COLUMNISTAS
AUTOJUSTIFICAR

La muerte siempre es de los otros

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Culpas. La desgracia es ajena. Por ejemplo, de los que viajaron al exterior. | cedoc

El optimismo naif enraizado en el imaginario nacional nos sugiere que todo va a estar bien, aun frente a la tormenta desatada. Pese a que la hipótesis que postula que Dios es argentino ha sido falseada hasta el hartazgo, seguimos confiando en presuntos privilegios. Que el virus no va a llegar tan rápido, que la cuarentena detendrá el contagio, que tenemos el diario del lunes de lo sucedido en Italia y España, que están a un paso de producir la vacuna salvadora en algún lugar del planeta. Mientras tanto, hacemos tiempo y miramos de reojo una realidad que seguirá su curso con independencia de nuestra voluntad. Y muy posiblemente todas esas afirmaciones tengan una dosis de acierto, pero aferrarnos a ellas no nos exime de asumir las responsabilidades individuales que se juegan frente a esta contingencia y que pueden resultar decisivas en pro de la conquista del bien común.

En el escenario actual, autojustificar las propias flaquezas es sinónimo de inmadurez, y la negación, un mecanismo de defensa elemental que nos impide reconocernos miembros de una sociedad global en estado de vulnerabilidad extrema. Ya por casa, índices obscenos de pobreza y desigualdad nos hunden en un pantano de difícil salida. Y seguimos observando la tragedia con extrañeza, percibiéndola como un eco lejano o banalizándola al compararla con una serie del top ranking. Todas las veces, sin excepción, la desgracia es ajena. Es de los chinos, los italianos, de los que viajan a Europa, de los viejos, de los enfermos. Como en el poema de Benedetti, nos tranquiliza pensar que la muerte es de los otros.

Por eso, más allá de la evolución de los acontecimientos, estamos llamados a expandir la propia conciencia hacia el reconocimiento de ese otro que padece como una parte sufriente de mí mismo. Ya que está demostrado –hoy más que nunca– que no existe la salvación individual. De ahí que es hora de asumirnos frágiles y de promover iniciativas altruistas que nos permitan volver a conectar con lo esencial.

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Ante esta circunstancia crítica, ante este punto de inflexión que marcará un antes y un después en múltiples dimensiones, todos estamos llamados a participar de una acción coordinada de afrontamiento. De un movimiento de resistencia que incluye el respeto unánime de las disposiciones vigentes, como contribución generosa desde el propio espacio a la construcción colectiva. Alcanzando así un sentido pleno de pertenencia a una comunidad bajo amenaza, que abarca el reconocimiento de la propia debilidad y la integración en un sistema que nos contiene y demanda hoy un compromiso personal incondicional. Porque se impone trascender el sesgo individualista y proyectarnos más allá.

Que estos días de encierro iniciales nos concedan la oportunidad de reflexionar y superar los infantilismos, dejando de creer que otros harán lo correcto por nosotros. Sepamos que nuestros hijos nos miran y tejen conjeturas sobre este contexto hostil que escapa a su lógica, pero saben distinguir cuando los adultos procedemos con sensatez y coherencia de vida. Nos queda transitar de la impavidez a la empatía frente a los conteos de infectados y fallecidos, aunque parezcan todavía lejanos y anónimos. Nos queda tener claros nuestros criterios de actuación y perseverar en las metas para fortalecernos y crecer, aun en medio del dolor y la desesperanza. Aun cuando las narrativas muten, las condiciones se alteren y la muerte –como dice el poeta– empiece a ser la nuestra.

 

*Familióloga, especialista en educación, directora de la Licenciatura en Orientación Familiar de la Universidad Austral.