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La confusión oficialista: niveles versus tasas

Desde la economía, las PASO reflejan una condena a las bajas tasas de crecimiento de las variables registradas en los últimos años por la gestión del Gobierno.

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El kirchnerismo tiene un problema conceptual: confunde niveles con tasas. Porque no es lo mismo el valor de una variable, su nivel, que su cambio a través del tiempo.

La Presidenta ha basado todo su discurso político, desde su reelección, en que era “única dueña” del 54% de los votos, y que, por lo tanto, quien se oponía a sus decisiones se estaba oponiendo “al pueblo”, que le había dado un cheque en blanco para gobernar.

Esta justificación de su accionar, resulta, después del domingo, difícil de sostener. Si el 54% de los votos da “todo el poder” a quién los recibe. ¿Qué pasa cuando se tiene sólo el 26% de los votos?

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De allí que la Presidenta necesite ensayar una explicación alternativa y eludir toda responsabilidad en la derrota del domingo pasado.

Para ello, recurrió a la tesis de “un pueblo engañado por las corporaciones mediáticas y oligarcas y sus gerentes”. Bajo esta tesis, el 28% de los votantes, que ahora optaron por candidatos que no eran apoyados o no apoyaban a la Presidenta, fueron víctimas inocentes de una gran conspiración realizada por los medios de comunicación opositores y por políticos respaldados por las corporaciones que buscan recuperar las posiciones perdidas en estos años, incluyendo al sistema financiero internacional, que ha perdido un cliente importante en el marco del “desendeudamiento”.

La única falla de esta argumentación es que las corporaciones mediáticas existían ya en 2011, y lo mismo sucedía con la banca, la industria, las entidades del campo o el sistema financiero internacional. Sin embargo, la existencia de esos enemigos feroces no impidieron que el oficialismo lograra el aluvión de votos del 54% de los electores. Por lo tanto, la tesis sugerida por la Presidenta no se sostiene, a menos que ella y su entorno consideren que ahora las corporaciones que enfrentan son aun más poderosas que en 2011, o que la gente es todavía más “influenciable” por las mentiras mediáticas que en el pasado.

Algo similar ocurre con la economía. Desde la crisis financiera internacional de 2008, el problema de la macro argentina es oficialmente atribuido al “mundo que se nos cayó encima”. Pero ese mismo mundo dio lugar a crecimientos de nuestro PBI oficial del 7-8% anual en 2010-2011 y a crecimientos muy modestos, cercanos al estancamiento, en 2012-2013. La elevada inflación local, reconocida por todos, menos el Indec, incluyendo funcionarios que toman medidas para intentar reducirla, es, según el Gobierno, producto de los “oligopolios”, de los “formadores de precios”. Sin embargo, los oligopolios también existían en 2005 o en 2006 y la tasa anual de inflación se ha cuadruplicado desde entonces.

Una cosa es el “nivel” de los precios, más altos en la Argentina que en otros países, entre otras cosas por el desaliento a la oferta, la falta de competencia y los cotos de caza alentados o creados desde el Estado en sectores clave, y otra cosa es la “tasa” de inflación, que pasó del 0,5% mensual en 2006 a los 2-2,5% mensual actualmente.

Otro tanto pasa con la competitividad cambiaria en la Argentina. Una cosa es que el tipo de cambio real (antes de retenciones) tenga un “nivel” superior al de la salida de la convertibilidad del 35% y otra que, en los últimos años, se haya desplomado más del 40% respecto de su promedio 2005-2007. Lo que ha destruido a las economías regionales y servido de marco a la salida de capitales del período.

Esta “confusión” está en el trasfondo de la derrota electoral del oficialismo en las últimas PASO.

Mientras la Presidenta y su elenco hicieron hincapié durante la campaña en los “niveles” de las principales variables, comparados con 2001-2002 (salvo los precios), los votantes pusieron la mira en las “tasas” de los últimos dos años. En la baja tasa de crecimiento. En la nula tasa de creación de empleo privado. En la elevada tasa de inflación que se “come” los aumentos nominales de salarios y jubilaciones. En la insoportable tasa de presión impositiva. En la fuerte caída del tipo de cambio real.

Por lo tanto, la Presidenta no llama al “diálogo” para cambiar de políticas, eso sería reconocer errores. Llama a los “dueños” de las corporaciones para desenmascararlos. Para probar el engaño. Para rescatar a los votantes de los conspiradores.

En síntesis, para salvarnos.