Haití, “país de montañas”, fue pionero en Latinoamérica en separarse de la metrópoli
y pionero también en abolir la institución de la esclavitud. Después de una serie de explosiones
sociales, de guerra coloniales y de luchas entre negros y mulatos, la parte montañosa del oeste de
la isla de Saint-Domingue obtuvo la independencia política. Su identidad se expresó en el nombre
que alude a su geografía fuente en un tiempo de riqueza y, a la vez, como hoy, elemento de
destrucción.
La isla fue la “perla” de la colonización francesa en el Mar de las Antillas;
productora de azúcar, cacao y tabaco, representaba la tercera parte del comercio de Francia en el
siglo XVIII, lo que explica el interés de la metrópoli por mantenerla bajo su dominio a costa de
guerras sangrientas en las que miles de colonos fueron masacrados. Entonces, junto a jefes que
practicaban el vudú y hablaban sólo en términos de venganza, surgió la figura admirable de
Toussaint Louverture, que se constituyó en el líder de las masas negras frente a la minoría de
mulatos y blancos.
Este ex esclavo que había recibido buena educación de sus amos franceses, leyó en su idioma a
los filósofos iluministas, en particular al abate Raynal quien además, pronosticó que algún día
surgiría un jefe negro, nuevo Espartaco, que liberaría a su pueblo. Toussaint se sintió llamado a
convertirse en dicho jefe. En esta difícil empresa, demostró autoridad natural, coraje y, al mismo
tiempo, verdaderas condiciones de estadista. Ya como gobernador vitalicio, interesado en
reconstruir la economía, buscó asociarse con la Francia de Bonaparte, para lo cual se dirigió al
Emperador en estos términos: “El primero de los negros al primero de los blancos”.
Había cometido un error. Napoleón, irritado por el desplante, hizo lo necesario para desplazar a
Toussaint, que en 1803 murió prisionero en Francia.
Las consecuencias de haberlo apartado del poder fueron desastrosas y no sólo para los
franceses. El general Jean-Jacques Dessalines, apodado el “tigre de ébano” continuó la
lucha de Louverture y proclamó la Independencia (1804). Gobernó por el terror hasta que fue
asesinado por sus lugartenientes que se hicieron con el poder e intentaron poner en marcha a la
nueva nación.
Haití, étnicamente africana, de lengua francesa y créole y de religión católica y animista,
no logró encontrar la clave del bienestar. Por el contrario, realizado aquel primer y supremo
esfuerzo de ganar la libertad y hacer efectiva la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano a la gente de color, languideció bajo la garra de dictadores que practicaban sobre la
población abusos comparables a los de los amos blancos. A esto se sumarían las catástrofes
naturales que pusieron a prueba la capacidad de supervivencia del pueblo haitiano.
En 1915, Estados Unidos intervino más que por intereses económicos, como sucedió en otros
países centroamericanos, por razones estratégicas, a fin de que la pequeña república antillana no
quedara en manos de sus enemigos en la Guerra Mundial. Esta dominación se prolongó por veinte años.
En los años sesenta, el nombre de Haití se asoció a la sombría dictadura de Francois
Duvalier, apodado “Papa Doc”, médico experto en enfermedades tropicales, que gobernó
mezclando la práctica del vudú con la violencia de sus milicianos, los Tonton Macoute. Su hijo,
“Bebé Doc”, heredó el cargo.
En los noventa, bajo el gobierno de Jean-Bertrand Aristide un ex sacerdote de las bidonvilles
(villas miserias) que volvió a generar esperanza, se demostró una vez más que el camino del
populismo nacionalista no tiene destino.
Cuando en 2004, en plena crisis, Haití celebró en soledad el Bicentenario de su
Independencia, el país constituía un verdadero problema y no porque hubiera peligro de comunismo o
de terrorismo, sino por la ineficacia del Estado y el escándalo de la pobreza. Lo cierto era que la
ayuda de las ONGs, de los católicos y de los protestantes, de las Naciones Unidas y de los países
amigos, se escurría por falta de una apoyatura sólida en la sociedad local.
Entonces, la forma de ayudar a Haití se replanteó en los términos más humanitarios y modernos
posibles a fin de que se abriera una nueva oportunidad. El experimento estaba en curso cuando
sucedió el terremoto, catástrofe superior a todas las ocurridas hasta entonces.
Hoy, en el país donde la historia de libertad escribió una página de lo “real
maravilloso”, todo vuelve a empezar.
*Historiadora.