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La luz blanca

Amante de los mapas (más que de los territorios) me escandaliza la inmensidad del Pacífico, salpicada de islas, países, banderas e idiomas inasibles, de historias dejadas al margen del mundo.

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Amante de los mapas (más que de los territorios) me escandaliza la inmensidad del Pacífico, salpicada de islas, países, banderas e idiomas inasibles, de historias dejadas al margen del mundo. Un motivo recurrente de intriga y fabulación es la isla Robinson Crusoe, del archipiélago Juan Fernández, a 600 km de las costas chilenas. Hoy descubrí que su nombre (se supone que allí pudo haber recalado el náufrago) fue una gestión literaria, un proyecto de una poetisa no menos misteriosa: Blanca Luz Brum. En la voz cálida y amenazante de Mercedes Morán, Pablo Hernán Zubizarreta ofrece –a sala llena– un documental formidable sobre la vida (y la ficción) de Blanca Luz, la uruguaya que atravesó nuestro continente en todas direcciones. De México a Juan Fernández, pasando por Lima, Montevideo y Buenos Aires, primero como revolucionaria, luego como pinochetista, trazó un derrotero que podría justificar toda una saga.

No viajaré escondida tiene muchos méritos. Me detendré en uno solo, un artilugio escalofriante: el documental comienza con la negación del mito. “Está usted perdiendo el tiempo haciendo una película sobre ese personaje. ¡Son puras mentiras, inventaron!”, declama una crítica literaria encarnizada. De allí en más, lo queremos saber todo. Fue presunta amante de Perón, de Botana; esposa y musa de Siqueiros y otros cuatro; matahari en la espectacular fuga de Guillermo Patricio Kelly del penal de Santiago; madre de tres hijos que morirían de manera recurrente y de una hija que poco pudo hacer por reconstruir los claroscuros llenos de poesía, prisiones, lucidez y patetismo sobre el destino de América.

Cuentan que luego de entrevistar a Borges, bajando las escaleras, a Blanca Luz se le cayeron dos carpetas con manuscritos. Uno era su biografía; el otro, unas ficciones. Llevaba ambas a su editor en Buenos Aires para ser publicados. Blanca Luz –en el apuro y el bochorno– metió todo en una sola carpeta. Nadie logró nunca ordenar lo que quedó mezclado.

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