COLUMNISTAS
Union Europea I

La integración resiste

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| Cedoc

Las elecciones para el Parlamento de la Unión Europea confirmaron el retroceso de los partidos de derecha (EPP) y la socialdemocracia (S&D) en favor de partidos liberales y ecologistas. Los nacionalistas aumentaron su representación y lograron encabezar las votaciones en Italia, Francia y Reino Unido, pero lejos de los pronósticos que les auguraban convertirse en la primera minoría. La Alianza Europea de Matteo Salvini conquistó 34% de los votos y 28 diputados; la Agrupación Nacional  de Marine Le Pen logró 23,5% y 22 y Nigel Farange conquistó 32% y 28. Estos tres partidos en  países fundadores de la Unión Europea representan la reacción fóbica contra la construcción de un futuro común de 28 países.

El retroceso de los fundadores de la Comunidad del Carbón y del Acero en 1951 transformada en CEE con el Tratado de Roma en 1957 y finalmente en Unión Europa con el Tratado de Maastricht en 1993 refleja el agotamiento de un período y quizás la incapacidad de dar respuesta a nuevos interrogantes sociales. La situación en el Reino Unido constituye un ejemplo porqué ni conservadores ni laboristas supieron explicar los motivos ni generar una perspectiva para después de la separación de la Unión Europea. El reemplazo de Theresa May pareció el eje de la disputa brindando a Farange un escenario para denostar a unos y otros.

Los partidos sufren un proceso de burocratización natural por la continua permanencia de los dirigentes poco adeptos de aceptar cambios o perder sus posiciones privilegiadas. El síntoma de los líderes de considerarse excepcional no es un problema europeo, sino que forma parte de toda organización burocrática obligando a que los cambios se produzcan por ruptura y no por evolución. Los partidos Republicano y Socialista en Francia, la izquierda democrática en Italia y la socialdemocracia y la Unión Democrática en Alemania son ejemplos de las dificultades para adaptarse a las nuevas demandas.   

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La Unión Europa constituye el proyecto más ambicioso a nivel global de transformación de los Estados en una comunidad continental inclusiva. Con sede en Bruselas tanto la izquierda como los nacionalistas la presentan como un poder exógeno disociado de los “pueblos” cuando en realidad la política es decidida por los representantes de cada país en los distintos órganos. Nació con seis miembros y hoy cuenta con 28, muchos de los cuales ingresaron después de la disgregación de la Unión Soviética para dejar atrás la oscuridad. La absorción y la definición de políticas comunes en un espacio descentralizado constituyen una tarea ciclópea de mucho encomio.

La Unión Europa construida por las fuerzas políticas de centro sufre los embates por  izquierda y derecha. La derecha volcada al recupero de una identidad nacional donde espera encontrar soluciones y una izquierda cuyas propuestas son las detracciones. Las listas con los líderes del movimiento Chalecos Amarillos obtuvieron 0,6% después de haber ejercido la violencia adjudicándose la representación del pueblo durante más de seis meses.

Los resultados también deben leerse como un rechazo a la política del presidente Trump, arduo promotor de la fragmentación y de un discurso similar al de Salvini, Le Pen, Orban o Farange. Steve Bannon quien después de dejar la Casa Blanca deviniera asesor del “movimiento global populista” pronosticó el final de la integración y recomendó a Farange presentarse como candidato a ocupar Downing Street. En este complejo mundo merece destacarse el mensaje del papa Francisco contra los peligros del racismo, la intolerancia y el miedo al “otro”.
Las elecciones  mostraron la importancia de la democracia de una población de 520 millones. Los partidos tradicionales perdieron su hegemonía, pero han surgido alternativas que continúan defendiendo la integración y la libertad. Este proyecto siempre tendrá enemigos, pero su defensa vale la pena en momentos en que soplan adentro y afuera las fuerzas centrífugas del nacionalismo.     
 
 *Diplomático.