Una serie de festivales literarios, inconexos entre sí, me llevaron por Buenos Aires, el DF mexicano y San Pablo en menos de una semana. Fue una especie de raid por las ciudades más grandes del mundo. Como en un mal sueño, se me mezclaron y sumaron y superpusieron todas esas autopistas de circunvalación, la General Paz, el Periférico, las rodovías paulistas, los kilómetros y kilómetros de embotellamientos, las distintas combis, los frenazos, la sensación de que ya por fin terminaron de asfaltar la superficie terrestre. Pareciera que estuve en una misma Autopista Panamericana que cubre todo el espacio, donde ya no hay otro verde más que los canteros de los peajes, y donde el único parque existente es el parque automotor. Autos y camiones hasta el horizonte, hacia los cuatro puntos cardinales. Todos atascados, calentando los motores para poder destrabarse y empezar a rodar otra vez. Pero no, no avanza, no hay lugar, como en esos jueguitos de fichas donde sólo hay un espacio libre para ir distribuyendo los demás cuadrados, así estamos esperando que alguien mueva ese camión allá lejos, que permita a su vez mover el ómnibus que permita a su vez mover el auto…
¿Pero quién va a venir a rescatarnos de morir achicharrados en esta gran playa de estacionamiento? ¿Obama? Algunos parecen creerlo. Creen que súper Obama, con sus nuevas medidas, va a detener el humo y el derretimiento de los hielos, va devolverles la vida a los arrecifes de coral, va a disminuir la temperatura de la tierra y a calmar los huracanes del clima enloquecido. Hay demasiadas expectativas puestas en él y en las nuevas formas de energía limpia para evitar las emisiones de gases de efecto invernadero. Parece una ingenuidad ver a Obama como el presidente que cerrará la canilla del petróleo, el presidente de las nuevas tecnologías verdes, de la energía solar. Obama recibe el mando de un imperio basado en el petróleo. Difícilmente pueda moverse en contra de esas fuerzas, las fuerzas que inventan guerras y países. Parece más posible que tengamos que sentarnos a esperar en el embotellamiento hasta que se nos acabe a todos la nafta.