La inflación real minorista sigue relativamente estable en el país con tendencia a crecer. No
tenemos un indicador alternativo ideal al que ofrece de modo distorsionado el INDEC. Los índices
oficiales de pobreza y de indigencia con estadísticas falsas de precios se han vuelto también
dudosos. Además, está el problema de “defaultear” deuda al subir menos la
“inflación oficial” que la real.
Como lo han presentado muchos expertos en estadística y economía, urge devolver la reputación
al INDEC, en especial en el terreno del IPC, evitando que se sigan cuestionando otras estadísticas
que lleva el organismo, una entidad de reconocida trayectoria e independencia histórica del poder
de turno. Variables proxy como la recaudación de IVA, inflación en provincias y estimaciones
privadas hacen pensar que la inflación real de 2010 va camino a ser 20% anual.
Para Buenos Aires City, por ejemplo, la inflación de enero trepó al 2,3%, acelerando respecto
al 1,8% de diciembre y mostrando el mayor incremento de precios mensual desde el conflicto con el
campo, en 2008. En cambio para el INDEC, el avance en el IPC fue de apenas el 1%, aunque coincide
en que fue el mes de mayores aumentos desde marzo de 2008.
En este rebrote inflacionario, el rubro esparcimiento lideró gracias a una de las mejores
temporadas turísticas de los últimos años aunque, a la luz de la pésima performance del verano
pasado y con la gripe A y la recesión en las vacaciones de invierno, no resulta tan asombroso el
repunte estacional.
Es preocupante la dinámica de los rubros Alimentos y Bebidas y Atención Médica y Gastos para
la Salud, que habrían sufrido avances del 3,8% y 2,7% respectivamente, de acuerdo al mismo
relevamiento de Buenos Aires City. Destaca así el caso de la carne.
La conflictiva coyuntura que atraviesa el sector ganadero tiene dos grandes causas. Por un
lado, la sojización masiva del país motivada por su alta rentabilidad desplazando vacas, trigo,
maíz y girasol. Por otro, la política del Estado nacional para con la actividad. Porque no sólo
brilló por su ausencia una política estratégica de largo plazo o, por lo menos, algo de apoyo en el
marco de una sequía de dimensiones históricas, sino que se tomaron medidas claramente perjudiciales
para los pequeños productores de carne.
Si se liberaran los controles de precios cada vez más ineficaces y, asimismo, se sinceraran
todavía más las tarifas, la inflación sería mayor. La economía no está aún indexada, pero la
inflación inercial está muy presente y va a ser muy difícil converger a tasas internacionales desde
estos niveles tan elevados antes de 2013.
Para Cristina Kirchner no es éste el principal problema macroeconómico a afrontar, a pesar
del efecto directo en imagen e intención de voto. La voluntad política en este frente debería ir
por una receta ortodoxa en materia monetaria y fiscal (contracción de la base monetaria y reducción
de la tasa de expansión del gasto público, que estuvo en 2009 creciendo a más del 30% anual). A
estas medidas antiinflacionarias debería añadirse la necesidad de una mayor moderación salarial
ante una presión sindical creciente.
Una mayor oferta a través de la expansión de la inversión ayudaría a disminuir la inflación a
mediano plazo. La expansión de la inversión en el corto plazo podría ser, por otra parte,
perjudicial para la inflación por recalentar aún más la demanda.
Muchas veces el Gobierno presenta un argumento implícito de crecer como lo hizo Chile con una
inflación entre 10% y 15% anual en los 80. No se pueden comparar los contextos y hay que tener en
cuenta que Chile funcionó desde entonces con la unidad de fomento (UF) que hace más equitativas las
transacciones dentro de un esquema de virtual indexación.
Dada nuestra historia inflacionaria, es peligroso convivir con tasas de dos dígitos ya que
podrían acelerarse todavía más los precios.
Dado el tipo de cambio cuasi fijo, lo que tenemos es inflación en dólares, que se expresa en
que el costo de vida va en un proceso de convergencia con el de Chile y Brasil. Es entendible que
una economía que creció al 8% anual desde la crisis hasta 2008, sin parar, pueda tener un problema
de inflación, pero cabe reconocer que el Gobierno ha estimulado políticas procíclicas que generaron
expectativas inflacionarias crecientes.
La inflación es un desorden prácticamente eliminado del mundo que comparten en un selecto
club una quincena de países. Esperemos que un futuro y deseable plan del Gobierno para estabilizar
suprima la mecánica cortoplacista impulsada por los controles de precios.
Sería conveniente que llegaran instrucciones al Banco Central más enfocadas para converger a
mediano plazo a una inflación real más razonable.