La próxima cumbre del G-20 –grupo formado en 1999, que integra Argentina– está programada para el 24 y 25 de septiembre en la ciudad de Pittsburgh, Estados Unidos. Entre el 4 y el 5 de septiembre últimos se reunieron en Londres los ministros de Economía y Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales de los países que integran ese grupo, con la finalidad de preparar la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno. Es útil intentar algunas conjeturas acerca de lo que vendrá.
Tanto en los Estados Unidos cuanto en buena parte del G-7 –estados industrializados–, el panorama sigue siendo por ahora el de una recuperación económica con inflación amortiguada. Sin embargo, el ritmo y el sostenimiento del crecimiento dependen todavía de las estrategias de salida de las políticas fiscal y monetaria. No es hora para que los bancos centrales del mundo se amputen las manos.
La condición del empleo en esta recuperación es drásticamente diferente de la mejora del empleo durante convalecencias anteriores. En primer lugar, la tasa de desempleo de trabajadores norteamericanos con educación universitaria permaneció en el 4,7%, mientras que la de los trabajadores sin secundario aumentó al 15,6%. En segundo lugar, el desempleo está bastante centralizado en los Estados Unidos. Los datos del empleo en zonas metropolitanas, publicados esta semana, destacaron que de las 19 zonas metropolitanas cuya tasa de desempleo es superior al 15%, ocho están en California, por los problemas con el sector de la vivienda, y cinco en Michigan, por la caída en el sector manufacturero. Esto tendrá impacto político.
Posibles salidas. Por otro lado, las estrategias de salida monetaria parecerían conceptualmente fáciles de diseñar. En los papeles, la estrategia de la Fed –banco central de los Estados Unidos– propone disminuir la asistencia que suministra al sector financiero para que el mercado privado se sostenga por sus propios medios. Como ha escrito George Soros, consiste en inundar los mercados a un tiempo y secarlos después. Pero también advierte que es políticamente más descansado abastecer de fondos que retirarlos. Y como añade Dominique Strauss-Khan, director gerente del FMI, el retiro de los estímulos debe manejarse delicadamente, y no antes de que empresas y hogares estén ya en condiciones de “tomar el bastón de mando” del sector público para sostener el crecimiento. Se requiere de un manejo de los tiempos propio de un malabarista.
El intento de la Fed de reducir la liquidez y salir de la postura monetaria actual introduciría una mayor inestabilidad y, por lo tanto, más riesgo. Cualquier estrategia de salida de la Fed alteraría los retornos relativos de todos los instrumentos financieros, en especial los de plazos más largos, como los bonos del Tesoro, las hipotecas y los valores respaldados por activos. Con el aumento de esas tasas de interés, se debilitarían la construcción de viviendas nuevas y la recuperación de los precios. La salida de la crisis sería más larga y difícil que lo que sugiere la estrategia de salida en los papeles.
También puede haber una segunda marejada, después de un “falso positivo”, como ocurrió en 1937. Es el “camino en W” que pronostica Nouriel Roubini, con una segunda y más profunda recesión. En este punto hay que estar muy atentos a la evolución del mercado inmobiliario de locales comerciales en Estados Unidos. Esta estrategia de salida se materializaría en una recuperación económica más débil que las anteriores, con el riesgo adicional de que la política fiscal dote de un sesgo político al gasto y de que los inversionistas internacionales miren con recelo creciente las emisiones del dólar. En este escenario, la presión al alza sobre los rendimientos del Tesoro se amplificará y limitará aún más el crecimiento económico. Dada la idiosincrasia desasosegada de los mercados de capitales, se advierte la dificultad en acertar con el grado de precisión de los instrumentos.
Lo cierto es que los augurios de los profetas del miedo a la inflación vienen resultando prematuros. Paul Krugman escribió recientemente en su blog que, hasta ahora, los déficits están en realidad ayudando a la economía. De hecho, dice, han salvado a las mayores economías del mundo de una caída mucho más profunda. El largo plazo aparece preocupante, pero no catastrófico. Si bien un déficit de 9 billones es importante, el costo de la deuda en los bonos a largo plazo es menor al 3,5%, y la “deuda nueva” supone el 1% más en su relación con el producto. Concluye, después de poner el ejemplo de la injusta oposición a la reforma de salud, que si existe un potencial problema, no es porque la economía no puede manejarlo, sino porque quien no puede es la política.
Lo que viene. Así, los Estados Unidos encabezarán la cautela global en foros como el G-20. No cabe esperar de Pittsburgh nada crucial, sólo circunspección. A lo sumo, una declaración reafirmando la voluntad de los bancos centrales de reforzar la emisión y el estímulo, a la manera de un mensaje a los mercados. Cada central atenderá su juego, más allá de la silueta de las declaraciones.
Acaso sólo ha de ser un ronroneo de conferencias internacionales, una larga temporada de aturdimiento por la vacancia de un liderazgo monetario, un período vacilante en materia de seguridad. Sería deseable ahorrarle a la humanidad una transición demasiado dolorosa. La agenda mundial de esta hora no consiste solamente en reactivar la economía internacional y regular los excesos financieros.
Con cierta simultaneidad, han de verse respuestas en el orden nacional. La tímida reforma que impulsa Obama parece empantanada ante la oposición de los bancos. El propio Wall Street Journal destacó cómo los principales bancos muestran una actitud desafiante con el retorno de los suculentos paquetes de remuneración y la venta de “productos financieros exóticos” parecidos a los que hundieron a la economía mundial. La ganancia principal no está derivando de la tradicional función del crédito, que continúa recortado, sino de las apuestas a corto plazo de sus divisiones de compraventa de activos.
Habrá que esperar. Con alguna buena noticia: la proyección de crecimiento industrial interanual de China estará en el orden del 11,8 %, un punto más de lo pronosticado.