COLUMNISTAS
EL HORIZONTE POS-ELECTORAL EN BRASIL

La debilidad de Lula

Si bien obtuvoun fuerte triunfo en las elecciones presidenciales de la semana pasada , el Partido de los Trabajadores no alcanza a completar la primera minoría en el Congreso. Este segundo mandato se inicia con déficit de poder y una deuda pública bruta del 70 por ciento. Para poder gobernar, Lula deberá equilibrar su debilitado poder político.

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El presidente Luiz Inácio Lula da Silva triunfó en la segunda vuelta de las elecciones del domingo con 58.295,042 millones de votos (60,83% del total), el más alto número de sufragios obtenidos por un mandatario brasileño en toda la historia del país.
Lula logró ahora 6 millones de votos más que los que obtuvo en la segunda vuelta de las elecciones de 2002 (52.540,000 millones), con una diferencia de más de 20 puntos con respecto a su contendiente, el ex gobernador de San Pablo Geraldo Alckmin.
Al mismo tiempo, triunfó, a través de aliados o con el PT, en 17 de los 27 estados brasileños, 10 más que en 2002. Entre los cinco estados en los que triunfó el PT, uno de éstos (Bahía) es el más importante del noreste, bastión histórico del líder de la derecha tradicional, Antonio Carlos Magalhaes.
No obstante, el partido oficialista (PT) obtuvo un menor porcentaje de bancas en el Congreso que en 2002. Logró entonces 18,4% del total de los votos con 91 escaños sobre un total de 513. Ahora, el caudal del PT se redujo al 15%, con sólo 83 bancas. El presidente Lula, plebiscitariamente reelegido para un segundo mandato, no ha logrado siquiera que su partido sea la primera minoría en el Congreso, integrado por 21 partidos.
Para poder gobernar, Lula se ve obligado nuevamente, tal como ocurrió hace 4 años, a constituir una coalición mayoritaria en el Congreso, dentro de la cual su partido será uno entre 10 o 12 integrantes de la fuerza oficialista.
Ganar las elecciones presidenciales no implica gobernar en el sistema político brasileño. Se necesita un segundo paso: constituir una mayoría oficialista en el extraordinariamente fragmentado Congreso, localizado en Brasilia. Para eso, se requiere crear una coalición porque las urnas no constituyen nunca ni una mayoría oficialista ni tampoco una opositora en el Congreso brasileño. Por eso, el sistema brasileño es un “presidencialismo de coalición”, en el que el presidente, no obstante su carácter plebiscitario, tiende a convertirse, en relación a sus ministros, que son representantes de los partidos de la coalición, en un primus interpares.
A partir del 31 de octubre, Lula comenzó la segunda etapa de la constitución del poder en Brasil, que es la formación de la coalición oficialista. Ha decidido innovar respecto al instrumento de construcción; esta vez, va a distribuir ministerios entre los integrantes de la coalición, proporcionalmente al número de sus escaños. Al PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño) le correspondería 5 o quizá 6 ministerios.
En el primer mandato, el método fue distinto: el PT mantuvo el control del Ejecutivo y sus ministerios, pero soldó la lealtad de sus aliados en el Congreso a través de una suma mensual (“mensalao”).
Al revelarse públicamente este mecanismo de construcción, el presidente y su partido sufrieron un duro golpe político que limitó su acción en los últimos dos años.
Por eso, ahora, no obstante el récord de votos, Lula tiene menos poder político que el que gozó en los primeros dos años del período iniciado en 2003.
El año pasado, la economía brasileña creció 2,3%, en un mundo en que el crecimiento global fue 5%. En los últimos 20 años, el ingreso real per cápita de Brasil creció un promedio de 0,4% anual, uno de los más bajos del mundo.
Entre 1930 y 1980, la economía brasileña fue una de las de más rápido crecimiento. En ese período, creció 5,5% anual promedio, mientras su población aumentaba 2,6%. A lo largo de aquellos 50 años, el PBI per cápita aumentó 3% por año, uno de los más altos de ese período.
La economía brasileña es estable (4/5% de inflación anual, superávit fiscal primario de 4,5%, US$ 64.000 millones de reservas y un superávit comercial de US$ 40.000 millones), pero de muy bajo crecimiento, actual y potencial.
En la década del 70, cuando Brasil crecía 10% anual, la tasa de inversión era el 30% del PBI; hoy es menos del 20%; entonces, el Estado invertía el 10% del PBI, hoy, en términos netos, la inversión estatal es 0.
La totalidad, prácticamente, de la inversión en Brasil es hoy privada, y el sector privado debe soportar unas de las cargas tributarias más elevadas del mundo actual (37% del PBI), superior a la de Estados Unidos.
La deuda pública bruta es el 70% del PBI, la más elevada del mundo emergente; la de China es el 17/18%.
La baja tasa de inversión brasileña tiene como correlato una fuerte restricción estructural de la oferta productiva, que trabaja siempre en el borde de la utilización plena de su capacidad instalada; se acelera la demanda y, de inmediato, surge la inflación. Por eso, hay que aumentar las tasas de interés reales, que están en el 10% anual promedio desde 1999, las más elevadas del mundo entero en términos reales.
Por eso, la economía brasileña es estable y de muy bajo nivel de crecimiento. Este nudo, no sólo no lo puede resolver el sistema político tal como es, sino que, en realidad, es su consecuencia.
En Brasil, como en todas partes, lo primero es la política.