No hay dudas de que no ha habido semanas buenas para Daniel Scioli desde que asumió la gobernación de la provincia de Buenos Aires. De lo que tampoco hay dudas es de que la última fue la peor. Dicho esto, es imprescindible, antes de seguir, hacer un poco de historia. Hay que recordar, entonces, que, a comienzos de 2007, la gran ambición de Daniel Scioli era la de ser elegido jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Ese era el distrito en el cual había actuado desde el comienzo de su carrera política. Para eso estaba preparándose cuando, tras la victoria de Monseñor Joaquín Piña en el plebiscito en Misiones, que sepultó las pretensiones del gobernador Carlos Rovira de reformar la constitución de la provincia para así poder aspirar a la reelección, el proyecto de Néstor Kirchner de propulsar la continuidad de Felipe Solá como gobernador del primer Estado argentino a través de una resolución de la Suprema Corte de Justicia provincial, se cayó. Ante la consecuente falta de candidatos que ello originó, Néstor Kirchner le ordenó a Scioli modificar sus objetivos y postularse a la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Al entonces presidente no le costó ningún esfuerzo lograrlo, ya que Scioli es un hombre que hizo de la obediencia un credo. El sí a todo lo mantuvo a rajatabla primero con Menem, después con Duhalde y finalmente con Kirchner. La obediencia K lo llevó a soportar los malos tratos y humillaciones a los que el matrimonio presidencial supo someterlo públicamente sin ningún reparo.
Scioli creyó, equivocadamente, que gobernar la provincia de Buenos Aires era lo mismo que gobernar la Capital Federal.
Creyó estar bien preparado para acometer tamaña empresa. La realidad viene demostrando otra cosa bien distinta.
Creyó que con su retórica propia de aviso de campaña electoral –vamos adelante, tengamos fe, trabajemos juntos y otro puñado de frases extraídas del manual básico del lugar común– iba a poder manejar la provincia.
Creyó que con la plata de la Nación que le facilitara Néstor Kirchner, gobernar Buenos Aires sería un próspero viaje por aguas calmas.
Creyó que diciendo que Cristina y Néstor Kirchner eran lo más tendría en sus manos a los barones del Conurbano bonaerense, que cada vez lo quieren menos.
Creyó, como tantos otros, que diciendo que todo lo que habían hecho sus predecesores era malo, tendría el éxito asegurado.
Creyó que poniendo al frente de un ministerio de la complejidad del de Salud a una persona de la televisión como el doctor Claudio Zinn, aparecerían las soluciones para un sector en donde lo que abunda es la necesidad.
Creyó que llevando al Ministerio de Seguridad al doctor Carlos Stornelli, un fiscal de buena reputación pero sin la más mínima base en la compleja geografía política de la provincia, pondría en caja el gravísimo tema de la inseguridad.
Creyó que echando culpas sobre la gestión de Carlos Arslanian, por arte de magia, habría seguridad para todos.
Creyó que la seguridad era principalmente, cosa de la Policía Bonaerense. Cometió un error parecido al de Carlos Ruckauf –con quien Scioli acostumbra hablar– cuando asumió la gobernación de la provincia y pensó que nombrando a Aldo Rico como ministro de Seguridad todo se solucionaría. Demostró así haber aprendido poco de la historia reciente.
Creyó que engañando a la gente, a través de la lamentable iniciativa de las candidaturas testimoniales pergeñada por Néstor Kirchner, iría a ganar las elecciones del 28 de junio pasado. No supo escuchar a quienes, como su hermano José, le aconsejaron vivamente abstenerse de participar en esa trapisonda.
Por todo ello y mucho más es que la gestión de Daniel Scioli está en crisis.
Las cosas entre los hermanos Scioli venía mal desde hacía rato. De la renuncia de José a su cargo de secretario general de la Gobernación se venía hablando desde hace, por lo menos, un mes. Los hechos del lunes pasado, en los que el Senado provincial votó la ley de Reforma Política introduciendo modificaciones impuestas por Néstor Kirchner –son las que se refieren a la simultaneidad de las internas provinciales con las nacionales y el mantenimiento de las candidaturas testimoniales– parecen haber precipitado los hechos.
El otro ministerio que está en la picota es el de Seguridad. “Lo de esta semana ha sido un desastre”, reconoce un funcionario del Gobierno provincial. “Lo de las otras semanas también”, agrega otra voz del oficialismo. En este contexto, el hasta hoy considerado como el trágico accidente que costó la vida de la familia Pomar constituye un vademecum del desatino. ¿Cómo explicar que el mismo ministro Carlos Stornelli que el martes, a las pocas horas del hallazgo de los cuerpos sin vida del matrimonio y sus dos hijas desparramados alrededor del auto en que viajaban, haya dicho que el rastrillaje no había tenido fallas para expresar, ayer sábado, que alguien deberá hacerse cargo de los errores de la investigación? ¿Alguien sabe a ciencia cierta cuántos rastrillajes se hicieron y cómo se hicieron? ¿Cómo es posible que se le quiera hacer creer a la población que la purga en la cúpula policial de jefes correspondientes a Pergamino y su zona de influencia, nada tenga que ver con la ineficiencia y desaprensión de efectivos de la fuerza exhibida ante los llamados que diversas personas que hicieron tanto al 911 como al 101 alertando sobre la presencia del vehículo en el que viajaban los Pomar?
La gestión de Stornelli no da para más. Hace agua por los cuatro costados. Esto lo admiten desde las entrañas del Gobierno provincial. “El problema es que no hay a quien nombrar”, reconoce una voz que sabe lo que pasa en los pasillos del poder.
El ministerio le fue ofrecido a no menos de cuatro personas. Dos de ellos fueron el intendente de Ezeiza, Alejandro Granados y el ex titular de la Agencia Recaudatoria de la provincia de Buenos Aires (ARBA), Santiago Montoya. Los dos declinaros el ofrecimiento. En el caso de Montoya, es sabida su afinidad con José Scioli y su distancia del jefe de Gabinete bonaerense, Alberto Pérez. Así que, con esta remoción del hermano del gobernador, Montoya no tiene ningún interés en volver a ocupar cargo alguno en el actual Gobierno provincial.
Mañana lunes, Alberto Fernández está organizando una reunión política para despedir el año. A nadie debería sorprenderle si en ella se hicieran presentes tanto José Scioli como Santiago Montoya. A propósito del ex jefe de Gabinete de Néstor y Cristina Kirchner, es un secreto a voces que suele hablar telefónicamente con Daniel Scioli. En esas conversaciones lo que se escucha de parte del gobernador bonaerense es una larga lamentación.
Por todo esto es que el viernes, en la Casa Rosada se siguió con muchísima atención y tensión la crisis que se vive en la provincia de Buenos Aires. “No hay que olvidar que ahora Néstor Kirchner es diputado por ese distrito y si quiere tener aspiraciones presidenciales debe asegurarse que la gestión del gobernador más atado a su figura sea buena”, se escucha decir a alguien con despacho en Balcarce 50 quien, a su vez, confiesa el enojo con el ex presidente en funciones existente entre varios intendentes del Conurbano bonaerense espantados, con las actitudes de Néstor y Kirchner y abrumados por la mala gestión de Scioli. “No sabe para dónde ir. Está desconcertado”, afirman varios de ellos, algunos de los cuales han asistido a la sesión de asunción como diputado de Néstor Kirchner, a quienes se los vio abrazarlo efusivamente.
La situación del gobierno de Mauricio Macri también está acechada por la zozobra. Los coletazos del episodio de espionaje llevado adelante por Ciro James siguen siendo fuertes. Esta semana fue la renuncia del ministro de Educación, Mariano Narodowski. A Macri también le costó muchísimo encontrar un reemplazante para el funcionario desplazado. Hubo varios nombres a los que se les ofreció el cargo siendo, algunos de ellos, personas de reconocida relevancia en el área. Todos dijeron que no. Así fue que se llegó a Abel Posse quien, antes de tomar una decisión, consultó a Eduardo Duhalde. Obtenido el aval de éste, decidió aceptar. Algunos han visto en esto un principio de acuerdo entre el jefe de Gobierno y el ex presidente. “No es descabellado pensar que, ante el avance que el kirchnerismo intenta hacer permanentemente sobre el gobierno de la Ciudad, Macri vea a este acuerdo como un escudo protector”, reconoce una voz que deambula por los pasillos del palacio municipal. Lo cierto es que la carta de Posse que publicó La Nación estuvo a punto de hacer naufragar todo. Al margen de su contenido controversial la carta, que expone una visión sobresimplificada y descontextualizada de la realidad, hace gala de una actitud de intolerancia muy similar a la que exhibe el núcleo duro del kirchnerismo. Del enfrentamiento con quienes le salieron a contestar desde el Gobierno nacional, el más duro y paradojal es el que se originó con Aníbal Fernández. Duro por el lenguaje agresivo y descalificador que comparten; paradojal porque los dos supieron compartir gobiernos: los dos fueron funcionarios tanto durante la presidencia de Eduardo Duahlde como en la de Néstor Kirchner.
Dentro del Gobierno municipal, el debate no fue menor. Se impuso, pues, la voluntad de Macri y, por lo tanto, Posse asumió el viernes. “El problema de Mauricio es que se cree infalible y escucha poco a los que dentro del PRO pensamos diferente”, confesaba alguien que supo integrar el actual Gobierno de la Ciudad, quien agregaba que el nombramiento de Posse “ ha sido un error garrafal no sólo por el contenido de la carta; gestionar un ministerio como el de Educación exige tener aptitud para la negociación y estar dispuesto a lidiar con los problemas que ocasionan edificios viejos, mal acondicionados y peor mantenidos, temas salariales, los comedores escolares y un largo etcétera”.
A todo esto, el 10 de diciembre se cumplieron dos años de la asunción de la presidencia por parte de Cristina Fernández de Kirchner. La memoria nos trae el recuerdo de sus promesas de un gobierno dispuesto a promover el diálogo entre todos los sectores, a escuchar, a evitar la soberbia, a no creerse el dueño de la verdad, a trabajar en pos de una mejor calidad institucional.
No todo lo hecho por la Presidenta ha sido malo, pero en el contexto de ausencia de capacidad de diálogo sincero, de tolerancia con los que piensan distinto –tanto dentro como fuera del gobierno– y deterioro de la calidad institucional y sospechas crecientes de corrupción, el balance habla de una nueva oportunidad perdida para Argentina, el país del futuro mejor que nunca llega.
Producción periodistica: Guido Baistrocchi.