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La agonía europea

En “El muro griego”, un policía le dice a otro: “Ya que no podemos lograr que se haga justicia, busquemos la verdad”.

16-4-2023-Logo Perfil
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Antes, las novelas policiales servían para calmar la angustia restaurando, aunque fuera parcialmente, un orden alterado por el crimen. El detective (público o privado), más que el responsable de esclarecer el caso, era el encargado de proteger al lector frente al mal del mundo. Pero eso era antes. Hoy, un policial ortodoxo es casi una extravagancia literaria y, si bien, la figura del detective sigue prestando sus servicios al género, está cada vez más solo y su moral más a contramano del funcionamiento de la sociedad en general y del poder en particular. En la mayoría de las novelas actuales, el orden es básicamente corrupto y una novela que pretenda lo contrario, donde el detective sea el brazo de una ley justa que castiga a los que lo merecen, sería una ingenuidad o una contradicción. 

Aunque ya en los cincuenta Lew Archer, el héroe de las novelas de Ross Macdonald, solía repetir algo parecido, en El muro griego, del suizo Nicolas Verdan, se encuentran dos policías honestos y uno le dice al otro: “Ya que no podemos lograr que se haga justicia, busquemos la verdad”. A ese esclarecimiento con sabor a poco se ha reducido el género, a constatar que quedan hombres honestos. En algún caso, cuerpos de policía honestos, como ocurre en la serie de Bevilacqua y Chamorro de Lorenzo Silva, un dedicado defensor de la Guardia Civil española. En las 550 páginas de La llama de Focea, un libro publicado en 2022, Silva  recapitula la vida de Rubén Bevilacqua, sobre todo en relación con Barcelona, como telón de fondo del asesinato de una chica de la burguesía catalana que se rebeló contra su padre, un empresario independentista que lavaba dinero para enriquecerse pero también para la causa. “Está hecho de las mentiras que se ha contado a sí mismo para justificarse, de las mentiras que ha comprado con el mismo fin y para medrar y prosperar en lo suyo”. En el libro, que transcurre en parte durante el golpe de Estado disfrazado de referéndum que intentó segregar a Cataluña de España y cuyos responsables van camino de ser amnistiados para que el presidente Sánchez comparta su gobierno con comunistas, etarras y catalanes pícaros, el crimen se aclara solo a medias porque la mafia rusa está fuera del alcance de los tribunales. 

Algo parecido ocurre en El muro griego, donde el agente de inteligencia Evangelos se tiene que ocupar de una cabeza cortada que aparece en la frontera con Turquía, en una zona pantanosa patrullada por las tropas de la UE que sirve como pasaje de entrada en Europa de inmigrantes clandestinos. Con fondo en la crisis griega y en la descomunal corrupción de sus gobiernos, el asesinato termina ocultándose para encubrir una maniobra comercial relacionada con la construcción de un muro que frene a los miserables que intentan entrar en el espacio Schengen. 

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Las dos novelas se parecen en su pesimismo social, en el desgaste que han sufrido sus protagonistas a lo largo de los años en los que la novela policial se fue transformando en una radiografía de la imposible situación de un mundo en el que el triunfo de los malos, quiero decir de los malos muy grandes, parece haberse asegurado para siempre. Como ocurre en la Argentina, también en Europa la crueldad y la injusticia condicionan cualquier intento de que el policial retome sus sendas clásicas.