El primer derecho humano es el derecho a tener derechos. Esta es la génesis de todo lo que la humanidad fue construyendo históricamente para su igualdad y libertad.
En la actualidad, la frontera de reivindicaciones que acompaña al fenómeno de los derechos humanos se está ampliando. Hay una nueva agenda en la que las cuestiones relacionadas con los derechos de inclusión, en un sentido integral, aumentan.
Muestra de ello es la reciente sanción de la ley de matrimonio igualitario por la que en nuestro país se permite contraer matrimonio a personas del mismo sexo. Otra señal, en esta dirección, es la reglamentación de la Ley 26.485 que tiene por objetivo prevenir, sancionar y erradicar el maltrato hacia las mujeres. Finalmente, la ley que garantiza la protección y asistencia a las víctimas de trata de personas en la Ciudad de Buenos Aires y el debate sobre la imperiosa necesidad de una nueva ley nacional sobre esta problemática, un delito aberrante que debemos erradicar, es también otro de los signos de estos nuevos tiempos.
El proyecto de inclusión es universalista. Dentro del conjunto de habitantes es innegable la presencia de los llamados grupos vulnerables. Son aquellos que, debiendo gozar de la igualdad elemental para el ejercicio de la libertad, encuentran obstáculos mayores o barreras atávicas que los convierten en menos favorecidos. Está claro que si se habla de inclusión es porque existe su negación: marginación. Si todos estuviésemos en una real relación de semejanza, ¿qué sentido tendría bregar por la inclusión? Esta pugna consagra a la equidad como el ideal de justicia.
Mientras persista un prejuicio, un temor, conductas discriminatorias o necesidades básicas insatisfechas, hay mucha tarea por desarrollar en pos de la inclusión. Es un ejercicio constante y persistente, escalón por escalón, ya que cada paso se transforma en la base del siguiente y se necesitan bases sólidas para una tarea tan ardua y tan vasta.
*Secretario de Inclusión y Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.