Nunca se sabrá cuánto de verdad y cuánto de ficción hubo en las crónicas que Gabriel García Márquez publicó durante sus tiempos de periodista en El Espectador de Bogotá, Colombia. En verdad, quienes devoramos esas historias quedamos asombrados por ellas, en particular la saga de su cobertura, como enviado a Ginebra, de la cumbre post Segunda Guerra Mundial que reunió en 1955 al presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower; el primer ministro británico, Anthony Eden; el jefe de gobierno francés, Edgar Faure, y el primer ministro soviético, Nikolai Bulganin. ¿Cómo había logrado García Márquez tantos datos íntimos de los encuentros entre los cuatro grandes y también de las tertulias paralelas de sus esposas?
El autor de Cien años de soledad hizo uso y abuso de la ficción para llevar a los lectores de El Espectador detalles ciertos que sólo aportaron una porción menor en comparación con los frutos de su fecunda imaginación. No eran tiempos de internet, y tampoco de otros medios de comunicación sólo posibles para los grandes medios. Sus envíos eran por correo aéreo, con lo que las crónicas de esa cumbre en plena Guerra Fría, con la amenaza de una hecatombe nuclear, adolecían de actualidad política y sobreabundaban en relatos casi farandulescos. Deliciosos, sí, pero vistos con mirada poco propensa al rigor informativo.
Así como García Márquez se recostó en los datos de color (verdaderos o ficticios), los periodistas caemos algunas veces en esa atractiva aventura estilística para dar al relato duro un ropaje más bello y gratificante para los lectores. Por cierto, sin olvidar la premisa de la mayor aproximación a la verdad. Hay, sin embargo, límites que impone la ética: una cosa es darle a una cobertura elementos enriquecedores para beneficio del destinatario, y otra muy distinta reflejar situaciones y personajes con el solo objeto de lograr impacto, aunque se trate de falsedades, verdades a medias o simples inventos.
Lo que sucedió en la semana que concluye con la denominada “cheta de Nordelta” se inscribe en esto último. Personaje y situación emergidos de las redes sociales: en definitiva, se trató de un audio supuestamente llegado vía WhatsApp a una también supuesta agente inmobiliaria y originado por una no menos supuesta mujer a la que rápidamente se le adjudicaron nombres, apellido, profesión, edad y hasta relaciones íntimas con un veterano de las huestes faranduleras.
Que esto suceda en las redes sociales, se viralice en ellas y adquiera la condición de trending topic está dentro del marco y de los riesgos que las redes tienen. Hasta ahí, no pasa de un acontecimiento cuya confirmación por fuentes seguras es aconsejable, aunque no tan necesaria. Sin embargo, cuando el tema salta a las páginas de los diarios, captura espacios en radio y televisión y se transforma en lo más leído en portales informativos, la cosa cambia porque los medios periodísticos están sujetos a autorregulaciones y a un principio ético insoslayable: no se debe publicar en crudo, sin cumplir con los protocolos de chequeo y rechequeo con fuentes diversas. Los lectores de PERFIL habrán comprobado, con el paso de los días, que la existencia o no del personaje en cuestión, y la veracidad o no del extenso audio que se le adjudicó, flotan en un limbo que las acerca más a lo ficcional que a lo noticioso.
La ominosa sombra de la posverdad quedó una vez más expuesta en toda su crudeza.
En mayo pasado, WhatsApp quedó fuera de servicio durante algunas horas. Cuando el sistema volvió a funcionar, se conoció un texto de la ignota Karelis Hernández, quien se presentaba como ejecutiva del formato comunicacional y proponía una serie de medidas de acción con WhattsApp, entre ellas el reenvío a todos los contactos de quienes recibieron su mensaje. Karelis era un personaje de ficción, su texto un invento y el objetivo ingresar a las cuentas de usuarios para capturar datos. Obra de hackers, en definitiva.
Son casos –éste y el de la “cheta”– que presentan similitudes y llevan a repensar una vez más los límites que periodistas y medios enfrentamos cuando aparece una noticia no verificada y tal vez incomprobable. A diferencia de aquellas crónicas de García Márquez –que hacía de su imaginación un arma poderosa para transmitir información–, ejemplifican conductas que malogran el buen ejercicio de la profesión.
Este ombudsman propone a los lectores de PERFIL poner en el freezer todo lo que se relacione con el tema en cuestión hasta que el tiempo demuestre que sólo se trató de una humorada, de una boutade, o hasta que aparezca públicamente el personaje y quede comprobada la veracidad de su existencia.