En épocas actuales de grietas políticas sabemos que ya existían otras brechas históricas aunque no necesariamente conflictivas, los partidarios de lo dulce y los seguidores de lo salado, los que prefieren el mar y los adherentes de las montañas, los que aprecian el frío y los adeptos al calor. También, a la hora de elegir una película, una serie o una obra de teatro están los que dicen: “A mí dame algo que me divierta, para problemas ya tengo suficiente con la realidad” y, por otro lado, los que opinan: “Quiero ver algo con sentimiento que me deje pensando desde la angustia o el drama”. En síntesis, los que eligen la comedia y los que se inclinan por la tragedia, las dos máscaras características del teatro desde la antigua Grecia, una entristecida, la otra sonriente.
Tradicionalmente la tragedia es una obra de tema complejo cuyo desenlace concluye con un hecho desafortunado, cuando no mortal, de alguno de los protagonistas para llevar al espectador al rechazo, la compasión o la empatía.
Saliendo del arte y la literatura, también llamamos tragedia a los hechos de la vida real que derivan en situaciones extremas y dolorosas.
Una tragedia puede ser una catástrofe natural (terremoto, tsunami, etc.), atentados con numerosas víctimas, accidentes o sucesos trágicos provocados por la negligencia humana.
Hay, incluso, actos de corrupción que pueden derivar en una tragedia. Si escribimos “tragedia” en algún motor de búsqueda en la red en español aparece “tragedia de Once” entre las referencias principales.
Ayer, 22 de febrero, se cumplieron siete años de la catástrofe ferroviaria, línea Sarmiento, al chocar un tren llegando a la estación terminal de Once. En el episodio murieron 51 personas, una de ellas embarazada, y se registraron cerca de 800 heridos.
La AGN, a través de varios informes, venía advirtiendo las serias deficiencias en el mantenimiento de la línea, no como una profecía, sino con datos concretos surgidos de auditorías realizadas en la empresa concesionaria Trenes de Buenos Aires. En definitiva, si uno sigue aquellos informes en el sitio periodístico Elauditor.info, puede comprobar la relación directa que hay entre los hechos y omisiones de las autoridades y empresarios de turno con la tragedia y, en definitiva, con cada una de las 52 víctimas.
Nuestro gremio, APOC, lo dijo en 2012 en una solicitada que, desde el primer informe de auditoría hasta el fatídico 22 de febrero, fueron más de 10 años de reiteradas advertencias no atendidas acerca de un peligro latente.
Los hechos de Once han dado lugar a dos juicios. En el primero fueron 19 los condenados (16 empresarios, dos funcionarios y el maquinista) y el segundo juicio absolvió al entonces ministro Julio De Vido por el estrago ferroviario aunque lo condenó por administración fraudulenta.
Siete años han transcurrido desde el episodio trágico de Once, 52 muertos reales. Sus familiares, amigos y heridos multiplican la tragedia, y nos la traen cada día al presente. No se trata de una obra teatral sino de la cruel consecuencia de la corrupción, la ambición y la negligencia.
Once nos despertó, dolorosamente, a que reparemos en que hay una cadena que, naciendo desde el fraude y la corrupción, puede llevarnos al drama personal. Eran las 8.33 de la mañana, el tren 3772 debía estacionar en la cabecera de Once, pero no frenó, impactó con sus ocho vagones contra el final del andén. No es un guión, ni un argumento, es un emblema de lucha de familiares y amigos y representa un compromiso en el que toda la sociedad debe subirse.
*Secretario general de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR Capital).