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un dolar planchado

La economía y la policía siempre se llevaron mal

Obama necesita que los norteamericanos compren autos. Kirchner necesita que los argentinos compren… pesos.Pero así como una fábrica de autos puede decidir cuántos autos fabrica, pero no cuántos vende, un Banco Central puede decidir cuántos pesos emite, pero no cuántos pesos quiere la gente. Y paso a explicar.

Szewach
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Obama necesita que los norteamericanos compren autos. Kirchner necesita que los argentinos compren… pesos.Pero así como una fábrica de autos puede decidir cuántos autos fabrica, pero no cuántos vende, un Banco Central puede decidir cuántos pesos emite, pero no cuántos pesos quiere la gente. Y paso a explicar.

El problema del mundo hoy es incentivar la demanda de bienes y servicios. Pasado el punto más crítico del pánico bancario, el problema es la economía mal llamada real (las finanzas también son reales). Es decir, impedir que la recesión que se viene se prolongue demasiado o se agrave demasiado. Pero, para ello, hay que convencer a los consumidores que temen perder su trabajo, que han visto reducido el valor de sus tenencias de activos y sus fondos de ahorro y que no saben si podrán pagar sus deudas, que se decidan a cambiar el auto, o comprar nuevos bienes, o contratar más servicios. Y esto no es fácil, habría que instrumentar un programa de subsidio directo o reembolso impositivo a favor del consumo y un bruto plan de generación de empleo a través de esquemas fiscales expansivos. Pero eso lo podrá hacer el nuevo presidente de los EE.UU. cuando asuma, no antes.

Paso ahora al Dr. K. La clave, en materia monetaria, financiera y cambiaria de un país, es mantener estable la demanda de la moneda local. Los bancos centrales son “fábricas de dinero” y, por lo tanto, sólo pueden controlar la cantidad de dinero que fabrican, la oferta, pero no pueden manejar la demanda de dinero. Los bancos pueden decidir emitir más o menos dinero, la oferta, y pueden instrumentar políticas que lleven a incentivar al público a demandar la moneda que emiten, básicamente inducir a una suba de las tasas de interés, de manera que la gente prefiera tener pesos en sus cuentas bancarias. Pero esa política tiene un límite. Frenar la emisión o inducir a una fuerte suba de la tasa de interés, termina afectando el nivel de actividad, dado que los bancos tienen que prestar a la tasa pasiva más el spread, y si la gente pide mucha tasa para demandar pesos, en lugar de comprar dólares, entonces, el costo de oportunidad de hacer un negocio, o brindar un servicio aumenta, generando presión sobre el nivel de actividad. En ese caso conviene más dejar la plata en el banco que comprar mercadería para venderla, por ejemplo.

Ese es el problema que hoy enfrenta el BCRA. Por múltiples razones. Algunas, externas, como el cambio del ciclo mundial en contra de los precios de nuestros productos de exportación, las devaluaciones de las monedas regionales y las consecuentes expectativas de devaluación local. Y también por otras internas, principalmente el efecto negativo sobre los derechos económicos de la confiscación de los fondos ahorrados en el sistema de capitalización, es que la demanda de pesos cayó fuertemente. Esa caída no se trasladó a comprar bienes y servicios –presionando sobre la inflación– sino que se dedicó a comprar dólares.

El BCRA dejó aumentar el precio del dólar algo, subió la tasa de interés y vendió reservas. Pero la demanda de dólares siguió siendo elevada.

Ante esta situación se presentan dos caminos. El primero, revertir las expectativas negativas, con un programa fiscal y monetario compatible con la nueva situación internacional y local. O convalidar las expectativas permitiendo un aumento desmedido del tipo de cambio, muy superior al necesario y muy costoso, en términos de empleo y actividad, hasta que el valor coincida con el nuevo escenario negativo esperado.

Afortunadamente, el Gobierno no optó por esta segunda variante. Lamentablemente, tampoco optó por la primera. Eligió un esquema de “control de las expectativas”, interviniendo casi policíacamente en el mercado cambiario y financiero. Como si, volviendo al ejemplo automotor, se obligara a todos los consumidores que pudieran hacerlo a comprar un auto.

Lo mismo que cuando se aceleró la inflación y puso “policía” en el INDEC.

Como en el caso del INDEC, este esquema puede durar un tiempo. Y, de hecho, el mercado se ha “calmado”, las tasas de interés han bajado y los depósitos se han estabilizado, e incluso recuperado en algunos casos. Pero estamos ante un equilibrio muy provisorio, porque el freno de la demanda de dólares no es “voluntario” y, por lo tanto, los pesos no se destinan a gastar ni a prestar.

Por ahora, el keynesianismo policíaco de K que mató la institución INDEC, que pretende solucionar la financiación de la campaña 2009 confiscando los fondos de pensión de los futuros jubilados, y controlar el dólar con límites a las transacciones y amenazas, está logrando el efecto inverso al deseado: desconfianza, incertidumbre y freno de la actividad. La “policía” está para otra cosa. Con la economía no se lleva bien.