Mucho se habla del deterioro de la vida democrática, de un sistema con graves fisuras, débil y con peligro de derrumbarse aún más. Decenas de factores se han sumado en esta fecha recordatoria del retorno al sistema republicano representado en el gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín. Empecemos por poner en el medio de la escena a un gobierno que no respeta la división de poderes, esencia de las históricas democracias liberales. Y que no vive de acuerdo a los marcos de referencia del Derecho. Es el gobierno cristinista mismo el que no promueve el respeto a la ley, que desobedece las sentencias del poder judicial, que mete mano, de manera brutal en el nombramiento de jueces amigos, que corre y cercena la tarea de los fiscales a cargo de investigaciones que ponen en evidencia la corrupción oficial, las connivencias del poder con empresarios amigos, los negocios privados de los titulares del Poder Ejecutivo. Que tiene al Parlamento en un puño.
Lo hace montado en caprichos, desprendiéndose de responsabilidades, no cumpliendo con el federalismo fiscal, todo hecho con un ritmo autoritario. Es una norma moral que durante sus gestiones los presidentes elegidos mayoritariamente no pueden hacer negocios, porque eso representa un abuso de poder y bordea la sospecha de inmoralidad. Desde ese cargo hay un manejo de informaciones secretas que obran en su poder y se pueden valer de ello para conseguir mayores beneficios. O no, pero se las trasmiten a sus allegados directos. El ex presidente Kirchner daba cuenta de giros millonarios en dólares como si fuera normal y legítimo.Hasta logró la adhesión de un comentarista deportivo. Ahora las investigaciones periodísticas dan cuenta de la fortuna acumulada por Cristina Fernández de Kirchner, del impresionante crecimiento de sus bienes, y de las asociaciones (que no corresponde porque generan sospechas) con proveedores o concesionarios estatales . El vicepresidente Amado Boudou no puede justificar lo que ya está iluminado con todos los focos : negocios personales usando la protección del Estado. Es la apropiación del Estado para usos privados. O la privatización del Estado. Un Estado que ya no guía, ni protege, ni ampara. Se ha desprendido de esas responsabilidades elementales. Analizar el incremento patrimonial de gente que transita por la Casa Rosada puede desnudar los caminos que adopta la corrupción.
Es, por supuesto, la frivolización del máximo poder. Como calificaría el sociólogo norteamericano Richard Sennet, es la descripción del “declive del hombre público”, del funcionario o del que quiere acceder a los máximos cargos. Claro está que ello conlleva, de alguna manera, una herida tremenda en la credibilidad de la política y los políticos. Porque no son pocos los que suben a la carrera de la presencia y el exhibicionismo político para convertirse en millonarios, sin respetar ningún límite y sin pudor para exhibir lo que tienen. Expelagatos con joyas y autos de extremo lujo, propiedades de alto valor aquí, allá y más allá, ostentosas. Exempleados mediocres o de rango mediano de un Estado provincial navegando en barcos de lujo, usando fondos estatales para sus gustos privados. Enfurece a la sociedad que estas anormalidades no sufran castigo alguno.
Viene siendo así desde los años del menemato ¿Acaso no han quedando los actos del pasado en gran medida impunes? Algo parecido a un “Estado de no derecho”, como define el constitucionalista Daniel Sabsay, que prosigue, sin conocer los castigos y reprimendas curativas. Cuando el fallecido jurista Carlos Nino fotografió estas fatigadas imágenes en un libro de alto voltaje titulado Un país fuera de la ley, la Argentina era otra, distinta. Pero ahora, el muestrario patentizado por Nino se agrandó porque ya no es solamente una sociedad a la deriva que no cumple con normas elementales. Ahora son grupos que se están devorando los restos de un Estado patéticamente anómico, seriamente enfermo. Ahora el libro de Nino puede parecer un cuento para infantes. El quiso mostrar un país con una sociedad atomizada de hace treinta años. Allá lejos y hace tiempo.Hoy es un tiempo distinto, más complejo, difícil de desarmar.
*Periodista y escritor.