Un académico, gran amigo, me escribe desde Caracas: “No hubiera querido escribir estas líneas… pero ¡qué días tan tristes son éstos! Salir a la ciudad es encontrarse con calles vacías, desiertas. Todo el mundo está, en distintos sitios, haciendo cola para tratar de conseguir alguna miseria que llega. Salí ayer y anteayer. Volví a salir esta mañana y regresé triste, muy triste, sin conseguir nada. Siento que el país se nos va. Y clavado con ese sentimiento, escribo las líneas que siguen. No es catarsis. Es dolor. De verdad. Porque hoy tomamos con mi familia el último café. Hace meses que no llega a los mercados.
Ahora tomaré un té que traje de Buenos Aires en el último viaje. Otros venezolanos están sin leche, sin papel, niños sin pañales..., no hay harina para la arepa, para la empanada. Falta lo que consumimos todos los días… La economía es una araña negra que camina sobre nuestros estómagos. La gente malbarata sus días en colas interminables para conseguir harina, leche y aceite. La prensa escrita vive una exasperante agonía que puede desembocar en su desaparición absoluta. Las líneas aéreas no tienen remedio, nos borran de sus destinos. Comenzamos a sentir claustrofobia, encierro, ahogo. Hay un rictus general de desazón. Parece que hubiésemos cambiado de país sin darnos cuenta…”.
Los militares gobiernan Venezuela con elecciones tramposas, que se celebran periódicamente. Atropellan los derechos humanos, persiguen a la oposición, asesinan a manifestantes, destruyen la prensa independiente. Caracas es una de las dos ciudades más inseguras del mundo, con una media de 25 mil homicidios por año, Venezuela rompe récords de inflación. No hay comida. No hay papel. No hay agua. Sólo violencia. Nadie sale a la calle después de las seis de la tarde por la inseguridad. Las FF.AA. que dirigen el partido de gobierno controlan todo: las empresas estatizadas, los ministerios más poderosos, once gobernaciones. Los últimos tres ministros de Defensa fueron elegidos gobernadores en un país en el que la gente vota por militares desde que ellos manejan los comicios. El general Miguel Rodríguez Torres, ministro del Interior, usa la Inteligencia para perseguir a los disidentes. El capitán Diosdado Cabello preside la Asamblea Nacional; el teniente Pedro Carreño, el bloque chavista; el principal canal de televisión es la Televisión de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Mezcla de Papa Doc con Pinochet, Maduro habla con pajaritos, como Duvalier lo hacía con los insectos. Imagina complots paranoicos, viste camisas de corte militar. Duerme de tiempo en tiempo en la tumba de su predecesor.
Aunque la producción bajó 25%, el gobierno militar manejó sumas de dinero sin precedentes gracias al incremento de los precios del petróleo. Quienes ensalzan la sabiduría castrense del chavismo olvidan que en el período democrático el barril de petróleo se vendía en 8 dólares, y durante la fiesta bolivariana llegó hasta los 120. Con los ingresos petroleros venezolanos de cinco días, se pudo pagar toda la deuda de los holdouts que atormenta a la Argentina. Mientras los venezolanos no tienen qué comer, los militares regalan todos los días 100 mil barriles de petróleo a Cuba.
En medio del desorden conceptual de estos años, hay quienes se dicen progresistas y respaldan los experimentos más reaccionarios del mundo. Confundidos por el naufragio del socialismo real, simpatizan con una teocracia medieval que difunde el oscurantismo, alientan cualquier autoritarismo con tal de que sea antinorteamericano. Es cierto que la dictadura venezolana es una versión liviana de las tiranías del siglo pasado, pero es todo lo brutal que puede en la era de internet. Quienes vivimos la brutalidad de los gobiernos militares en el continente y aprendimos el valor de la democracia, deberíamos hacer lo posible para que vuelva la democracia, deberíamos hacer algo que supere las declaraciones insulsas de los países de la OEA.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.