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cristina cumple medio mandato

La delgada frontera entre la historia y la histeria

Ni la demoledora derrota que quisieron ver los multimedios más enojados con el Gobierno. Ni el astuto acuerdo logrado por Néstor Kirchner en su debut como diputado que quisieron ver los cuasi medios financiados por la Casa Rosada.

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Ni la demoledora derrota que quisieron ver los multimedios más enojados con el Gobierno. Ni el astuto acuerdo logrado por Néstor Kirchner en su debut como diputado que quisieron ver los cuasi medios financiados por la Casa Rosada. Lo que ocurrió el jueves en el Congreso, de a ratos con imágenes más cercanas a un reality show de bajo costo que a un acto sublime de la democracia, fue apenas la previsible formalización de lo resuelto en las urnas el pasado 28 de junio. Ya no quedan en el Parlamento mayorías tan mayoritarias. Tampoco mínimas minorías. La población hizo un llamado al equilibrio. Y todo indicaría que, ahora, ése es el problema. Nada parece desequilibrar más a nuestros políticos que la posibilidad de construir equilibrios.
Habría que dejar pasar algunos días para sacar conclusiones más definitivas. Mientras oficialistas y opositores no acaben de definir las autoridades y los cargos en el conjunto de las comisiones parlamentarias todo pintará aún más negro de lo que en realidad es. Sucede que de esas nominaciones dependen un montón de privilegios para quienes terminen detentándolas: nombramientos de asesores, viáticos, incrementos de dietas y un sinnúmero de privilegios que significan un poquito más de poder y suelen poner los pelos de punta al más zen de los legisladores.

La disputa no enfrenta sólo a los kirchneristas con quienes no lo son. La bolsa de gatos en que volvió a convertirse la oposición horas después de alcanzada la “histórica victoria” del jueves confirma que allí donde debería primar la cordura siguen mandando las mezquindades y el chiquitaje. Así, varios grandes enemigos de la crispación pingüina logran que alguien de tan pocas pulgas como Aníbal Fernández aparezca de pronto en todas las radios amigas como una especie de monje benedictino, partidario de la prudencia y dispuesto a “construir consensos todos los días”.
Claro que cada uno es lo que es, y Fernández es Fernández. Con los números del jueves en la mano y las amenazas opositoras de revisar un montón de leyes recién votadas con mayoría K, el jefe de Gabinete volvió a avisar que la Presidenta podrá vetar lo que le parezca para que el Congreso lo revise de nuevo o vaya a parar derechito al archivo.

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En este clima de despatarrado equilibrio de fuerzas, Cristina Kirchner cumplirá sus primeros dos años de gestión. Tal vez debería recordar lo que dijo al asumir, en un Congreso mucho más predispuesto a ovacionarla que en estas horas de barajar y dar de nuevo: “Creo firmemente que es posible superar las individualidades que muchas veces con una frase escandalizadora quiere ocupar lugares que deben ser ocupados por ideas. Nunca he creído en los triunfos personales e individuales. Descreo profundamente de ellos, porque creo en las construcciones colectivas y en la sociedad”.
El tiempo se fue ocupando de demostrar hasta qué punto los gobernantes (y también quienes aspiran a sucederlos) suelen confundir las ideas y los proyectos con sus propias personas e intereses, como Luis XIV cuando dijó que él era el Estado.
Esa manera de ver y hacer las cosas ha llevado al matrimonio Kirchner a desperdiciar un sinfín de oportunidades verdaderamente históricas. Tuvieron una popularidad cercana al 80% y el apoyo de radicales, socialistas, independientes, movimientos sociales y de derechos humanos, sindicatos, empresarios de todos los colores y pelajes, y hace dos años lograron duplicar con Cristina al tope de la boleta los votos de Néstor en 2003. En sólo veinticuatro meses regresaron a aquellos magros niveles electorales, perdieron compinches a rolete, dejaron gremialistas y empresarios malheridos y la imagen positiva del Gobierno se figura como todo lo contrario, acaso irremontable.

Las renovadas divisiones entre la UCR y Elisa Carrió, lo mismo que la inminente ruptura entre Francisco de Narváez y Mauricio Macri (con sus esperables coletazos al interior del peronismo anti K), vuelven a poner la iniciativa en el terreno presidencial. Claro que si el adolescente comportamiento de Don Néstor en su debut legislativo del jueves representa el estado de ánimo dominante en la quinta de Olivos, nada bueno se puede esperar en lo inmediato.
Tal vez, por primera vez desde que asumió, CFK enfrenta el gran desafío de liderar un proyecto verdaderamente mayoritario: el de equilibrio, mesura y diálogo que fue votado hace cinco meses y medio. Podría lograrlo ratificando en los hechos que, para ella, valen más las sociedades que las personas en términos individuales. Mostrarse dispuesta a encabezar un recambio presidencial ordenado en diciembre de 2011, como el que condujo Tabaré Vázquez en Uruguay y seguro conducirá Michelle Bachelet en Chile, le abriría una interesante puerta de la historia. Lo contrario sería seguir mirándose el ombligo, autoconvencerse de que el gran problema argentino es un asunto de “relatos”, defenderse como gata panza arriba hasta el último minuto, tensar la cuerda sin medir los daños colaterales y prepararse para, en el mejor de los casos, pelear por un espacio considerable en la futura oposición.
Ubicarse del lado correcto en la delgada frontera entre la historia y la histeria. Esa es la cuestión. Cuando finalice el peliagudo reparto de cargos y comisiones parlamentarias, la oposición también deberá ponerse a trabajar.