“Nos está rajando.” Fue ésta la frase que pronunció, sorprendido, alguien de la cercanía de Sergio Massa cuando, el martes por la tarde, escuchaba al subsecretario de Medios, Alfredo Scocimarro, anunciar los cambios en el elenco ministerial de Cristina Fernández de Kirchner. El entonces jefe de Gabinete asistía pues, a través de la radio y la televisión, a la concreción del castigo que Néstor Kirchner se propuso propinarle por considerarlo uno de los traidores responsables de la dura derrota electoral del 28 de junio pasado.
A pesar de haber formado parte del equipo de fútbol de los viernes que el ex presidente en funciones juntaba en la Quinta de Olivos, Massa nunca llegó a tener una buena sintonía con el Dr. Kirchner, quien, en general, respondió con indiferencia y desdén a la mayoría de las sugerencias del hombre que ahora volverá a ser intendente de Tigre y que, a su vez, “estaba harto de los gritos del ex presidente”, según cuenta un habitante del poder que ha sobrevivido al cambio. “Siempre jugó para él. Lo que le pasó se lo buscó”, narra otra voz desde dentro del gobierno que no dudó en su comentario lapidario hacia “Massita”.
La foto de la ceremonia de jura de los nuevos ministros fue una radiografía del sacudón que produjo el resultado de la elección: intendentes que ya no estaban, empresarios que dijeron basta y personajes que prefirieron no mostrarse (Moyano y Moreno).
El anecdotario de la búsqueda del nuevo ministro de Economía es florido. No fue tarea fácil. Carlos Fernández ya no daba más ni daba para más. Hubo tanteos que fueron desde Martín Redrado hasta Mario Blejer. Ambos respondieron con firmeza y sin dudar: no. En verdad, nadie tenía mucho entusiasmo en asumir ese puesto ahora.
Ninguno de ellos estaba dispuesto a seguir tragándose el sapo de tener que convivir con Guillermo Moreno. Finalmente, el que aceptó fue Amado Boudou, hombre de ascenso vertiginoso en el ahora devaluado firmamento kirchnerista, quien, por las dudas, se apresuró a decir que no tiene ningún problema con el omnipresente e ineficaz secretario de Comercio Interior. Martín Lousteau, que en un acto de honestidad intelectual hizo autocrítica de lo que fue su paso por el gobierno de los Kirchner, supo decir lo mismo. A esta altura, conviene recordar que Moreno ya ha sobrevivido a cuatro ministros de Economía: Felisa Miceli, Miguel Peyrano, el citado Lousteau y Carlos Fernández. Se sabe que Julio De Vido le sugirió a Moreno la conveniencia de dar un paso al costado y de renunciar.
Ocurrió en los días en que Ricardo Jaime salió eyectado de su sillón de secretario de Transporte ante la inminencia de un futuro que le augura, entre otras cosas, la frecuentación de los pasillos de los tribunales de la avenida Comodoro Py.
Este toque de realismo que momentáneamente mostró el ministro de Infraestructura y Planificación Federal, quien tal vez también deba transitar por la calle Comodoro Py el día que deje la función pública, disgustó profundamente a Néstor Kirchner.
Lo cierto es que hasta el momento, y en el medio de especulaciones que salen del interior del Gobierno y hablan de la inminente salida de Moreno, Néstor Kirchner se resiste a dejarlo caer. En el “nuevo” gabinete, el del enroque, existe la esperanza –debería decirse, en verdad, el anhelo y deseo fervientes– de que en El Calafate haya algún acuerdo en el matrimonio presidencial que le dé el adiós a este funcionario de cuya ineficacia ya nadie duda.
Es así como sigue funcionando el Gobierno. Néstor Kirchner sigue mandando con la anuencia de su esposa, la Presidenta. Todo es hermético y misterioso. Esto, a pesar de lo que expresan algunos de los “nuevos” ministros en el sentido de que “ahora sí comenzó a gobernar Cristina”.
El problema es que hay medidas que tomar y que no se pueden dilatar. La situación económica es compleja. La campaña electoral se llevó la mayoría de los fondos públicos. Para peor, nadie puede aseverar a ciencia cierta si esas promesas se habrán de cumplir. Muchos intendentes de la provincia de Buenos Aires, a los que desde el poder se les ha endilgado el mote de traidores, están atrapados por la incertidumbre de no saber si esa plata llegará o no.
“Daniel, ahora dedicate a la gestión. Lo de la presidencia del PJ no te lo creas porque te van a pasar por arriba” es lo que varios de esos intendentes le dicen al gobernador de la provincia de Buenos Aires. Quienes han estado reunidos con él en estos últimos días han notado que de Néstor Kirchner no se habla más. “Ya fue”, coinciden en señalar muchos de ellos, que a su vez advierten que si en el justicialismo no se da un proceso de democratización serio, las chances máximas en 2011 serán para Julio Cobos.
En este marco, la Presidenta lanzó el jueves pasado desde Tucumán un llamado al diálogo nacional. Lógicamente, el anuncio ha sido más que bienvenido y ha abierto una expectativa que era reclamada por la sociedad.
Las dudas, claro, son también muchas. La memoria nos trae el recuerdo de aquellas palabras que pronunciara Cristina Fernández de Kirchner en la noche triunfal del 28 de octubre de 2007, cuando habló de dejar de lado la soberbia e hizo un llamado destinado a generar consensos. La historia después demostró que ésas fueron sólo palabras. Es imprescindible que ahora las cosas sean diferentes.
Uno de los primeros en reaccionar positivamente ante esta iniciativa fue el vicepresidente de la Nación. “Por fin. Vengo hablando de la necesidad de diálogo con todos los sectores desde el episodio de la 125. Pero claro, cuando lo pedía yo, era un traidor. Ahora que lo hace la Presidenta, es un gesto patriótico”, se le oyó decir a Julio Cobos, quien ya hizo saber que si es llamado va a concurrir a dialogar y que ese diálogo debería ser con la Presidenta. Desde el Gobierno ya hay voces que reconocen que no invitar al vicepresidente sería un contrasentido.
Desde la oposición todos miran con recelo. Nadie, en su sano juicio, podría rehuir a la convocatoria del Gobierno, la que, por otra parte, han venido reclamando.
El tema de discusión pasa pues por el temario y la forma de implementar la iniciativa.
Este no es un tema menor. El diálogo implica una actitud de respeto hacia el otro. Significa reconocerle entidad. Esto de por sí es muy bueno. Sin embargo, si queda sólo en eso, resulta insuficiente. Debe tener, además, objetivos de concreción. Lo peor que podría ocurrir es que se desarrollara un diálogo alrededor de la nada. En el caso particular de este momento del país, se impone que la agenda tenga que ver con la realidad. Al respecto, se conoce que la oposición ha estado trabajando en un temario que tiene, entre otros puntos, los siguientes:
Eliminación de los superpoderes.
Limitación de los decretos de necesidad y urgencia.
Modificación de la coparticipación federal.
Modificación del Impuesto al Cheque.
Modificación del Consejo de la Magistratura.
Reconstrucción del INDEK.
Discusión de las retenciones a las exportaciones agropecuarias.
Reforma de los partidos políticos con la reinstalación de las internas abiertas.
Está claro, por lo que evidencian los hechos de estos primeros días del gabinete de enroque, que habrá un protagonismo importante de Aníbal Fernández. La duda reside en ver cómo encajará en este momento dialoguista del Gobierno quien trató a Mauricio Macri y a Francisco de Narváez de vagos, a Elisa Carrió de loca y a Felipe Solá de traidor.
En el medio de todo esto, están las urgencias. La actividad económica ha caído.
Además, mucha gente está siendo castigada con aumentos de las tarifas de gas y de electricidad que son exorbitantes, más allá de las increíbles desmentidas que se empeña en dar el arquitecto De Vido, quien, antes de hablar, debería ver algunas de las facturas que les están llegando a muchos usuarios que no saben cómo podrán pagarlas.
El nuevo ministro de Economía pasa el fin de semana largo en Mar del Pata. Hay definiciones que se aguardan para los primeros días de la semana que viene. Marcarán la impronta de su gestión. Están en análisis las necesidades que tiene la Argentina para acceder a fuentes de financiamiento externo, hoy cerradas. Para reabrirlas, el Gobierno debe tomar decisiones sobre tres asuntos fundamentales:
Reapertura del canje de deuda para los bonistas que quedaron afuera de esa operación, los famosos holdouts.
Solución de la deuda con el Club de París.
Algún tipo de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
Esto ya ha sido conversado por Amado Boudou con el ministro de Economía real de este gobierno, el Dr. Néstor Kirchner, de quien depende la decisión final.
Néstor Kirchner ha sido hasta aquí el principal enemigo del gobierno de su esposa. La Presidenta ha sido corresponsable de esta circunstancia aberrante.
Si todo lo que se converse y acuerde con la oposición deberá ser sometido a la aprobación o no del ex presidente en funciones, las cosas seguirán igual.
Será, al fin y al cabo, una demostración de la vigencia de aquel famoso eslogan de la campaña presidencial de 2007, que tuvo la virtud de la sinceridad, y que prometía que el futuro gobierno de Cristina Fernández de Kirchner habría de ser “el cambio que no cambia”.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.