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La gente, esa falacia

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Hay que tener cuidado con los candidatos que prometen “escuchar a la gente”, “hacer lo que pide la gente”, “darle a la gente lo que necesita” y otras abstracciones por el estilo. Son ilusionistas, y sus palabras son falacias. ¿Quién es “la gente”? Hay gente honesta y deshonesta, sincera y mentirosa, trabajadora y ventajera, violenta y pacífica, discriminadora y tolerante, gente que cumple con la ley y gente que la evade, gente solidaria y egoísta, confiable y manipuladora, ingenua y psicópata, rica y pobre. Las opciones posibles de “gente” son interminables. Decir “la gente” es decir nadie, es emular al tero poniendo el huevo en un lugar y cantando en otro, en este caso con un canto vacío o falso.

Resulta legítimo sospechar que quien hará lo que “la gente” pida, no tiene un programa cierto y consistente para ofrecer a la ciudadanía. Y es riesgosa. La “gente” puede pedir cosas imposibles, inmorales, contradictorias entre sí. ¿El candidato tiene un programa que pueda exhibir, desplegar y sostener con argumentos que no se desplomen ante la primera refutación? Sería muy útil y necesario saber qué proyecto de sociedad tiene quien se llena la boca con “la gente”, porque quizás llevar adelante ese proyecto requiera proponerle a esa “gente” cosas poco agradables de escuchar, quizás haya que proponer sacrificios, convocar a resignaciones y postergaciones, como cuando Churchill prometió solamente “sangre, sudor y lágrimas” a cambio de un futuro incierto. También sería importante saber, de boca de ellos, qué es lo que no podrán hacer aunque “le gente” lo espere o lo desee, y por qué no podrán.

“La gente” que los candidatos invocan es algo virtual e intangible. Pareciera que hablan de un cuerpo homogéneo, sin matices, sin fragmentaciones, sin diversidad. Es una típica idea populista (vestido de naranja, de amarillo o de grises ambiguos el populismo se impone), para la cual los individuos no existen, el pensamiento autónomo de las personas tampoco y las diferencias de propósitos mucho menos. Entre “la gente” no hay rostros definidos, necesidades distintas, metas que necesitan herramientas y tiempos diversos. Es una suerte de manada sin voz propia (los candidatos ventrílocuos la reemplazan), un “pueblo” bondadoso, inocente, trabajador, indiferenciado, que sólo añora recuperar un paraíso perdido o acceder por primera vez al edén gracias a ese candidato al que entrega su destino.

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Gente, mercado, público, audiencia, hinchada, fanaticada, pueblo, grey, electorado son conceptos que definen espacios inciertos, indefinidos y a veces improbables, en los que no hay personas (se cuentan cabezas, como con el ganado, porcentajes,
“likes”, puntos de rating). Y donde no hay personas no hay responsabilidad, ya que ésta es solamente individual y se diluye en las multitudes. Meterse en la manada, hacer lo que hacen todos, tercerizar el pensamiento, las decisiones, las respuestas a las circunstancias de la vida, dejándolos en manos de un gurú, un ídolo, un rico, un famoso, un manosanta, un falso mesías o un candidato es una manera cierta (y común) de ejercer la irresponsabilidad respecto de los propios actos y las propias elecciones. Y también de sus consecuencias.
Los candidatos que se regodean con “la gente” debieran recordarlo. “La gente” llena una plaza para vivar a Galtieri y dos meses después la llena otra vez para pedir su cabeza. “La gente” no tiene lealtades sino conveniencias e impulsos momentáneos.

Quizás por eso los candidatos la mencionan tanto. Porque ellos actúan igual. Mientras tanto, quienes aún se sienten personas, individuos, ciudadanos, y actúan como tales, siguen esperando a conocer programas, a escuchar voces que los respeten como tales, que abran un diálogo hacia un futuro hecho de diversidades, de dificultades a resolver, de opciones a explorar. De tareas y deberes concretos. Esperan un candidato que, fuera del marketing, los vea como personas (y no como un rebaño). El individuo, el ciudadano que se percibe como tal, sabe que quien habla de “la gente” no le habla a él.

*Escritor y periodista.