Que hay que viajar un día entero. Que los dos equipos son del AMBA y tienen a la mayoría de sus hinchas acá. Que los de Estudiantes se quedaron sin pasajes de avión porque los de Vélez, que desde el domingo sabían que iban a jugar la final, los agotaron en pocas horas. Que para una final se necesitaba más capacidad. El Madre de Ciudades de Santiago del Estero es el escenario de una final repleta de quejas, que encima se originaron en el marco de un duelo político entre la comisión directiva de uno de los dos clubes –el Estudiantes de Juan Sebastián Verón– y la AFA por el intento del Gobierno de avanzar con las SAD en el fútbol argentino.
Lo primero que podría decirse es que los acuerdos de la AFA con la gobernación de esa provincia se antepusieron a cierto sentido común, que indica que la final se podía haber jugado más cerca y en un estadio con mayor capacidad. Cualquiera de los dos de Avellaneda, por ejemplo.
Pero, en rigor, la queja de algunos dirigentes y de la mayoría de los hinchas se desvanece desde el momento en que se hurga cómo y cuándo se eligió el escenario de la final. Desde principio de año la dirigencia de los 28 equipos de la Copa de la Liga sabía que el partido decisivo iba a jugarse en Santiago. Eso se refrendó cuando terminó la fase de zonas y quedaron conformados los playoffs. “Es final única y se programan las sedes cuatro meses antes. No podíamos adivinar quiénes serán los equipos que la jueguen”, dicen en el predio de Ezeiza, donde se recuerda lo que pasó en la final de la Copa Sudamericana 2019 que disputaron Independiente del Valle y Colón: nadie se quejó, a pesar de que el equipo ecuatoriano estaba a más de cinco mil kilómetros de distancia, y el santafesino, a 900.
“El Estadio Madre de Ciudades reúne y cumple con la mayor cantidad de objetivos que la Liga busca con este formato de competencia: federalización del fútbol, utilización de estadios que reúnan las mejores cualidades en cuanto a capacidad, campo de juego, modernidad en cuanto a iluminación, sonido, accesos y comodidades para todos los simpatizantes”, fue la gacetilla que reprodujo la gobernación de Gerardo Zamora, quien posicionó a la provincia a través del deporte, no solo con este estadio, sino con el ascenso meteórico de sus clubes –Central Córdoba en Primera, Mitre y Güemes en la Primera Nacional– y también, por ejemplo, con el Moto GP que, hasta este año, se disputó en el Circuito Internacional Termas de Río Hondo. Aunque la organización de ese campeonato solo esbozó como razón “las circunstancias actuales en el país”, los motivos de la suspensión de esa carrera se explican en el plan motosierra y licuadora que el gobierno de Milei les aplicó a las gobernaciones.
El ajuste, igualmente, no llegó a esta final: aunque ninguna gobernación paga un canon, sí debe hacerse cargo de la organización y del operativo policial, que implicará más de mil efectivos. En AFA remarcan algo: “Todo lo recaudado va directamente a los clubes: 70 al ganador y 30 al perdedor. La AFA no gana un peso con estos partidos”, alegan, en un tiro por elevación a la dirigencia opositora.
Aunque nació en Rosario, fue en Santiago del Estero donde Pablo Toviggino, el poderoso tesorero de la AFA y mano derecha de Tapia, construyó su abanico de influencias en el fútbol nacional: comenzó como vicepresidente del pequeñísimo Comercio Central Unidos, siguió con la conducción de la Liga Santiagueña de Fútbol y se extendió hasta presidir el Consejo Federal, que incluye 1.700 partidos por semana, 223 ligas, 3.500 clubes y más metros cuadrados que los de la Iglesia católica. Ese origen santiagueño, y la estrecha relación entre Toviggino y Zamora, también explican el escenario de la final de hoy.
