COLUMNISTAS
el desacople de los emergentes

La Argentina que lo mira por TV

Con anterioridad a la crisis de las hipotecas subprime, desatada a mediados de 2007, se especulaba con que una eventual recesión en el mundo desarrollado, originada en el necesario ajuste contractivo, post gran fiesta del crédito, no iba a afectar a las economías emergentes, que se encontraban a salvo y “desacopladas” del ciclo global.

Szewach
|

Con anterioridad a la crisis de las hipotecas subprime, desatada a mediados de 2007, se especulaba con que una eventual recesión en el mundo desarrollado, originada en el necesario ajuste contractivo, post gran fiesta del crédito, no iba a afectar a las economías emergentes, que se encontraban a salvo y “desacopladas” del ciclo global. La violenta crisis de pánico financiero, generada con la quiebra de Lehman Brothers, echó por tierra con esta teoría.

Los efectos de la situación financiera en el mundo desarrollado se expandieron rápidamente al resto del planeta.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

El comercio mundial se desplomó y explotó la burbuja de los precios de las commodities por menor demanda y por la recuperación del valor del dólar como moneda de reserva, en medio de la búsqueda de refugio seguro por parte de los inversores (los precios de dichos bienes están expresados en la moneda estadounidense, de manera que un aumento en el valor de esa moneda implica un debilitamiento del precio de esos productos), mientras que los capitales financieros huían de los países emergentes.

El desacople no se produjo, porque la caída del comercio global originada en el shock de demanda, y la salida de capitales, llevó al mundo emergente también a la contracción de la actividad económica.

Lejos del desacople, asistimos a la sincronización. Todos los países cayeron al mismo tiempo, empujados por el pánico y por la necesidad de ajuste a la nueva situación crediticia en el mundo desarrollado.

La salida de la crisis, por su parte, también refleja una sincronización. Las muy agresivas políticas monetarias y fiscales instrumentadas por la mayoría de los bancos centrales y gobiernos han frenado la caída libre de la actividad económica de finales del año pasado y principios de éste.

Mientras que la idea de que “ningún banco grande más caerá” le puso un piso válido al pánico. Sin pánico, y con alta liquidez, la sobredemanda de dólares terminó y comenzó la búsqueda de inversiones más rentables en instrumentos denominados en otras monedas y el proceso de endeudamiento en dólares, especulando con la devaluación de esa moneda, el diferencial de tasas de interés, y la “ganancia cambiaria”.

El gasto público y el déficit fiscal compensaron el fuerte freno del consumo privado, y la certeza de que no habría más sorpresas desagradables en el mercado financiero revirtió la demanda de dólares de los momentos de pánico.

La debilidad del dólar incrementó el precio de las commodities mientras que parte de la liquidez global acumulada en el viaje de ida del “hacia el refugio” se volcó a la compra de activos financieros, acciones, bonos y hasta, tímidamente, viviendas. Otra gran depresión fue evitada y los mercados de capitales reflejaron subas en dólares espectaculares, claro que viniendo del tercer subsuelo.

Sin embargo, si se bucea en aguas más profundas, comienzan a surgir diferencias importantes.

En efecto, en los países con sectores privados “sobreendeudados”, en especial en Estados Unidos, como se mencionó, el déficit público reemplazó al brusco ajuste del consumo privado.

En ese sentido, una eventual “vuelta a la normalidad” implica crecimientos modestos, dado que el sector público no puede insistir en déficits fiscales tan enormes, mientras que el sector privado necesita ahorrar para cancelar la deuda preexistente. A menos que la enorme productividad de la revolución tecnológica permanente en la que está inmerso ese país permita crecer más fuerte.

Europa y Japón, por su parte, también tendrán que ajustar gasto público y consumo privado, pero con productividades más bajas, dada la rigidez de sus mercados, en especial el de trabajo.

Los grandes emergentes, por su parte, China y su región de influencia, India, Brasil, presencian el regreso de los capitales que habían huido, nueva inversión extranjera directa y recuperación del consumo de un sector privado que no estaba tan altamente endeudado.

El resultado, al menos en el corto plazo, y si no hay ninguna sorpresa desagradable, es que la sincronización se da en el signo de la recuperación, mientras que en las “velocidades” de crecimiento se da, finalmente, el desacople. El mundo emergente se recupera a tasas más altas y de manera más “genuina”.

Esta diferencia de “ritmo” empieza a reflejarse en los mercados de capitales y en los precios relativos de los bienes y servicios que producen y demandan los ciudadanos de los países que crecen más rápido, frente a los que se recuperan más lentamente.

La Argentina, lamentablemente, se bajó, al menos por ahora, del mundo emergente que atrae inversión. Es como la “barra brava” de un club grande cuando a su equipo le va muy bien. Recibe los beneficios de manejar el estacionamiento cerca del estadio. Un negocio rentable pero muy menor, y a repartir entre pocos.