En situaciones extremas de excepción –terremotos, pandemias, tsunamis y mil etcéteras– es un verdadero desafío para periodistas y medios el acercar la información a sus destinatarios con la mayor cercanía a la verdad. Cuando estos acontecimientos suceden, la multiplicidad de fuentes y la diversidad de factores conspiran contra esa aproximación.
Lo sucedido desde la abrupta y lamentada muerte de Diego Maradona se puede incluir entre estos límites, contaminados por el cúmulo de emociones encontradas que el hecho genera. Debo decir que, en términos generales, fue bastante correcta la respuesta de los medios, que evitaron caer –mayoritariamente– en golpes bajos o efectistas y cubrieron como pudieron los hechos vividos. No actuaron del mismo modo algunos funcionarios públicos o personajes conocidos que no tuvieron mejor idea que jugar a la grieta cuando miles de personas pugnaban por acercarse al velatorio de su ídolo. A los medios no les quedó otro recurso que registrar esos dichos más vinculados al estado de campaña permanente que a la verdad: ¿quién, quiénes responden hoy por la forma de organización, el control de las fuerzas de seguridad y sus reacciones ante lo que terminó siendo un caótico conjunto de escenas desbordadas por fanáticos o simples partícipes solo unidos por el dolor.
No son estas líneas un intento por deslindar responsabilidades, aunque sí proponer a quienes conducen PERFIL a indagar a fondo y aclarar por qué pasó lo que pasó en la Casa Rosada y sus alrededores el jueves último.
Iniciaba este texto comparando la muerte de Maradona y el consecuente dolor colectivo (traducido en una masiva movilización social) con otros acontecimientos. El 3 de febrero de 1969, el primer ministro de Tamil Nadur, C.N. Anandurai –conocido popularmente como Perarignar Anna–, murió en la ciudad india de Chennai. Quince millones de personas acompañaron el funeral, con una procesión apretada a lo largo de seis kilómetros. Debo confesar que no hallé dato alguno acerca de incidentes, heridos, muertos o apaleados por la policía en el más multitudinario funeral de la historia.
Error x 3. En la edición del sábado 21 se cometió un error que tuvo derivaciones curiosas: se multiplicó por tres, ya que la misma palabra mal escrita fue consignada en la página 43, replicada en la 42 y nuevamente incluida en la portada del diario. Las tres equivocaciones fueron cometidas en relación con la entrevista que Jorge Fontevecchia realizara al ex candidato a vicepresidente por Juntos por el Cambio, Miguel Ángel Pichetto. El político respondía a una pregunta del periodista, que le planteaba si el kirchnerismo respeta las reglas de la democracia, la alternancia, las libertades, los derechos de propiedad, la seguridad jurídica y la división de poderes. “Espero un aggiornamiento”, dijo Pichetto y ahí estuvo su error: la palabra correcta como sinónimo de actualización o puesta al día no es aggiornamiento (con una i tras la m) sino aggiornamento, según lo especifica la correcta traducción del italiano aceptada por la RAE y específicamente explicada en su buscador urgente de dudas. El diccionario no incluye el sustantivo que deriva del verbo aggiornar, sí incorporado hace algunos años.
Pero no concluye ahí el problema para PERFIL: el término, tal y como lo expresara el entrevistado (sin que se aclarara con un “sic” su respuesta) fue editado con la intrusa letra “i” tanto en el título de la página 42 (“Espero un aggiornamiento republicano del kirchnerismo”) como en el de la tapa (“Pichetto espera de los K un aggiornamiento republicano”).
Un error tan simple no debió trepar tanto, sino quedar reducido a la incorrecta pronunciación del entrevistado. El resto es responsabilidad de quienes editaron.