Se ha anunciado recientemente en nuestro país la creación del programa para la generación de “nodos de la economía del conocimiento”, el cual va en la misma línea en la que hace algunos meses se aprobó la llamada Ley de la Economía del Conocimiento.
La denominada economía del conocimiento está transformando la globalización y, consecuentemente, permeando los sistemas de producción, comercialización y trabajo en todo el planeta. Y lo más relevante al respecto es que no se trata de una nueva rama de la economía sino de un fenómeno de transformación que atraviesa todo. Desde el agro con sus modificaciones genéticas, pasando por el sector automotor y sus autos eléctricos no tripulados, siguiendo por los productos de la industria del calzado manufacturados en impresoras 3D o por los de la alimentación basada en crecientes criterios médicos y apoyada en la más precisa trazabilidad y estándares certificados, y terminando por los servicios que componen más de la mitad de la economía global.
El saber manifestado a través de diversas formas y aplicado a la producción se ha convertido en el principal motor de la producción global, y ello se vincula con cada espacio local. Patentes, royalties, propiedad intelectual, know-how, servicios, innovación, ingeniería aplicada, diversas herramientas de creación de reputación y provisión de información a través de los productos, certificaciones y cumplimientos de estándares garantizados (públicos y privados), nuevas tecnologías para la diferenciación de la oferta, diseño, marcas, management, organización y gestión basados en el mejor saber, el llamado “capital intelectual” (como lo denomina P. Sullivan) y varias otras vías de innovación; todo genera una nueva economía.
Las dos iniciativas citadas en el inicio de este texto conforman, pues, un buen primer paso, pero aún nos deja lejos de la preparación para el abordaje integral del fenómeno.
Por la ley de Economía del Conocimiento se estima que se generarán 15 mil nuevos puestos de trabajo
La economía internacional cuenta hoy con cinco cualidades: es sostenidamente global (aunque lo es a través de una diferente interacción transfronteriza porque –como dice Richard Baldwin– no solo se globalizan la producción, el comercio y la inversión sino también las personas); está apoyada en dinámicas empresas transnacionales innovativas; se enmarca en nuevas regulaciones internacionales que surgen de acuerdos (tratados) entre países que son más exigentes y sofisticados (por caso, Chile, Singapur y Nueva Zelanda firmaron hace algunos meses un tratado de libre comercio digital); se ve influida crecientemente por la geopolítica, y (lo más importante) está transitando una profunda revolución tecnológica que la transforma en la “economía de los intangibles”, que condiciona las cuatro características anteriores.
Se trata de lo que Jonathan Haskel denomina “capitalismo sin capital” (en realidad, sin capital físico relevante). Lo que no es muy diferente de lo que Klaus Schwab llama “el talentismo”.
El World Intellectual Property Report, en un reciente trabajo titulado “La geografía de la innovación” (Local Hotspots Global Networks), elaborado por la World Intellectual Property Organization (WIPO), expresa que estamos en una nueva economía incrementalmente global y apoyada en las Global Innovation Networks (GIN). Y que las empresas internacionales (aunque sean pymes –que algunos llaman ya micromultinacionales–) que se adaptan a este nuevo mapa (algunos anticipan una nueva geografía digital que desplaza a la tradicional geografía natural y física) lideran la creación de valor.
Las tradicionales cadenas globales de valor (redes de empresas que en el mundo se consolidaron en los últimos 25 años y generaron alianzas sistémicas productivo-comerciales que explican el 75% del comercio internacional en el globo) ahora están mutando en estas redes globales de innovación (GIN).
Explica la WIPO que los pilares en base a los que este marco internacional se organiza son tres. Por el lado de los recursos humanos: su formación, sus habilidades, la internacionalidad de los mismos y las migraciones. Por el lado del mercado: la formación de pools de organizaciones (asociaciones espontáneas de actores que interactúan entre sí retroalimentándose) y economía de escala. Y por el lado del conocimiento: información accesible y suficientemente capilarizada (spillover), capacidades tecnológicas disponibles y actualizadas y una naturaleza que interactúe con lo anterior.
Ello está llevando a las empresas a actuar en el marco de alianzas con socios con los que –en cualquier lugar del mundo– generan una nueva oferta, plagada de nuevos “intangibles”. Ron Adner llama a esto ecosistemas de empresas (eco por económico). Redes de arquitecturas vinculares relacionales –en las que lo nuevo se relaciona con qué se hace, cómo se hace y con quién se hace; pero no con dónde se hace–. Y basadas en nuevos atributos competitivos y con una diferenciación apoyada en la economía “glognitiva”. Lo cual supone una necesidad: invertir en las personas calificando los procesos formativos, informativos y, sobre todo, performativos. Las universidades pasan a ser, pues, actores críticos de la producción. Y no solo distribuyendo información sistematizada sino cocreando conocimiento de valor.
Todos los puntos de la nueva ley de Economía del Conocimiento
El desafío en Argentina, entonces, transciende este par de bien intencionadas iniciativas; una de las causas de nuestro estancamiento económico y social está en nuestro triple desacople de la economía mundial: geoeconómico (escasos flujos de comercio e inversión internacionales), cualitativo (desvinculación de la evolución tecnológica) y temporal (nos mantenemos en modelos que desaparecen). Aparecen entonces como pendientes algunos requisitos más que los que se abordan en las dos iniciativas comentadas en el inicio de este texto.
Por un lado, es preciso un nuevo marco de referencia con cuatro condiciones de sostén en el ambiente socioeconómico; un sistema institucional que garantice y haga previsibles los derechos subjetivos (especialmente las propiedades física e intelectual, la vigencia de contratos y el respeto del principio de legalidad); un sistema regulativo descongestionado y alentador (no se trata solo de previsibilidad, sino de garantizar a los agentes económicos condiciones para decidir e implementar innovaciones sin mayores temores e impedimentos institucionales); además de una macroeconomía ordenada y –a la vez– de un país más abierto al mundo.
Y por el otro lado, dentro de este cuadrado de condiciones, es necesario un motor que se valga de esas cuatro condiciones referidas: las personas. Como dice Tom Friedman, la revolución del capital intelectual está en las personas y lo que ellas pueden hacer y no en más máquinas con las cuales se haga lo que sea.
*Director de la Maestría en Dirección Estratégica y Tecnológica del ITBA.