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La historia alternativa

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Gracias a Twitter, me entero de la existencia del libro En presencia de mis enemigos y de un escritor llamado Harry Turtledove, autor de más de ochenta novelas en las que la historia ha seguido un curso distinto porque la cuenca del Mediterráneo no se llenó de agua, porque renació el Imperio Bizantino, porque el Sur ganó la Guerra de Secesión o porque Hitler derrotó a los aliados. Algunas de sus sagas combinan estas variantes y plantean escenarios rarísimos: en una, los nazis triunfantes se alinean con los Estados Unidos reducidos al Norte contra una coalición formada por los Estados Confederados, Francia e Inglaterra. Alguien dijo que Turtledove era el mejor investigador posible de lo que nunca había ocurrido, y la frase es más profunda de lo que parece.

El terreno de la ucronía o de la “historia alternativa” se presta como pocos a la imaginación y tiene que ver tanto con la ficción como con la ciencia histórica. En ese sentido, no sólo tiene potencial pedagógico imaginarles bifurcaciones a los acontecimientos sino que si la historia se piensa como un haz de mundos posibles en lugar de un camino lineal, el salto de una dimensión a otra permite iluminar situaciones fácticas del pasado y entender a sus protagonistas. Por ejemplo, en The Guns of the South, el general Lee se encuentra con un grupo de supremacistas blancos llegados del futuro que le ofrecen una provisión de fusiles Kalashnikov con los que derrotar a las tropas de Lincoln. La situación sirve para comparar el racismo actual con el del siglo XIX y establecer sus distintos matices. Vistos como catálogo, los mundos de Turtledove son sumamente interesantes y prometen aventuras ilimitadas. Pero la lectura efectiva no cumple con lo que promete por la sencilla razón de que Turtledove escribe muy mal, es un escritor espantoso. Fue lo que descubrí cuando intenté leer En presencia de mis enemigos, donde un oficial del Tercer Reich triunfante resulta un judío secreto que educa a las hijas en su religión. A fuerza de ser tan chato, convencional y rutinario, de estar tan desprovisto de vida y de verdad, la manipulación del nazismo que hace Turtledove resulta obscena.

Imaginar un mundo en el que Hitler ha triunfado es riesgoso porque, aunque el autor se haga el distraído, cada palabra lleva el peso del exterminio. Luego de El hombre en el castillo, donde Philip Dick resolvió el problema sumergiéndolo en la bruma alucinada de su prosa, otros lo han intentado. Entre ellos Juan Terranova, que en El vampiro argentino imagina que Alemania ganó la guerra y convirtió a la Argentina en su avanzada sudamericana. Su héroe, el Haupsturmführer Víctor Bravard, es un SS criollo y ligeramente disidente que recuerda al policía Bernie Gunther, protagonista de las novelas de Philip Kerr. No sé muy bien qué se propuso Terranova con esta larga novela negra con ecos de Osvaldo Soriano, cargada de precisiones sobre la burocracia nazi y de descripciones retro-costumbristas de un país que esquivó, mereció o tuvo en realidad (la ambigüedad es grande en ese sentido) un destino totalitario. Pero Terranova se maneja confortablemente en ese terreno: el nazismo siempre formó parte de sus preocupaciones y de su fascinación por lo siniestro, entendido freudianamente como el reverso de lo cotidiano.

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