelecto en octubre hoy andaría tanto o quizás más vapuleado que su mujer.
Gambetear la reelección para evitar ese desgaste le ha permitido seguir conduciendo sin tener que firmar decretos ni promulgar leyes.
Al Gobierno le importan, hasta cierto punto, los méritos individuales y la foja de servicios de quienes sube a bordo, pero relativamente. Entre la virtud y la funcionalidad, la gestión kirchnerista privilegia desaforadamente la lealtad antes que la pertinencia.
Lousteau tiene un cerebro bien amueblado y no le faltan rasgos de talento, pese a su alta autoestima. Carlos Fernández no exhibe currículum envidiable, pero reporta al poder sin corcoveos.
En la entretela sustancial del episodio, quedan claros los tantos. El Gobierno acepta inflación alta pero encubierta, estimula recomposiciones salariales permanentes, protege tarifas de servicios públicos ridículamente bajas para la alta burguesía y preservará una economía turbopropulsada sin aflojar.
El sistema de conducción es claro y rotundo: el alto mando concibe y aplica políticas. El resto de la tropa las sigue o queda en una cruenta intemperie.
Kirchner es, a su manera, meticuloso y astuto. Cree “racionalmente” que su fuerte apuesta le dará óptima rentabilidad. Conoce el paño y sabe mandar sin complejos. El peronismo, qué novedad, se disciplina cuando hay reparto y contención.
 La situación económica es más que delicada, pero Kirchner cuenta con “fierros” ostensibles. Nada presagia una debacle.
Kirchner va a pelearle sin timidez una batalla durísima al campo. Quiere ganarla y ambiciona clavar su estandarte en una pampa húmeda exhausta y rendida.
El poder se maneja hoy en la Argentina con helado pragmatismo. La foto de conocidos actores profesionales de vasta trayectoria, junto al cuestionado Enrique Albistur, revela el gélido realismo del sentido de las transacciones en el que cree el Gobierno. Fueron a agradecer que la Presidenta hubiese promulgado una vieja ley no legalizada que les permitirá cobrar cuando películas en las que trabajaron se vuelvan a pasar, un reclamo entendible. Pero tuvieron que ir a la Casa Rosada a “mostrarse” para los medios. El Gobierno paga, pero también cobra.
Vivimos una era de audacias asombrosas. Después de picotear gobernadores e intendentes radicales que se asfixiaban sin remedio ante la sequía financiera de la Casa Rosada, el Gobierno se infiltró con éxito en Coninagro y partió a la CTA, dejando afuera a quienes vienen peleando por intereses populares. Sin personería legal, la CTA es hoy oposición y la CGT de Moyano es oficialismo sin matices.
No hay ni habrá respiro. Esto no es Chile ni Brasil ni Uruguay ni Perú. El modelo de gestión local no sólo acepta sino que incluso impulsa un modo de ser nacional que justifica el pavoroso aserto del The Economist: “Pocos países han sido tan mal gobernados como la Argentina” (Killing The Pampa’s Golden Calf, marzo 29, 2008).