Una vez más hablemos de la inserción laboral de las mujeres. Sabemos que llegamos al mercado laboral mucho después que los varones, no porque no hemos trabajado antes, sino porque nuestro trabajo no se consideraba, porque supuestamente nos dedicábamos a las tareas domésticas y de crianza de los hijos o niños de la familia, aunque no fueran los propios, y de los enfermos, ancianos, personas con capacidades diferentes y, en fin, de todos quienes en la familia necesitaban cuidado. Son los llamados “cuidados no remunerados”, que desde hace siglos están a cargo casi exclusivamente de las mujeres. Además, muchas de las ocupaciones las mujeres las hacían desde la casa o en otras casas y eran como extensiones de las tareas domésticas. Esto es aún muy claro en la zona rural, donde las mujeres e incluso los niños trabajan, pero no se considera trabajo, aunque lo es. Con el tiempo las actividades laborales de las mujeres empezaron a ser fuera del hogar, en general menos horas por día y consideradas aportantes secundarias al sostenimiento familiar. Esto también fue cambiando y desde hace decenios en nuestro país y el mundo las mujeres son las principales, cuando no las únicas, aportantes al sostén de la familia. Tanto donde no están los hombres o donde están, pero no tienen trabajo y/o sus ingresos son irregulares o bajos. En esta transición las mujeres ganaron espacio en distintos trabajos antes no considerados para ellas, pero aún existen tabúes, uno importante es el trabajo en la minería, donde la tradición habla de que la entrada a la mina de las mujeres trae mala suerte. Sin embargo, cada vez se acercan más, aunque no siempre ni en todas las explotaciones mineras. Otra área es la de la explotación petrolera y sus derivados, donde las mujeres aún son excepción. Otra es en todos los trabajos de transporte, desde autos y taxis pasando por colectivos, trenes y camiones. Un denominador común de estos trabajos aún negados para las mujeres es que tienen salarios altos, donde las mujeres encuentran mayores dificultades en perforar el techo de cristal.
El sábado pasado, una nota en la sección Sociedad de PERFIL se refirió a la limitación para la incorporación de mujeres en el área del transporte titulada: “Solo el 28% del total de licencias de conducir del país corresponde a mujeres”. Se basa en un estudio de una compañía aseguradora sobre encuesta a hombres y mujeres en zonas urbanas. Encuentran que solo el 20% conducen y de éstas el 75% no tienen la licencia y empiezan a conducir a edades mayores que los hombres, entre los 25 y 45 años, en general cuando se ven forzadas por ser madres. Cuando se pregunta por qué no conducen o no sacaron la licencia, la respuesta en su gran mayoría es por miedo. Cuando analizan las licencias profesionales, el porcentaje no llega al 1% . Es así como hay muy pocas mujeres taxistas, menos colectiveras y mucho menos que manejan camiones. En plena pandemia participé en un congreso de mujeres camioneras y eran menos de veinte, que contaron su experiencia, así como las compañías de seguros reconocieron que las camioneras tienen menos accidentes de tránsito que los varones. Esto es algo que debe cambiar, pero para eso no hay leyes. Se necesitan políticas de discriminación positiva que estimulen a las mujeres a dar el examen y obtener licencias, también especialmente económicas a los propietarios para contratar mujeres. Entre las licencias para conducir motos, solo el 14% se otorga a ellas. La moto en todas sus variantes en el mundo es el transporte de elección, por ser barato y rápido, pero las mujeres están poco presentes en este rubro. Estoy en India y me llamó la atención la cantidad de motos que se ven, y pocas las manejan mujeres, van de acompañantes y la mayoría sin casco. Otra área de dependencia para acabar.