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La batalla cultural

1-11-2020-Logo Perfil
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Un buen número de pensadores fue preguntado por la revista digital Seúl “sobre la necesidad de disputar el sentido común en la Argentina”, como parte de una “batalla cultural”. Algunos rechazaron la idea de “batalla”, inclinándose por la persuasión o por la propuesta de valores alternativos; mientras otros la apoyan con batallas puntuales como la presencialidad en las escuelas. Me detengo en las que se refirieron a la cultura ya como ideas y conductas arraigadas que entorpecen el desarrollo económico; ya como un relato capaz de ocultar la realidad, negando hechos comprobados.   

Hernán Lacunza enuncia en forma coloquial las características de una cultura que obstaculiza la economía de largo plazo: “Si preguntara en la sala quién está conforme con el país que tenemos, pocos levantarían la mano. Si preguntara quién quiere cambiar, muchos levantarían la mano. Si preguntara quién está dispuesto a empezar…” ninguno lo haría… La primera respuesta no es sólo intuitiva, también es documentable: al sueño alfonsinista de que “con la democracia se come, se educa y se cura” lo despabiló la realidad de tres décadas con pobreza promedio de 36 % e inflación de 73 % anual…. El silencio de la tercera respuesta remite al Antón Pirulero: cada cual atiende su juego….”. 

En cuanto a la cultura del relato, Sebreli dijo: “La trampa consistió en lograr el predominio de lo emotivo sobre lo racional, el relato sobre la realidad, el presente inmediato sobre el cambio profundo, el cortoplacismo sobre el proyecto… El caso Maldonado: la foto de un muchacho de clase media… al estilo del Che Guevara… Si a eso se sumaba que el joven había desaparecido, y que la palabra desaparecido tiene en nuestro país una historia y un peso siniestros… ya el cuadro estaba completo. …La verdad, al entrar en contacto con el mito, se derretía automáticamente”.

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Marcos Novaro expresa una opinión algo diferente aunque compatible. No acuerda con una batalla cultural que ponga el acento en “meter ideas en la cabeza de la gente”, para “primero cambiar la forma de pensar que después cambie el comportamiento”. Novaro propone actuar directamente sobre las conductas; que es la tarea de la política. Y en esa tarea habla de la participación del peronismo, no como una pata de JxC sino como una fuerza aliada con identidad propia. Aún cuando pienso que la acción siempre se nutre de ideas y que los componentes emocionales deben ser tenidos en cuenta al transmitir las propuestas políticas, no hay dudas que la acción de la política es esencial.

Todo esto permite reflexionar sobre los vínculos entre la cultura y la política. Lejos de una “ética protestante” nuestra cultura se asienta sobre una base psicosocial individualista; de ahí lo de “Antón Pirulero” de Lacunza. Sin embargo esa base individualista no cierra la posibilidad de ser atraída por ideas convocantes, siempre que incorporen una propuesta de bienestar material, como lo prueba el éxito del discurso peronista frente a un radicalismo que parece agotarse en los valores de una democracia republicana. Cuando en 1952 Perón impone “ajustes” importantes como el que resultó de que “Los salarios aumentaron por inflación hasta el pacto y, luego, se congelaron; se enfatizó la disciplina laboral y el presentismo… Se bajó el gasto público real…” (Remes Lenicov) la  sociedad con la CGT a la cabeza acompañaron la nueva política.

El proceso se frustró  por el golpe de 1955 y lo mismo pasó con la política desarrollista de Frondizi, quien tuvo además la habilidad de hacer alianzas virtuosas con el peronismo. Todo esto ratifica el papel nefasto de las fuerzas armadas en nuestra historia, las que no sólo abortaron  posibilidades creativas de la política sino que, al convertir en héroes a jóvenes que se levantaron en armas contra un gobierno constitucional pregonando utopías retardatarias, reforzaron el facilismo existente e hicieron que aprovechado arteramente por el kirchnerismo favorecieran el relato que describe Sebreli.  

*Sociólogo.