Se enfureció Cristina, como si la hubieran sorprendido con la noticia. Raro: ella misma había anticipado el veredicto que la condenó, dijo que estaba escrito de antemano. Entonces, una exageración su irascible respuesta, a menos que la indignación también estuviese escrita en el novelón de su causa. Aunque los abogados exitosos como ella, conocedores de las alternativas tribunalicias, no suelen estallar por una sentencia que afrontará todavía infinidad de apelaciones antes de su confirmación final por la Corte Suprema. Nunca se la había observado en ese estado belicoso: si hasta el Presidente, otro abogado con experiencia, se conmovió temeroso por esa inédita reacción y utilizó la cadena nacional para defender y calmar a su Vice. Como si le advirtiera a la población por una nueva pandemia o que se entraba en guerra con otro país. Otra exageración ese enojo: ni a su mujer la cuida tanto. Se nota la propensión de Presidente y la Vice a las tablas.
También le sirvió al mandatario para cuestionar a la Justicia, ese rubro en el que se creía experto por haber empujado a la Corte a una dama que ya no está (Elena Highton de Nolasco), circular por algunos pasillos y tener confidencias con ciertos magistrados. Muchos creen que alcanzó el Ejecutivo por haberla convencido a Cristina de esa influencia, junto con su socia y embajadora Losardo. A la viuda de Kirchner no le consiguieron nada. Tampoco otros operadores menores. Sin embargo, Alberto no puede quejarse: tanto él como Sergio Massa fueron prescindidos de culpa en la corrupción atribuida a Cristina a pesar de que compartieron responsabilidades de Gobierno cuando alternaron como jefes de Gabinete. Así, al menos, lo delató ella en su defensa cuando trato de inducir a fiscales y tribunales a que no se olvidaran de que en el ómnibus venal también había mas ocupantes. Propuesta desleal con peor epílogo. Para colmo, la pena condenatoria no tocó la indemnidad de Julio de Vido, justo a quien ella denunciaba —por instigación del mismo Alberto cuando estaba por asumir su primer mandato— como al más sospechoso funcionario de la Administración Néstor Kirchner. Vueltas de la vida.
Lo singular de aquellos tiempos es otra situación: Cristina, como réplica a la maldita Justicia que la persigue, objetó un reciente viaje de jueces, fiscales y funcionarios a una convocatoria paga del Grupo Clarín en la inmensa propiedad de un empresario multinacional, vuelo y estadías en el Sur. Trascendieron además los penosos chats entre los viajeros para justificar el solaz del periplo, cierta impunidad, mensajes obtenidos de contrabando por algún cercano a la dama. No es costosa esa operación. Ella siempre se tentó con esos vicios del poder e hizo escándalo por la lujosa expedición de los magistrados junto a Clarín por ir a pescar, comer y triscar en un lugar único, un servicio de dádivas que a su juicio tarde o temprano será recompensado. Quizás no se equivoque. Pero se olvida de que ella misma y su marido tuvieron prácticas semejantes con el mismo grupo mediático: se aburrieron de invitar a su ahora odiado Héctor Magnetto a cenar en la residencia de Olivos, no menos de una docena de veces según la misma Cristina ha admitido. Y no era solo simpatía entre partes.
Lamentablemente jamás se conocieron las gentilezas a devolver por parte del empresario si es que se trata de un hombre educado, a menos que se imaginen como tales otros encuentros gastronómicos en que enviados de su compañía se reunían con Néstor y Alberto para considerar y publicar las bondades del gobierno, también las primicias que les negaban a otros medios. Todo gratuito, claro. Además, resulta asombroso que ella cuestione ciertas imprudencias éticas de un alto ejecutivo de la empresa que recibió a los invitados en el Sur: es el mismo que en sus tiempos no necesitaba credencial, autorización u otro tipo de permiso para ingresar a la Casa Rosada, a la que tenía más facilidad de acceso que a su trabajo, el emporio Clarín de la calle Piedras. Un oficioso gestor que luego con Mauricio Macri presidente se convirtió en hombre de consulta para Pepín Rodríguez Simón. Por supuesto, nunca hablaron de Edgar Allan Poe, una debilidad del exilado en el Uruguay.
Tantas comidas servidas por el matrimonio K, tertulias posteriores y otros encuentros que se desconocen, hartaron entonces la inclinación gastronómica de Magnetto: a él le gustaba más el sabroso cabrito cordobés, oriundo de las salitrosas tierras de Quilino, que el sureño ofrecido por la pareja en Olivos, quienes juraban que era más sano y menos grasoso por la infinidad de kilómetros que debía recorrer el animal para alimentarse. Alberto, un testigo más que un miembro de aquellas pláticas, luego se preocupó por visitar al empresario con asiduidad por una enfermedad que habría de complicarlo por años. Lo cierto es que, para Cristina, lo que hoy es ilícito y delictivo en sus tiempos de reinado eran fraternas reuniones entre el estado benefactor y una empresa de capital nacional. A la que, entre otros obsequios le otorgó la ventajosa fusión de Cablevisión y Multicanal. Con el gusto a rabia de la condena, en ingresar al púlpito de Videla, Massera, Menem, De la Rúa, a Cristina se le despertó la vena histórica y prometió como Evita “renunciar a los honores, no a la lucha o al trabajo”. Claro, no recordó la Vice esas palabras. Más práctica, dijo que no se presentará más a cargos electivos. Tampoco utilizo el término “indeclinable” como Evita, pero se supone que es mujer de palabra. De ahí que algunos ya se hicieron cargo del mensaje y empezaron a conectarse con intendentes y gobernadores para esa vacancia. Ya se sabe de Massa, también de Alberto, con prisa se anotó Daniel Scioli. Los camporitas, en cambio, todavía desasosegados, piensan en revertir esa decisión, movilizar el clamor de la multitud para que Cristina reflexione. Y transija.
Otros seguidores de la dama, más insolentes, invocan la necesidad de una reforma revolucionaria de la justicia que persigue a Cristina. Precisa el ahora enconado general Milani que “ya no existen salidas pacíficas a las injusticias, a la connivencia del partido judicial con el poder económico y mediático”. Como le sobra capacidad de oráculo, señala que esta situación, “en el corto o en el largo plazo, terminará de la peor forma”. Casi un deseo siniestro, un mensaje que parece fundarse en las horas perdidas por Leopoldo Lugones cuando no ejercía la poesía. Célebre su pronunciamiento, un discurso que anticipó el golpe de 1930. “Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada”, anunció. Milani también debe soñar, con menos versación poética que el malogrado Lugones, que la Argentina merece aquel ejemplo. Y le sopla el oído a la doctora.
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