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La guitarra en el ropero

A mí también me tiene sin cuidado lo que haga Ricky Martin con su vida, y digo vida de manera un tanto eufemística.

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A mí también me tiene sin cuidado lo que haga Ricky Martin con su vida, y digo vida de manera un tanto eufemística. No obstante sí me interesan, aunque sea periódicamente, las formas en que se disponen las figuraciones sociales de la sexualidad en general. Y, desde ese punto de vista, adquiere su importancia la noticia que en estos días tanto resonó: que Ricky Martin “salió del clóset”.

¿Qué es el closet? El clóset es el ropero, claro está. Pero, ¿a qué se debe el recurso a esta metáfora? ¿Qué vendría a ser el clóset exactamente? ¿La vida privada? ¿El secreto? ¿La mentira? ¿La clandestinidad? Casi todos los cuentos sobre maridos que descubren a su mujer acostada con su mejor amigo concluyen en el remate con la mención de un placard o de un armario. Pero cuando Tiger Woods reconoce públicamente su afición por coleccionar prostitutas no se dice que salió del clóset. Ni se dijo que salieron del clóset las chicas de TATU, cuando admitieron que tenían novios varones y que no eran gays en absoluto. Tampoco se diría que salieron del clóset los curas pedófilos si un día confesaran de una vez por todas su gusto ingobernable por manosear nenitos. No se trata por lo tanto de cualquier tipo de confesión sexual, sino de ésta en particular: la del que se declara homosexual. Es entonces cuando la metáfora del clóset acude sin falta.

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Es mejor salir del ropero antes que ser encontrado en él, como le sucedió a aquel legislador californiano que luchó por largo tiempo contra toda legislación a favor de los derechos de los gays y luego se descubrió que en realidad él mismo lo era (su concepto de representación era sin dudas estricto: no legislaba para sí, sino para los retrógrados que lo habían votado; legislaba a la medida de la taradez de sus representados, aun al precio de dañar sus propios intereses).

Ya lo dijo Michel Foucault: no es cierto que se reprima el discurso de la sexualidad. Más bien al contrario, lo que ocurre es que se nos instiga a decir, a hablar, a narrar nuestra sexualidad; los discursos de esa índole son alentados antes que inhibidos; y si hay algo que se busca no es que callemos nuestra sexualidad (ahí donde callar es resistirse, sustraerse del control), sino que la confesemos (en el sentido clerical de la expresión), que la declaremos (en el sentido judicial de la expresión), que la revelemos (en el sentido fotográfico de la expresión), que la expongamos (en el sentido plástico de la expresión).

Pues bien, ahí tenemos a Ricky Martin: salió del clóset. O hizo más bien lo contrario. Porque más que silenciar su homosexualidad, lo que estuvo teniendo que hacer Ricky Martin hasta ahora es fraguar una heterosexualidad, fingirla y sostenerla en aras de una imagen pública, porque sus gustos sexuales para la industria de la canción son materia de dominio público, y no un asunto privado. Más que salir del clóset, entonces, guardó en el clóset: metió en el fondo del ropero, como se hace con la ropa que no se piensa usar más, al heterosexual que se había visto impelido a ser.