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incertidumbres

La fiebre

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Acapulco. ¿Cuánto tiempo podía pasar antes de que llegara la fiebre?

Como el personaje de Szifrón en Tiempo de valientes, que descubre –drogado y súbitamente– que la canción El payaso Plim-Plim es la misma que el Feliz cumpleaños con otra letra, yo, aquí, mientras la fiebre sube y las noticias de manifestaciones (humanas y naturales) se calientan, descubro con igual inmediatez que todo esto es copia fiel de algo ya leído. Es la obra La fiebre, de Wallace Shawn, que traduje al castellano y que retorna en pesadillas.

Como su protagonista, perdido en un país latinoamericano indefinido, culposo de las ventajas que ofrece su all inclusive frente a las evidentes condiciones de all exclusive que reinan alrededor, el orador febril siente asco de su cultura, de su rango, de su situación privilegiada, de sus buenas intenciones, de su civilización. Shawn sabe dar en el blanco: lo que describe es un mito tan profundo y universal como el de Edipo y me digo que debo hacer esta pieza para exorcizarme de una vez de su maldición errante.

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Como para salir del déjà vu, analizo fríamente las raras condiciones de mi estancia. Es que México ha sostenido siempre para mí ese estadio mágico intermedio entre la cordialidad eterna (al borde del servilismo) y la violencia de dibujo animado. Cabezas cortadas conviven con la hiperatención del pasajero: es inevitable que por cada mesa del bar se apliquen tres camareros y no uno.

Alan Pauls, Leila Guerriero, Arturo Carrera y yo, entre otros oradores de la Feria, nos sentamos absortos alrededor de nuestro pase de hotel, que reza en letras de molde: “Semi Todo Incluido”. Tratamos en vano de descular cómo funciona. De a poco nos vamos enterando. Casi todo está cubierto, pero es un semitodo: no sabemos qué habrá que pagar en el check-out. Las bebidas alcohólicas, evidentemente. Las toallas en la piscina, tal vez. Para usar el frigobar vacío a guisa de heladera hay que pagar $ 300. O comprometerse a consumir $ 300 en mercaderías del frigobar lleno. Ante la duda me paralizo y tomo el agua caliente. Es que la incertidumbre paraliza. También afuera las actividades están paralizadas. Por la manifestación para pedir por los estudiantes desaparecidos en Iguala nos piden que no salgamos del hotel. No ocurre nada, pero en México toda espera es tensa. Como ahora mismo, que miro al cielo esperando a ver si Trudy se convierte en un huracán que todo lo borre, o en una tormenta tropical que apacigüe la fiebre y esta espera.