En agosto pasado fui parte del jurado de la sección Cineastas del Presente en el Festival de Locarno. La película premiada resultó Paraboles, de Emmanuele Demoris, una cineasta francesa nacida en Londres en 1965. Hace diez años, Demoris viajó a Egipto para filmar un documental sobre el descubrimiento de restos arqueológicos en un cementerio grecorromano de Alejandría. Pero se encontró con un tema que le pareció mucho más interesante que las tumbas: el barrio asentado sobre el cementerio, condenado a ser demolido por el valor histórico del subsuelo. Demoris se olvidó de las tumbas para concentrarse en lo que veía en la superficie y durante tres años filmó cientos de horas de material que finalmente desembocaron en Mafrouza (así se llama el lugar), una película de 12 horas dividida en cinco partes de las cuales Paraboles es la última.
Demoris vio algo inusual en Mafrouza, algo sorprendente, y su película permite que el espectador lo vea también: una comunidad relativamente pobre pero viva, solidaria y libre. Lo inusual no es la existencia de ese asentamiento urbano en el corazón de Egipto o en cualquier otra parte, sino su sistemática ausencia en el registro del cine contemporáneo. Es que los documentales y ficciones de talante etnográfico suelen elegir otros objetivos: retratar la miseria y la marginalidad, posar sobre ellas una mirada condescendiente, liberadora de culpas y falsamente humanista. Los personajes que Demoris encuentra en Mafrouza tienen vidas duras pero no son objeto de lástima. Mohamed Khattab, el protagonista de Paraboles, es almacenero aunque su tienda puede describirse mejor como un kiosco cuyo mostrador es la ventana de su casa: Mafrouza es una enorme villa miseria de material. Pero Khattab no es sólo almacenero sino también predicador: le gusta ir los viernes a la mezquita y relatarles parábolas a sus conciudadanos. Uno de los conflictos que se ventilan en Paraboles es que los Hermanos Musulmanes, cuya presencia es una sombra ominosa sobre el barrio, están en contra de que Khattab predique libremente y no le dan permiso para hacerlo. Lo que nos sorprendió en Locarno fue que las escenas de vida familiar, comunitaria, comercial y religiosa que componen la película tienen una definitiva impronta civil. Parecen reguladas por una tradición laica y moderna que coloca la libertad en primer plano, en contra de los extendidos prejuicios sobre las costumbres en los países musulmanes.
Cuando seis meses más tarde estalla en Egipto la rebelión que depone a Mubarak, se hace evidente que Paraboles no es sólo una película inteligente sino visionaria, que habla del futuro más que del pasado. Sus personajes no sólo son entrañables sino la evidencia secreta y anticipada de que el autócrata podía caer. En ese núcleo humano se encarnan no sólo la alegría y la solidaridad sino también la resistencia, aunque en la película no se hable directamente de política (de hecho, Demoris suprimió los fragmentos en que los personajes se burlaban y denostaban a Mubarak para que no tuvieran problemas con la policía). Una vez más, el cine supo ver lo que tanto los medios como los ciencias sociales (disciplinas que carecen de toda facultad de predicción además de las encuestas electorales) ignoraron. Paraboles permite también pensar el populismo no como el amor por un gobierno autoritario que usurpa la voz de sus representados sino como la última línea de defensa de un sentimiento de autonomía que se enfrenta a todo despotismo político, social o religioso. Le escribí a Demoris al otro día de la caída de Mubarak para preguntarle qué sentía (nunca había hablado con ella de la política egipcia). Contestó: “Great! Youpi! Ouf! Quel peuple! Quelle force!”. Las cinco partes de Mafrouza se verán en el próximo Bafici.