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ANNUS HORRIBILIS

La peor Pascua

Sea o no lector de Umberto Eco, ningún feligrés se espanta, a esta altura, si algún sacerdote cultiva discretamente la orientación homosexual.

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Sea o no lector de Umberto Eco, ningún feligrés se espanta, a esta altura, si algún sacerdote cultiva discretamente la orientación homosexual. O si es heterosexual, de la intensidad del padre –presidente– Lugo, un valor admirable para la cultura machista predominante. Con detallada sofisticación, podría tratarse la problemática del sacerdote que aplica el apasionamiento secreto de la pederastia. Desde el plano técnico, podría hablarse de efebofilia. Adicción erótica hacia los efebos. La atracción sexual por los adolescentes signó –para sus justificadores– gran parte del pensamiento griego. Por la conciencia del efebo en la acción, la efebofilia debe diferenciarse de la pedofilia, que presenta otra patología. Es el desvío cultivado por los enfermos que suelen excitarse con niños, de entre 5 y 12 años. Epidemia que atormenta, en la actualidad, a la Iglesia impugnada, que padece su annus horribilis.

Para la Reina Isabel de Inglaterra, el annus horribilis fue 1992. Para el Vaticano, indudablemente, es 2010. La Santa Iglesia padece ataques horrendos de divulgación. Moralmente devastadores. Avergüenzan a centenares de millones de católicos que preferirían, probablemente, adoptar el comportamiento del silencio.

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Pero el silencio deriva en consentimiento. O, lo peor, en complicidad. Es el turno de la resignación. De la impotencia, que brota ante el desfile sistemático de violadores de intimidades indefensas.

Como el sacerdote Lawrence Murphy. El canalla que supo humillar, mental y físicamente, a 200 niños sordomudos de una escuela de Wisconsin. O el otro abyecto más cercano, el padre Maciel, el “legionario de Cristo”.

La lista remite a la idea instalada. La institución de máxima eticidad, que mantiene la hegemonía poderosa de la fe, se encuentra, en su interior, espiritualmente podrida. Mayoritariamente inocentes, abnegados y ejemplares, los curas universales hoy tienen que pagar, a través del escarnio mediático, el pecado del silencio. Por proteger solidariamente a los desviados.


*Extraído de www.jorgeasisdigital.com