COLUMNISTAS
HUNGRIA Y POLONIA

La autocracia al poder

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Nadie podía predecir, cuando se produjo la crisis financiera y bancaria mundial en 2007, que se generarían no solo problemas económicos de envergadura en Europa, sino políticos impregnados de bravo racismo e intolerancia. Todos ellos atañen al resto del mundo. Esa crisis se potenció con la inmigración al viejo continente de sirios, afganos y los llamados “subsaharianos” que buscaron tirar anclas en Europa como tabla de salvación, dejando atrás el Mediterráneo como un gran cementerio.
Eso no es todo. La organización europea, desde Bruselas o desde los despachos de dos potencias como Francia y Alemania, no ha podido crear un sistema de recepción o de cuotas para los que van llegando, que viven en condiciones de promiscuidad y descuido. Algunos países que antes pertenecieron a la órbita soviética, como el caso de Hungría y Polonia, cerraron herméticamente sus fronteras y desobedecieron principios fundamentales de la Unión. Ahora los dos países se juntan en un frente común para defenderse de la reciente decisión del Parlamento Europeo de poner en marcha una serie de procedimientos disciplinarios. Se los acusa de atacar los valores fundacionales de la Unión Europea.
Ni Hungría ni Polonia están solas en sus decisiones. Un proceso de tinte fascista, autoritario y caprichoso se ha adueñado electoralmente en Italia, surgen los nacionalismos extremos como en Suecia, que desde hace décadas estuvo conducida  por concepciones social-demócratas, brotan movimientos nazis en lo que fue la Alemania del Este, la ex comunista. Una violencia xenófoba sin límites.
 Subterráneamente los amigos ideológicos de Donald Trump  entienden y dialogan  con húngaros y polacos para crear una Internacional de ultraderechas.  Y quien sin pudor los defiende es Vladimir Putin, el mismo que se reúne constantemente con los principales protagonistas y representantes  de gobiernos extremistas. Putin no abandona su sueño de recrear otra guerra fría, además de la guerra comercial desatada que se desarrolla en diferentes continentes y no hay atisbo que cambie.
Hace una semana visitó Buenos Aires un dirigente liberal húngaro, activista en materia de derechos humanos, ex ministro. Su nombre: Bálint Magyar. Explicó que para húngaros y polacos hay un nuevo nacionalismo, distinto del que se movilizó en el siglo XX.  Ellos hablan de los “dictadores” de Bruselas. Y cuando hablan en público su único argumento es la ola de inmigrantes “que le quita esencia y sentido a la población”, argumento usado por los nazis en su tiempo.
Magyar se resiste a considerar definitivamente fascista al húngaro Viktor Orban, un ex militante liberal cuyo sentido de hacer política es conquistar todo el poder y hacer negocios. Si bien en Budapest la toma de decisiones depende de personas que pertenecen a instituciones formales, el régimen de Orban es autocrático, mafioso, criminal y corrupto, al estilo de la Rusia de Putin, defendido por los “oligarcas” y los servicios de inteligencia. Polonia, que responde a un nepotismo clásico, respeta la libertad de mercado. En Varsovia se instaló sí una aristocracia conservadora. En ambos casos el Estado ha sido capturado. No hay rendición de cuentas y falta una indispensable transparencia.

*Periodista y escritor.