Domingo 2 de abril, sala Apacheta –Montserrat, Pasco al 600–, dos de la tarde. Necesito precisar las coordenadas de tiempo y lugar para que se entienda mejor. La secuencia de los días previos fue la siguiente: gritos. Declaraciones. Insultos. Titulares. Comentarios malévolos. Odios solapados. Prejuicios. Ironías en red. Sentimientos cruzados. Rencores atravesados. Marchas. Contramarchas.
Llegado el fin de semana, el plan era ver Tarascones en el Cervantes el sábado a la noche y Mi hijo sólo camina un poco más lento en la Apacheta, el domingo. Al fin, “todo el mundo es un escenario/ y todos los hombres y mujeres, meros actores” (Como les guste, Shakespeare). Desopilante Tarascones, puesta, dirección, interpretación, todo. Pero lo que importa contar ahora sucedió el domingo.
Nublado. Barrio solitario, en calma. Fila en la vereda. Escalera. Galpón pintado de negro. Mitad sillas plegables para del público, mitad escena. Papel picado esparcido en el piso y seis sillas viejas, de comedor, tapizado rojo, sucio, roto. Se ve el relleno. El ventanal a la calle filtra la luz gris de una tarde nublada. Los actores, zapatillas, vestidos de entrecasa, o de gimnasia, ofrecen mate y galletitas, te hacen sentir “parte” de la casa y de la familia. Espera. Un actor comienza a trotar en círculos, le siguen los demás. Uno, no. Mira, sentado en su silla de ruedas. Otro coloca una pizarra en el centro del espacio y escribe: “Mi hijo sólo camina un poco más lento”(una pieza croata), de Ivor Martinic.
Branco, el hijo en silla de ruedas –a causa de una enfermedad que no se conoce–, cumple 25 años. Un actor se dirige al público y hace acotaciones sobre acciones –“Sale la madre” o “ella intenta que”–. Describe, “relata”, situaciones que, a veces, no ocurren tal como las cuenta. Madre, padre, hermana, abuelos, tía y marido, hija, novio y amiga de la hija que está enamorada de Branco completan el cuadro familiar. Los actores dejan de trotar. La abuela, Ana, está sentada. “Entra la madre” y dice: “¿Por qué estás a oscuras? (...) Yo también estoy cansada. Mirá. Me zumban los oídos del cansancio que tengo. Y huelo mal. Huelo cada vez peor, como esta casa que, en lugar de haberse convertido en un museo, se está pudriendo...”. Poco a poco, cada uno de los personajes va exponiendo, desanudando su dolor.
Son sólo cuatro funciones semanales, en horarios no convencionales (sábados y domingos antes y después del mediodía) con entradas siempre agotadas desde que se estrenó el año pasado. Ivor, el autor, tenía 26 años cuando escribió este texto en Croacia. ¿Cómo fue que sus personajes, encarnados en un barrio de Buenos Aires por once actores de entre 20 y 80 años, que ensayaron cada domingo entre las nueve de la mañana y las tres de la tarde, nos hacen ver, a través de una historia familiar, lo que nos pasa como sociedad?
Juan Tupac Soler, el actor que interpreta a Branco, explica: “La de Branco, en silla de ruedas, es la incapacidad evidente, la más expuesta, a los demás le cuesta admitirla, pero él ya la tiene asimilada, ya sabe que la vida va a ser así, que va a tener cosas buenas, cosas malas...”. La madre, Mía, actuada por una formidable actriz, Paula Fernández Mbarak, cuenta su historia hasta que logra reconocer que su hijo ya no volverá a caminar.
El director, Guillermo Cacace, recuerda que lloró cuando leyó el texto por primera vez: “Porque todos somos incapaces (...) tenemos como un hueco interno en el que, tal vez, podemos alojar al otro (...) estos personajes saben la situación que les toca y, a pesar de todo, siguen adelante. Logran amar en la diferencia”.
Elsa Bloise, Ana, la abuela, también hace un “relato” de su vida. Hay cosas que no recuerda, otras que no quiere recordar y algunas que inventa o recuerda como quiere. Cada tanto, repite: “Qué lindo sería volver a enamorarse”. El final conmueve. Todo está dicho. Lentamente, los personajes se vuelven hacia el público. Miran, involucran. Esto es lo que somos. Con esto tenemos que vivir. Silencio. Luego de tres o cuatro minutos, alguien aplaude. Luego, todos. De pie. “Lograr amar en la diferencia”.
*Periodista.