La declaración del papa Francisco –“¿Quién soy yo para juzgarlo?”– sobre la homosexualidad causó furor y despertó esperanza dentro de la comunidad gay: la visión negativa del Vaticano sobre el tema podría llegar a cambiar. La realidad es que la declaración surgió como respuesta a una pregunta puntual sobre cuál debería ser la postura de la Iglesia ante la presencia de curas homosexuales. En ese sentido, fue una respuesta acotada que no marca un cambio en la postura de la Iglesia. Pero que la respuesta de Francisco marca una diferencia se vuelve evidente al recordar que en 2005 su predecesor, el papa Benedicto XVI, firmó un decreto prohibiendo la entrada de homosexuales al sacerdocio.
Lo que está ausente de la discusión en nuestro país sobre los dichos de Francisco es el debate que existe en torno a la prohibición de la homosexualidad por la mayoría, pero no la totalidad, de las iglesias cristianas. En EE.UU., por ejemplo, el debate se expresa a nivel académico en libros como The Queer Bible Commentary (El comentario raro de la Biblia) y de difusión como Unfair: Why the “Christian” View of Gays Doesn’t Work (Injusto: por qué no funciona la visión cristiana de los gays). Ambos cuestionan lo que comúnmente se supone es un mandato bíblico en contra de la homosexualidad. Para agregar otro matiz al debate repaso algunos de sus argumentos.
Lo primero que hay que resaltar es que en toda la Biblia la homosexualidad se menciona menos de diez veces. No es un tema que interesaba a los autores del texto.
Lo segundo a tener en cuenta es que las cuatro primeras menciones ocurren en el Antiguo Testamento o la Biblia hebrea. En la práctica, los cristianos ya no siguen muchísimas de las reglas de la primera parte de su Biblia. Si lo hicieran, la poligamia y la esclavitud serían legales, se castigaría con la muerte por apedreamiento a adúlteros y esposas que no puedan demostrar su virginidad la noche de boda y estaría prohibido comer langostinos y mejillones.
En tercera instancia, hay que resaltar que las menciones en el Nuevo Testamento no ocurren en los evangelios. Jesús, por ejemplo, no habla del tema. Acá tampoco es un tema de interés. Ocurren, en cambio, en las cartas de Pablo a distintas comunidades cristianas. Cabe notar que hoy pocos cristianos coinciden con todas las posturas de Pablo. Si fuera así las mujeres no podrían cortarse el cabello y tendrían que permanecer siempre calladas y con sus cabezas cubiertas dentro de una iglesia.
En cuarto lugar, el concepto de “homosexualidad”, tal como lo entendemos hoy, no existía cuando se escribieron los textos que componen la Biblia. Sucedían, obviamente, relaciones sexuales entre personas del mismo género, pero no se los distinguía como un fenómeno en oposición a relaciones con personas del sexo opuesto como se hace hoy. Por eso, llevar nuestra conceptualización moderna al cristianismo antiguo es un error. Más aún, las prohibiciones en la Biblia se refieren a un acto en particular: la penetración anal de un hombre a otro y ocurren dentro de contextos a los cuales hay que prestarles suma atención. No se refieren al amor consensual entre dos personas del mismo sexo que hoy entendemos como la homosexualidad. La narrativa sobre la destrucción de Sodoma y Gomorra en el libro del Génesis, por ejemplo, relata no la intimidad emocional y física entre hombres sino una horrible violación en masa que además atenta contra los códigos de hospitalidad de la época. Las menciones de Pablo, a su vez, ocurren en el contexto de orgías y otras prácticas de la época que él percibía como aberrantes al igual que la costumbre de hombres mayores teniendo sexo con niños y de amos con sus esclavos.
Finalmente, ante estos argumentos, no debería sorprender si algún día cambia el consenso mayoritario dentro del cristianismo en relación a la homosexualidad. Aunque las declaraciones de Francisco no marcan ese cambio son, desde mi punto de vista, un paso en la dirección correcta.
*Profesor en UTDT y director académico de Fundación Pensar.