Una máxima en el mundo de la diplomacia reza que los ministros de Relaciones Exteriores tienen como función primordial la de solucionar o atemperar problemas, y no la de crearlos o ahondarlos. En este tiempo que se vive en nuestro país, como se ha visto en estos últimos días, las cosas son al revés, confirmando una vez más que muchas veces en la Argentina lo ilógico es lo normal. Esta es la conclusión que se extrae del insólito embrollo diplomático que se ha armado con los EE.UU., a propósito del avión de la USAF cargado con armas y sofisticado material técnico que fueron confiscados en Ezeiza por orden del Gobierno argentino. Nadie discute que en la aeronave se encontró material no declarado o mal declarado que exigía las inspecciones de Aduana y las correspondientes aclaraciones y explicaciones. Es también indiscutible que eso es lo que le habría sucedido a un avión argentino que, en las mismas condiciones, hubiese aterrizado en un aeropuerto estadounidense. Pero de ahí a la sobreactuación que se montó, con el canciller en Ezeiza supervisando planillas con información técnica de las que poca idea debe tener y gritando en medio de la disputa por una valija con material considerado “sensible” y no informado, hay un océano de distancia. Cuesta imaginar a Hillary Clinton en una escena similar. Sin embargo, supondría un error pensar que la responsabilidad por la dimensión del episodio ha sido exclusiva de Timerman. Las cosas no funcionan así en el Gobierno. Imaginar que actuó por sí solo es tan erróneo como creer que el ineficaz Guillermo Moreno hace lo que hace por cuenta y riesgo propio.
Hubo aquí una decisión de la Presidenta para que esto sucediera. Seguramente los predecesores del actual canciller hubieran actuado con otro tino y aconsejado una solución administrativa, expeditiva y no conflictiva del asunto. Fue lo que aconteció en noviembre pasado con otro avión estadounidense que, en una circunstancia bastante similar a la de esta vez, fue enviado directamente de vuelta a su base de origen por decisión de la embajadora Vilma Socorro Martínez. Pero no es ya novedad que la mesura no es atributo del que se esmere por hacer gala Héctor Timerman.
El discurso de Fernández de Kirchner del martes pasado, hablando de la defensa de la soberanía como justificación implícita de las órdenes que dio, dejó a más de uno azorado y confirmó las sospechas del rédito político que el Gobierno ha buscado obtener con su procedimiento. “La soberanía, los intereses y los principios de las naciones y de sus pueblos no se defienden escalando entredichos sino superándolos con sagacidad y prudencia en función de objetivos mayores”, expresó el ex embajador argentino en Washington José Octavio Bordón. El no fue un embajador político del montón, ya que ocupó esa estratégica sede diplomática durante la totalidad del gobierno de Néstor Kirchner.
Nada de esto es aislado. Una de las causas de lo que ha sucedido hay que buscarla en el disgusto que la Presidenta tiene con Barack Obama por su decisión de no visitar nuestro país en su viaje a la región. Después de esto, va a ser muy difícil que un presidente de los EE.UU. pise la Argentina en un futuro cercano. “Este incidente nos crea un inconveniente interno grave; imagine que si no nos devuelven el armamento incautado en Ezeiza tendremos un verdadero problema con los republicanos”, es lo que, palabras más palabras menos, se le escuchó decir al subsecretario de Asuntos Hemisféricos, Arturo Valenzuela.
Una de las consecuencias de este lío innecesario es que el Gobierno ha decidido suspender todos los cursos de entrenamiento de las fuerzas de seguridad firmados con Washington. Curiosa paradoja –una más– si se considera que muchos de esos cursos fueron producto de acuerdos alcanzados en la actual gestión.
Hablando de seguridad, el anuncio de una baja de los índices de criminalidad en la provincia de Buenos Aires realizado por la ministra Nilda Garré, quien sin dar cifras ni precisiones adujo como razón para ello la presencia de las tropas de la Gendarmería Nacional, sonó a tomadura de pelo, sobre todo en un día en que la opinión pública se vio conmocionada por tres asesinatos de singular violencia.
Si lo de Timerman, que en realidad es CFK, causó revuelo, lo que está pasando en la interna bonaerense con el tema de las colectoras no le va en zaga. La Presidenta necesita del aporte que le da la lista de Martín Sabbatella para aspirar a ganar en primera vuelta. Por lo tanto, esa maniobra de ingeniería política no habrá de cambiar. A Daniel Scioli y a la mayoría de los intendentes justicialistas de peso en la provincia esto los complica mucho, no tanto porque vayan a perder las elecciones en sus municipios, sino porque ven venir una merma de su poder en los Concejos Deliberantes, lo que les va a complicar una gestión que en algunos casos orilla lo feudal. Hay también un objetivo que afecta al gobernador y que parte del núcleo duro K, en donde se desconfía de él: que Scioli no obtenga más votos que la Presidenta. Así como están planteadas las cosas, el tema de las mal llamadas colectoras no tiene solución. Por eso, en la reunión del viernes del PJ bonaerense, ni se tocó.
Donde sí se habló del asunto fue en la cena que compartieron varios intendentes del Conurbano con el ministro de Desarrollo Social provincial, Baldomero Alvarez de Oliveira, luego del acto de inauguración –la tercera– del Estadio Unico de La Plata, en el que tanto la Presidenta como el gobernador exhibieron una profusión de sobreactuados gestos de afecto prolijamente tomados por las cámaras de la televisión oficial, y del que hubo gobernadores kirchenristas que se retiraron disgustados por haber sido forzados a asistir sin ninguna contraprestación que les dejara rédito político: “Queríamos al menos una foto y ni eso nos llevamos”, se le escuchó decir a uno de ellos, proveniente de la región de Cuyo.
Entre plato y plato de esa comida con Alvarez de Oliveira, los jefes comunales fueron críticos de la iniciativa por las colectoras. Nadie sabe cómo se resolverá este asunto que tiene el potencial riesgo de afectar la base de sustentación política de Scioli.
Paradojalmente, el Gobierno festejó que la Justicia de Chubut pusiese freno a las colectoras que impulsaba el gobernador Mario Das Neves, a quien en Balcarce 50 detestan. Nada que sorprenda, sino más bien una confirmación de que para el kirchnerismo lo paradójico tiene el valor de lo esencial.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.