En mayo pasado, el eminente filósofo José Pablo Feinmann explotó ante la opinión pública: “En la Argentina no hay pelotudo que no tenga un blog” y “la mayoría de los que escriben blogs, un buen jefe de redacción les daría una patada en el culo”.
Hay que reconocer la admirable plasticidad que adquiere el lenguaje cuando un gran filósofo (Agamben, Feinmann) lo obliga a atravesar un límite y lo pone, como quien dijera, a la intemperie. “En la Argentina no hay pelotudo que no tenga un par de zapatillas”, podría decirse, sin que esto constituya intervención alguna en relación con la zapatilla en sí (o para sí, o qualunque, para usar la bella categoría ontológica agambeniana). Del mismo modo, si “la mayoría de los que fríen milanesas, un buen chef les daría una patada en el culo”, no implica ofensa para los buenos freidores de carne empanizada o una refutación sobre el bien social llamado milanesa.
¿Quiso decir esa lumbrera argentina que los blogs no sirven para nada? Si ese fuera el caso, nos atreveremos a pronunciarnos con temor y temblor en contra de su veredicto. Leo los blogs Asambleas de Vecinos Autoconvocados por el No a la Mina, Traslasierra en peligro, Noticiasminería, proceresdelterror, El Huaico, argentinacontaminada, a los que llego, en sucesivas navegaciones, partiendo de la página lavaca.org, en relación con las movilizaciones que en ciudades y pueblos del interior minero (el Noroeste argentino, pero también Córdoba y algunas provincias de la Patagonia) pretenden detener la explotación minera a cielo abierto, la contaminación de las tierras y el envenenamiento de las poblaciones (en Abra Pampa, el 80 por ciento de los niños sufren altos índices de contaminación con plomo, etc.).
No llego a esos espacios de publicación on line en busca de exquisitas prosas, y muchas veces dudo sobre la veracidad de aquello que publican, pero no me queda más remedio que consultarlos por la indiferencia que, en relación con ciertos temas, manifiestan los filósofos, intelectuales y grandes firmas de los medios masivos de comunicación.
Ninguna de esas marchas y esos reclamos, que yo sepa, ha tenido tratamiento periodístico en los diarios nacionales o canales de televisión de la Argentina: ni siquiera el ejemplar procesamiento del vicepresidente de la empresa La Alumbrera por contaminación ambiental, aparentemente el primero en su tipo en América latina, dictado en el mismo mes de mayo durante el cual el eminente filósofo condenaba la publicación on line sin restricciones (la cláusula “sin restricciones” bien puede aplicarse a “condenaba” o a “publicación on line”: es lo que se llama una ambigüedad, efecto de discurso detestado por los filósofos del lenguaje). Ni siquiera los pedidos de destitución del fiscal Gustavo Gómez que lleva el caso, o la hipotética complicidad de la Secretaría de Minería y de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable en ese caso modelo, de cuyo desarrollo dependen muchas cosas pero, sobre todo, la posibilidad de pensar éticamente nuestro tiempo. Se llega al blog un poco por vergüenza ajena, y sobre todo por ansia ética.
Dicho esto, tratemos de emular la exquisita prosa de nuestro filósofo de cabecera. “Hay que ser pelotudo para preocuparse por la minería en la Argentina. A los que se les ocurre llevar el tema a las redacciones, seguro les dan una patada en el culo”. Seguiremos a través de los blogs los resultados de las acciones de los ambientalistas, que el pasado 19 de agosto cortaron las vías del tren privado de La Alumbrera