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¿Un Muro de Berlín 'al revés'?

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A 30 años de la caída del Muro de Berlín, nace otro mundo. | cedoc

Mil doscientos cincuenta millones de personas perderán su trabajo, o sus ingresos se verán seriamente reducidos: un cuarto de toda la población activa mundial. Ya 170 países mostraron reducciones de su producto bruto y pronto todos reflejarán caídas nunca vistas. La letalidad económica del coronavirus es superior a pandemias médicamente más devastadoras que tuvo la humanidad. No podrá surgir tras ella un sistema económico sin cambios. Así como la caída del Muro de Berlín y la implosión del sistema comunista, como causa o como consecuencia, corrieron hacia la derecha la ideología económica mundial originada en los años 70 y que contó entre sus notables exponentes a Milton Friedman, fundador de la Escuela Económica de Chicago, e influyó en los años 80 sobre Ronald Reagan y Margaret Thatcher en Estados Unidos e Inglaterra, esparciendo por el mundo el ideario económico de reducción de las regulaciones de los Estados liberando los mercados, hoy pareciera que el coronavirus, en sentido metafórico y guardando las proporciones, vendría a derrumbar el Muro de Berlín en sentido opuesto.

Parte de los avances de la humanidad los produjeron guerras. El coronavirus ¿podría hacerlo?

Friedman pensó en un mundo donde la economía mundial, especialmente la de Occidente y la de su país, venía de producir grandes avances en la riqueza de las naciones y la calidad de vida de los habitantes, después del período más prolífico desde el fin de la Segunda Guerra hasta los años 70, con la cristalización del estado de bienestar y mejoras continuas de la capacidad de consumo para la mayoría de los ciudadanos.

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El mundo que se encontrarán los economistas tras el coronavirus se parecerá más al de la década del 30 del siglo pasado, devastado por la larga recesión iniciada en 1929, y requerirá otro tipo de respuestas, más parecidas a las que dieron a luz el New Deal y que en su evolución constituyeron el estado de bienestar que luego disfrutó la generación de los baby boomers. Mientras, las generaciones X más la Y y la Z, englobada en los millennials, y la generación T, post millennial, ven cómo el mundo desde la caída del Muro de Berlín en 1989 vino desarmando el estado de bienestar concentrando mayor proporción de riqueza en el 1% de los ricos y proporcionalmente menos en la gran mayoría de los habitantes.

La denuncia más eficaz de esa inequidad la plasmó en 2013 el exitosísimo libro El capital del siglo XXI, del economista francés Thomas Piketty, que con evidencia estadística mostraba el efecto regresivo que tuvieron sobre la distribución de la renta las políticas neoliberales de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en Estados Unidos e Inglaterra, como en los demás países que siguieron ese rumbo.

Ya la crisis de las hipotecas de 2008 y 2009 fue un síntoma inequívoco de la patología que aquejaba a la teoría económica imperante. La crisis económica que genera el coronavirus no es resultado de ninguna mala praxis económica, pero cambia la agenda de prioridades y acelera la toma de conciencia de la necesidad de cambio de orientación. No es una muestra que sirva de regla porque tiene sus excepciones, pero por lo menos es sintomático que líderes como Boris Johnson, Donald Trump y Jair Bolsonaro –que comparten la promesa de crecimiento económico a sus votantes y que la salida del estancamiento haya sido el motor electoral de sus triunfos– fueran los que más se resistieran a las pérdidas económicas que el impacto del coronavirus les imponía tratando de rebelarse a través de la negación, que, como bien describía Freud, es el primer mecanismo del duelo ante una pérdida irreemplazable.

Probablemente los líderes nacionales que surgirán en el futuro serán de una escuela neoprogresista. Entre las tantas fake news que las diferentes grietas hacen circular por las redes se difundió un falso editorial del diario The Washington Post titulado “O muere el capitalismo salvaje o muere la civilización humana”, que más allá de su sesgo y apocrifidad no deja de reflejar un fondo de realidad. La civilización humana no va a morir, en todo caso lo que moriría serían las formas salvajes del capitalismo. La sociedad tiene como esencia domesticar todo lo salvaje, y un regreso a las condiciones del capitalismo previo al New Deal, o incluso previo a la Ley Antitrust que en 1910 promovió Teddy Roosevelt para desarmar los monopolios que controlaban la economía norteamericana, venía siendo denunciado con más vigor por economistas pro capitalistas en todo el mundo.

En la columna del 7 de marzo pasado, titulada “¿El futuro será de izquierda?”, entendiendo izquierda por socialdemocracia o el Partido Demócrata en Estados Unidos, que promovió como presidente a Obama, escribí: “En Estados Unidos, el libro de Charlotte Alter Cómo la nueva generación de líderes transformará el país (The Ones We’ve Been Waiting For) pronostica que estamos finalizando la era en que los líderes son de la generación de los baby boomers y que en la próxima década, cuando comiencen a gobernar los millennials, la política se hará más de izquierda”, síntoma que ya existía antes del coronavirus, y vale la pena leer de nuevo en el contexto actual (https://bit.ly/futuro-izquierda).

Algún efecto antimonopólico ya comenzó. Francia, gobernada por un presidente de centroderecha, anunció el jueves que le ordenó a Google negociar con los medios de comunicación y agencias de prensa francesas una remuneración por utilizar sus contenidos. La Autoridad de la Competencia francesa le impuso a Google un plazo de tres meses.

El mundo post coronavirus demanda -igual que en 1929- una nueva creatividad a la teoría económica

Un desafío para los economistas será reinventar un capitalismo más vigoroso, que vuelva a ser dínamo de progreso social, demostrando una vez más la resiliencia, la creatividad y la capacidad de superación que tiene la iniciativa humana. No es automático que una crisis signifique una oportunidad, pero da la posibilidad de aprovecharla para generar una oportunidad.