En lógica, una de las falacias más comunes es la que atribuye a la causa equivocada un efecto determinado. La mayoría de las supersticiones y las cábalas responden a este tipo de falacias. “Cada vez que lavo el auto, llueve, por lo tanto, llueve porque yo lavo el auto.” O “cada vez que me pongo la camisa blanca, River gana. Por lo tanto, gana porque me pongo esa camisa”.
Un conjunto importante de nuestra clase política no sólo es proclive a este tipo de falacias, sino que padece de una grave dificultad para identificar las verdaderas relaciones entre causas y efectos.
Esta semana, esa dificultad de relacionar causas y efectos quedó muy clara en la conferencia de prensa que brindó la presidenta de la Nación, en la que anunció, por un lado, la designación de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central, y la creación de un Consejo Económico, entre el ministro de Economía y esa funcionaria, para coordinar la política económica, y por otro, defendió la compra de dólares de su marido para, supuestamente, pagar la propiedad de un hotel.
Sobre este último tema, la Presidenta argumentó que, “lamentablemente, es una costumbre argentina realizar transacciones de compra-venta de inmuebles en dólares y al contado”. Costumbre que, al parecer, su marido, habitualmente transgresor, no se ha encargado de alterar. En ningún momento se preguntó la Presidenta y –tampoco lo hizo nadie de los presentes en esa conferencia de prensa– cuál podría ser la causa por la cuál los argentinos en general, y su marido en particular, realizamos en dólares las transacciones de compra-venta de activos de alto precio y no en la moneda cuyo valor, supuestamente, defienden los gobiernos, incluyendo el suyo.
La Presidenta describió la situación como una especie de patología vernácula, derivada, quizás, de una malformación genética, o de una moda impuesta en algún remoto pasado, de la que no hemos podido librarnos.
Si en cambio se hubiera detenido a pensar acerca de la verdadera causa de esta actitud, Cristina, que es muy inteligente, se hubiera dado cuenta de que la explicación es otra. Y que dicha explicación se relaciona, justamente, con la ausencia de un Banco Central que defienda el poder de compra del peso y la estabilidad macroeconómica.
En otras palabras, la ausencia, por un período prolongado de la historia argentina, de un Banco Central autónomo, en el sentido de no financiar con emisión monetaria el gasto público, generó el triste récord de un país con la tasa de inflación más alta, por el período más extenso de la historia moderna, sumado a dos episodios recientes de hiperinflación. Entre finales de la década de los 60 y principios de la de los 90, la Argentina le quitó trece –sí, trece– ceros a su moneda. (Le recuerdo, dicho sea de paso, que la convertibilidad de marzo del ‘91, no fue fijar el peso 1 a 1 con el dólar, sino establecerlo 10.000 a 1, y que, en ese momento, le quitamos cuatro ceros a la moneda argentina.) Puesto de otra manera: si se hubiera mantenido la moneda original de curso legal, quien tenía un peso en 1969, ¡hoy tendría $ 0,00000000000001! Y esto no es consecuencia de un cataclismo natural, ni de un complot internacional, o de la prensa. Por el contrario, es el resultado de irresponsables políticas populistas de todo color, que despreciaron el papel que un Banco Central independiente debe ejercer para evitar que la gente común, tenedora de pesos, sea estafada.
Esa y no otra, es la causa por la cual los vendedores del hotel que compró Néstor Kirchner le pidieron cobrar en dólares y no en pesos, cuyo valor defendía su esposa como presidenta de la Nación. Pero al pagar Kirchner en dólares y cobrar sus acreedores en dólares, esos dólares se “fugaron” del país, reduciendo el nivel de actividad interno y la demanda. De lo contrario, hubieran cobrado en pesos y depositado los pesos en un banco, para que se generara más crédito interno.
Es probable que la operación de Néstor no haya sido un delito.
En todo caso, el verdadero delito lo comete una parte importante de la clase política que, estafando a los pobres al mantener una tasa de inflación que supera en un 400% a la internacional comparable, todavía piensa que puede defender la existencia de un Banco Central que no se preocupe exclusivamente por la inflación. Y que considera “natural” usar la moneda de otro país para comprar y vender.