A falta de liderazgos opositores, razonables y creíbles, le endosan a Jorge Bergoglio un rol que no le disgusta pero que la investidura le complica asumir. Y sus palabras, aún las más pueriles, aparecen como titulares en los medios con un rasgo de trascendencia impropia. Por ejemplo, algunos diarios se asombraron para titular hace 48 horas: “La pobreza también es un derecho humano”. Como si fuera una flamante e inédita lucubración del cura cuando se trata de un documento emitido por los obispos en l992, en Santo Domingo. La noticia principal de hace dos días, entonces, fue una frase firmada 17 años atrás y que citó el propio Bergoglio. Ni se tomó en cuenta ese dato, la cuestión era servirse de la máxima. Como le sugería el tránsfuga comisario Fouché a su patrón, Napoleón, “para condenar o encarcelar por conspiración sólo necesito una inocente carta de amor de la víctima”.
La desmesura del tratamiento brindada a la tibia disertación del jefe de la Iglesia Católica apunta a lastimar el corazón de los Kirchner, tan propensos ellos a presumir de su lucha por la distribución cuando –en el último año– han incrementado el número de desposeídos. Del mensaje de Bergoglio, en la reunión, el 95% se dedicó a demostrar que su institución se ocupa de los pobres cada vez que puede, de ahí que mencionara diversas consignas de la Iglesia desde Pablo II en adelante, como si en otros pasados esa inquietud no hubiera sido tan apremiante. Afortunadamente (o gracias a Dios, para incluirse uno en el universo de los creyentes), tampoco aludió al antecedente local del 2000 y 200l, cuando la voluntariosa cúpula católica incentivó un diálogo fatuo con políticos y actores sociales que, a la postre, minaron la estabilidad democrática de Fernando de la Rua, episodio del cual se aprovecharon algunos participantes para luego promover la caída del gobierno.
Mientras, el 5% del relato restante deslizó superficiales impresiones sobre la economía que merecen más de un debate. En cuanto a la invitación a que la deuda social sea considerada como un derecho humano, de acuerdo a lo expresado en el documento de l992, propone con picardía que el Gobierno le otorgue esa categoría al tema con la misma enjundia que les traslada a las violaciones de los militares en los años 70; aggiornar a los Kirchner en otra materia, para que acepten el realismo de la escalada de pobres que, además de inquietante, pretende ser cínicamente soslayada por el oficialismo: constituye una afrenta que las estadísticas del INDEC estimen una baja en ese sector cuando sus propios números suponen lo opuesto: si se reconoce caída de la actividad, caída del empleo, de manual básico es la conclusión de que aumentan los pobres.
La afonía opositora
No debe ignorar Bergoglio que, en la ocasión, su mínima voz sirve como recurso crítico a una oposición afónica, sin cabezas emergentes y, sobre todo, a la pugna comercial y económica emprendida por determinados medios, en especial el Grupo Clarín, contra la instalación de una nueva Ley de Medios (si el rabino Sergio Bergman e Hilda Duhalde, compañeros de atril del cardenal, en sus exposiciones sobre los pobres no pudieron contenerse y atacaron el proyecto de reforma). No incurrió Bergoglio en ese comentario adicional, se limitó al tema del día. Como la ingenuidad no lo caracteriza, debe imaginar el servicio que presta y que éste, a su vez, en todo caso debe ser útil para la sociedad. Por lo tanto, no consideró necesario enredarse en las lidias mediáticas y de poder, y como no es hombre de perseguir titulares ni primeras planas o amplias y protagónicas coberturas televisivas, su discurso hubiera figurado –en el mejor de los casos, y en otros tiempos– en la comunicación diaria de la agencia eclesiástica Aica. ¿O acaso el cardenal sostuvo algo diferente a lo que pronuncia cada vez que celebra una misa?
Pero su descripción, con palabras de otros, les permite a potencias enfrentadas utilizarlo para incluirlo en el arco opositor (nadie duda de que allí se encuentra por decisión propia y del mismo Néstor Kirchner) y, de paso, sumarlo a la crítica. Pero quienes asistieron al cónclave del Alvear –¿no había otro lugar más austero para hablar de la pobreza?– advirtieron calidades diferentes entre lo que dijo Bergoglio y lo que estampó el rabino Bergman, con mayor riqueza intelectual que no sólo se ampara en sus dotes oratorias, quien no necesitó siquiera leer lo que dijo (al revés del obispo). Pero el impacto Bergman es menor al de Bergoglio, la representación tambien, aún cuando no hable de los medios, y ni siquiera se conceda atrevimientos como comparar la administración de los Kirchner con la de Hugo Chávez, asimilar Buenos Aires con Caracas, licencia en la que sí se internó Bergman. Si Bergoglio hubiera utilizado ese ejemplo, se habrían parado las rotativas y cierta tele habría apelado a los titulares de Crónica TV para asombrar y sacudir.
¿Y las soluciones?
Aparte de la mezcla de intereses, lo cierto es que ninguno de los disertantes ofreció instrumentos, ni una llave para el intento de superar la deuda social, más bien parecen satisfechos con señalar al ciudadano común: miren a su alrededor, sean solidarios (¿ayudas, beneficencia?), comprensivos (no castigar o ignorar a sus semejantes pobres), promuevan la generosidad consigo mismos, ya que el confort de las rejas de un country –por citar una metáfora que no les corresponde a los oradores– no conduce a la salvación, menos garantiza una seguridad duradera. Palabras transitadas desde hace décadas, como declamar la inmoralidad de la indigencia; sin duda un menú insuficiente para quien mendiga o reclama subsidios con urgencia, trabajo, aumentos, servicios elementales.
El cardenal, sin embargo, en el breve capítulo que se apartó de historiar a la Iglesia y sus declaraciones preocupadas por la pobreza, avanzó en terrenos económicos que lo acercan al pensamiento más radical del kirchnerismo, hasta se podría arriesgar que en cualquier momento los expresa la señora Cristina o lo imprime en un paper el feligrés reconocido de Guillermo Moreno. No es exceso de imaginación: ¿de qué otro modo se puede entender que atribuyese la abrumadora crisis internacional –es lógico que hoy le endilgue tamaña magnitud, casi la del 30 del siglo pasado, cuando ésta no duró 6 meses– a las formas del neoliberalismo, a las leyes de mercado? ¿Considera acaso que en otros sistemas, el comunista, el populismo chapista o los derruidos fascismos permitirían que las poblaciones estuviesen menos desprotegidas?
Facilismo
Cuesta aceptar ese facilismo de entrecasa, inclusive la concepción expresada de que la deuda social en la Argentina se puede saldar si se ponen al servicio del país (fueron sus palabras) los 150 mil millones de dólares depositados en el exterior o la controvertida fuga de 2 mil millones por mes que se marchan (hoy esa cifra es sensiblemente inferior). No ha pensado, ni por un instante –como tampoco parece hacerlo Moreno ni los Kirchner, aunque ahora los vientos del FMI quizás les refresquen el pensamiento– que los fondos emigrados son producto de la falta de consistencia del mercado, de la inseguridad provocada por el Estado y los gobiernos que lo gestionan. Supone, al menos eso pareció interpretarse de sus palabras, que ¿una intervención regulada desde el poder quizás obligue a que los argentinos regresen sus capitales, ahorren en pesos todos los meses, y en consecuencia, dediquen esas sumas a paliar la pobreza? Con ese criterio, tambien sería loable confiscar los campos, saldar la deuda social y tener el corazón contento como diría Palito Ortega. Se comprende que esa improvisación oral pueda transmitirla un cándido párroco barrial, no tal vez un obispo de su nivel.
Nadie de los presentes se detuvo en ese patético esquicio, ni el periodismo libre y profesional que se amparó en un documento de hace 17 años como si fuera del día, ni los dirigentes políticos o empresarios que concurrieron a la sesión del Alvear. Más bien, casi todos parecen obnubilados por acompañar el cuestionamiento a los Kirchner, no perder el enganche con las encuestas que hoy desprecian al matrimonio. Son iguales a los Kirchner y su corte (ahora desflecada) cuando a éstos el clima les sonreía. Una ceguera común, transitoria, que entre otras perlas del Alvear reveló el premeditado olvido en las notas publicadas y difundidas del nombre del organizador del evento, quien arrastró al escenario a las figuras presentes: el ex ministro Roberto Dromi, un generador de ideas que aún se sacude cuestionamientos de los noventa. Casi un exceso de modestia esa distracción del Grupo Clarín y de la propia Iglesia, ya que ésta lo alberga como consultor y hacedor de proyectos, mientras el concentrado mediático sistemáticamente le reclama asesorías de todo tipo para tropiezos y emprendimientos, nunca más útil esa colaboración pensando en las futuras reyertas judiciales y económicas con el Estado. Parte, sin duda, de esa Argentina que no desea verse a sí misma.
La protesta
Mientras se respiraba en ese cenáculo, la asfixia se vivía en las calles y accesos, casi masivamente cortados, piqueteados, sea por desordenes laborales en la planta Kraft, núcleos demandantes por subsidios suspendidos y recientes seguros de empleo otorgados discrecionalmente por el Gobierno (hablamos de l.500 millones de pesos, suma por la cual se arriesga más de un movimiento), protestas por cierres fabriles en otros países y hasta escraches personales más movidos por la venganza que por el requerimiento obrero. Para todos los gustos, con exangües participantes y con la ventaja revolucionaria del celular que –a través del sistema de mensajes– facilita apariciones espontáneas, traslados de contingentes, revueltas en suma para herir el tráfico y el orden burgués de quienes van a sus obligaciones todos los días. Más eficaz que una metralleta, ¿quien lo hubiera imaginado?. Y, claro, justo es admitirlo, con la sabiduría de una cultura que se desarrolló con los K y cuyo epicentro triunfal se manifestó en las actuaciones del gremio camionero conducido por Hugo Moyano: este dirigente le demostró al poder que éste era inútil para contener, reprimir o alterar el reclamo de su sindicato con los cortes, aprendizaje que ahora se extendió al resto de los ciudadanos quejosos. ¿O sólo podrán cortar los que tengan cuatro ruedas? Entonces, más que ideológico, instrumental y práctico, el método –permite sacar ventajas, obtener concesiones, ganar dinero–, aunque quienes presiden estos ejercicios supongan o vivan la ficción de que han inyectado el embrión revolucionario. Y otros, temerosos, pueden creer que sea cierto. A ese estadio llegó lo que queda de la izquierda y la derecha argentinas.
Avanza el revuelo, el Gobierno se bloquea en su propia contradicción sobre la autoridad y el dejar hacer, las organizaciones gremiales tradicionales son conmovidas por minorías (subtes, sanidad, alimentación, petroleros, se vienen otras), la política se prescinde porque la última vez que se movilizó fue para un acto en algún canal de televisión. Ni siquiera hay dirigentes que se pronuncien a favor o en contra. Conclusión: unos pocos intranquilizan y molestan a muchos. Ronda en esta hipocresía el fantasma de una fatalidad, recuerdos nefastos que ocasionaron –por ejemplo– la repentina huida de Eduardo Duhalde de la Casa Rosada. Más de uno imagina la repetición de ese desenlace trágico, lo desea, mientras el propio y desorientado Gobierno se atemoriza por esa posibilidad: finalmente el apellido Kirchner sostuvo en su inicio que la prioridad era no perder la calle. De ahí que habilitó la multiplicación de los D’Elía, Pérsicos y otros, de cómodo protagonismo intimidatorio frente a personas o empresas, más arriesgados en la disputa con el campo cuando le pegaron a más de un jubilado. Ahora, esa para-muchachada vetusta parece engordada en un feed lot del Estado con subsidios de la ONCCA, le cuesta moverse, Aníbal Fernández no sabe si frenar o auspiciar los cortes –es ducho en la materia en los dos sentidos por su vasta experiencia bonaerense– y, para colmo, la autónoma Corte Suprema de la Nación tiene a la firma un permiso para que las minorías, dentro de los sindicatos, también participen en las negociaciones salariales. Con lo cual, es obvio, nunca habrá acuerdo para los aumentos. Y enojosas situaciones. Un dilema para la CGT y la Casa Rosada, quizás también para los empresarios; aunque éstos, a pesar de que ciertas condiciones económicas se han modificado a favor, ya parecen convencidos de que invertir en el país constituye una experiencia estéril. Con lo cual, según Bergoglio, pueden ser culpables, por no saldar la deuda social, sino también por incrementarla.