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respuesta a norma morandini

La celebración de los códigos

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Con reconocimiento por su receptividad para el mensaje, vuelvo sobre el artículo escrito por la senadora Norma Morandini (PERFIL, 29/11/13). Desde el comienzo mismo del texto se retoma parcialmente la salutación de quien suscribe a nuestros pares, expresada en un obsequio –el CD Estoy de vuelta de Gloria Guerra cantando tangos– acompañado de una tarjeta cuyo texto completo es necesario reproducir para desarrollar lo que sigue: “‘Senatores boni viri, ¿Senatus mala bestia?’ Un fraternal abrazo y 2 x 4 nos vemos”.

La senadora Morandini vertebró su mensaje sólo con una parte del mío, el de la cita ciceroniana intervenida. Construyó así su propia intervención de mi saludo, antes que un diálogo con la significación del gesto y con sus múltiples sentidos. El que enfoca la autora lo convierte en una pregunta que pide respuesta, a partir de lo cual formula su propia pregunta.

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No imputo ilegitimidad alguna a los sesgos y recreaciones realizadas por la periodista y escritora. Están en función de la visión política que el sentido de su reflexión expresa. Por mi parte, me interesa reponer el mensaje completo para recorrer su onda expansiva hacia otra visión de la política. Ambas se encuentran y desencuentran en la interpretación de la democracia, como veremos.

En primer lugar, la tarjeta utiliza el recurso retórico de la pregunta para establecer una distancia, una puesta entre paréntesis, una duda sobre esa supuesta y antigua certeza. No esperaba un sí o un no como devolución, sino el eco de mantenerse en esa distancia, en esa irónica ambigüedad de la interrogación. El fraternal abrazo es en cambio el comienzo de una respuesta, que se traduce así: reconozco y acepto a cada uno de mis pares en su humanidad y en su condición política a la vez, trascendiendo de este modo la oposición buena gente/mala institución.

Vengo a decir entonces que la institución, que está hecha también con lo bueno de la gente –y con lo malo, agrego– tiene su propia vida, tan compleja como cualquiera, pero de ninguna manera es una “mala bestia”. Lo hago invitando a una danza desde mi representación porteña, como un acto de amor sin el cual la democracia es imposible (el gesto recíproco de la senadora podría ser el de invitarnos a cuartetear. Y por si acaso otras afiebradas interpretaciones parciales se avanzaran, que el CD se llame Estoy de vuelta, excepto que se haga jugar al inconsciente de un modo algo arbitrario, no es parte del mensaje).

Donde se dirime este equívoco de la comunicación es en el modo en el que cada quien, con toda su singularidad, contribuye a celebrar los códigos de la democracia, cuya premisa básica es el amor por lo que difiere de nosotros, personal y políticamente. Esa es la sustancia del consenso auténtico, que no lo es de intereses y opiniones, sino de aquello que nos permite trascender nuestra parcialidad a través del movimiento de lo colectivo.

La democracia es una fuerza destinada a fecundar la burbuja del narcisismo, a romper sus límites ilusorios para sustituirlos por un universo en expansión, potencialmente ilimitado. Se opone esencialmente y por igual, tanto a la tiranía en la que el narcisismo de uno se alimenta de la sumisión de los otros, como a esos pequeños narcisismos que no entregan su propia indefensión, protegidos en la representación de un bien abstracto, que aun con buena conciencia, pretende ser uno con “la buena gente”.

La política en tanto democracia, es el resultado complejo de la acción colectiva. Requiere tener a la vista siempre el bien común de la totalidad para realizarlo de manera concreta, abierta a su permanente renovación. Pero la democracia comienza cuando cada quien reconoce y transforma el propio mal con el que carga. En particular, no es antitética con el poder, al que los argentinos debemos dejar de demonizar por un lado cuando nos atragantamos hasta el empacho con él por el otro.

La senadora Morandini dice no entender la compatibilidad de la democracia “de los libres” con la obediencia partidaria, al reprobar la conducta o los dichos del senador Miguel Pichetto, juicio que no comparto ni en lo que implica para la interpretación de los hechos ni en sus valoraciones. (Cabe recordar aquí que ya Simone Weil señaló la enorme virtud de la obediencia, por poner en consideración otro elemento, grano en todo caso para otra nota). Finalmente, agrega: “no hay otra lealtad posible que a uno mismo”. Dicho con el máximo de los respetos por la periodista, la escritora y la colega, observo que es la expresión más cabal de la antipolítica cuando se la opone, como se lo hace en el texto de referencia, al compromiso con una voluntad política colectiva. Pues como no es posible –ni deseable– la absorción total de la individualidad en el colectivo, del mismo modo tampoco es posible su escisión absoluta: un individuo más allá del colectivo no es nada más que un individuo. Hacer del binomio individuo-colectivo una dicotomía, es falaz en tanto no percibe su mutua implicación dialéctica.

Un hilo que atraviesa este debate es la oposición entre moral y poder. Entiendo la motivación, pero conviene complejizar el análisis. Hay por un lado la ética personal y por otro la moral pública y, dentro de ésta, a veces dicha moral adquiere la orientación crítica o incluso revolucionaria, pero muchas más se manifiesta en la moral positiva del poder mismo. Si no hubiera una moral del poder no habría gobierno posible. La perspectiva opuesta cabe en la dimensión de los ángeles, donde el poder no tiene sustancia ni razón de ser.

Desde ya la democracia es contradictoriamente las dos cosas: el alimento del poder y su límite. Hay temperamentos que sirven más a unos fines y otros sirven más a los contrarios. Ambos son necesarios y, en el fondo, están en la mayoría de las personas en diversas dosis. Morandini, Pichetto y yo, cada quien en su medida, armoniosamente o no, tenemos un compromiso con la moral del poder, porque sin ello nunca nuestro nombre habría sido acompañado de un “senador/a” o “diputado/a”, pero también tenemos seguramente un compromiso con la actitud crítica, la que cada quien ejerce según su naturaleza y sus circunstancias.

De esos compromisos se alimenta nuestra acción de escribir artículos en la prensa. Y es esta voluntad decidida la que, en este cruce no buscado, pero en lo que a mí respecta, felizmente encontrado, la que nos permite a Morandini, a mí y a nuestros lectores, participar de un debate que, espero, contribuya a enriquecer nuestras perspectivas. De ello también, se trata la democracia, la que si bien a veces gatea y otras corre, está creciendo. No nos frustremos al frustrarla. Hay mucho que mejorar, el Congreso Nacional es una institución frágil y en constante agitación. Necesitamos de todos, reconozcámonos en nuestras diferencias, dancemos al compás de su música. Para mí ha sido una gran satisfacción compartir el Senado con senadores como Norma Morandini y Miguel Pichetto, de quienes he aprendido mucho.

Valga la oportunidad de este artículo, entonces, para girar mi tarjeta de salutación más allá del recinto a todos y a cada uno de aquellos que creen que es posible un genuino diálogo político, y actúan en consecuencia.

*Senador mandato cumplido y filósofo.