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relacion compleja

La Argentina y el FMI

En julio de 1944, unos meses antes de la terminación de la Segunda Guerra Mundial, los EE.UU convocaron a una reunión en Bretton Woods en la que participaron 44 naciones para discutir propuestas sobre la reconstrucción del sistema financiero internacional.

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En julio de 1944, unos meses antes de la terminación de la Segunda Guerra Mundial, los EE.UU convocaron a una reunión en Bretton Woods en la que participaron 44 naciones para discutir propuestas sobre la reconstrucción del sistema financiero internacional. Triunfó la de los EE.UU, o Plan White, con el dólar como moneda internacional, que se concretó en la creación del Fondo Monetario Internacional. Había fracasado la propuesta de Inglaterra o Plan Keynes, que proponía crear una moneda artificial llamada Bancor.

El General Perón relató que en 1946, cuando se hizo cargo del gobierno, la primera visita que recibió fue la del presidente del Fondo Monetario Internacional, quien lo invitó a adherirse a él. Su respuesta fue que necesitaba pensarlo. Luego del informe negativo que los técnicos de confianza del equipo de gobierno le hicieron llegar, la Argentina decidió no adherir, continuando el intercambio internacional en forma bilateral y en base a la moneda real que representaban las mercancías.

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En 1956 el Gobierno Provisorio, encabezado por el general Pedro Eugenio Aramburu, decidió incorporarse al FMI, lo que se concretó a través del Decreto aprobatorio BO 12 /09/1956 .

Una anécdota que merece recordarse ocurrió durante el Gobierno de Arturo Illia. Su entonces Ministro de Economía, Eugenio Blanco (que compartía un reunión con miembros de su equipo, Enrique García Vázquez, Félix Elizalde y Carlos García Tudero) fue visitado por la delegación del Banco Mundial, presidida por su vicepresidente Burke Knapp, que permanentemente intentaba presionar la posición argentina. Visiblemente molesto, Don Eugenio –como lo llamaban cariñosamente sus colaboradores- golpeando fuertemente la mesa y pronunciando un estentóreo «¡Carajo!», dijo: «Félix, fijate lo que les debemos, pagáles y terminemos el asunto». Félix, que no era otro que Elizalde, Presidente del Banco Central, nos confiaba al otro día: «Yo temblé, pues teníamos $3,50 en Tesorería».

Al escuchar la palabra encendida del Dr. Blanco, los integrantes de la delegación extranjera, que dominaban el castellano, juntaron sus papeles y se fueron. Las relaciones quedaron cortadas. Varios meses después visitó a la Argentina un especialista en planificación que ponderó su plan de desarrollo y a la labor de Ingeniero Roque Carranza.

La firmeza de aquel gobierno, injustamente acusado de lento, pues fue vigoroso para defender la Patria sin estridencias ni baladronadas, dio como resultado que aquellos delegados volvieran sobre sus pasos para recomenzar el diálogo con la Argentina. En aquel momento, la deuda externa, en los primeros seis meses de 1966, había sido reducida a 2650 millones, cifra 75 veces menor de la que los acreedores afirman que hoy se les debe.

Transcurridas cinco décadas, en diciembre del 2005, la Argentina sorprendió al mundo con el pago adelantado, por unos 9.800 millones de dólares, con recursos propios generados en el país, sin el ingreso de divisas del exterior, cortando la relación incestuosa que generó el sistema de la deuda, utilizada como elemento de presión en los asuntos internos del país, terminando también con la discusión de “no es cuanto nos van a prestar sino cuanto se van a llevar”.

La mala praxis del FMI como auditor de la Argentina por cerca de cinco décadas se puso en evidencia cuando no fue capaz de determinar y denunciar los índices de liquidez y solvencia que surgían de los balances, incompatibles para un sujeto de crédito, y al emitir su famosa “luz verde” que hizo que bancos y brokers colocaran bonos que, por un lado, perjudicaron a los inversores de buena fe y, por otro, agravaron la situación que llevó a la debacle de fines del 2001.

Nuestro país no es responsable de lo sucedido porque los bonistas no compraron los títulos en las embajadas argentinas, sino a brokers o entidades financieras que prometían rendimientos cuatro o cinco veces superiores a los que se pagaban en el mundo, asumiendo un riesgo moral (moral hazard), percibiendo una prima compensatoria de ese riesgo. Podríamos resumir que –como dijo el investigador de la Facultad de Ciencias Económicas, Dr. Melinsky- “quien cobró una prima de riesgo tiene que hacerse cargo del siniestro”. O reclamar a quienes le recomendaron la compra.

 

* Presidente de la Comisión de Economía del Centro Argentino de Ingenieros.