Las predicciones sombrías sobre el futuro de la humanidad aumentan, porque la pesadilla ya ha comenzado. También crecen las comparaciones con la crisis de 1929, aunque con acento en sus consecuencias y no en la crisis económico-financiera que generó aquél desmadre.
El ’29 es hoy una foto ampliada, a la que internet ha conferido movimiento. El desempleo, el aumento exponencial de las desigualdades, la inseguridad, la presión migratoria y tantas otras calamidades, que ayer se vivían a escala de cada país y aún así con lentísima comunicación interna, hoy se viven a escala planetaria y con información al minuto. Hitler se dirigía por radio al pueblo alemán. Hoy cualquier dictador se presenta en persona y en directo ante el mundo y le habla en su propia lengua, traducida automáticamente a cualquier otra.
Esto vale también para la protesta ciudadana. Nada lo ilustra mejor que el asesinato de George Floyd, filmado por un testigo y difundido al instante en todo el planeta. Resultado, un aumento exponencial de la conciencia sobre el racismo y manifestaciones de protesta en numerosas ciudades y países. Ídem para el feminismo, el ambientalismo, el sindicalismo, millones de marginales, desocupados, ciudadanos bajo dictaduras, etc. Resalta el ejemplo de Bielorusia, donde a pesar de la represión, no cesan las manifestaciones contra el dictador pro ruso Lukashenko. Svetlana Tijanóvskaya, la líder opositora, anima en directo a sus compatriotas desde su exilio en Ucrania.
Comparando, resaltan las diferencias y el agravamiento de la situación respecto de 1929.
Si el nazifacismo encabezado por Alemania amenazaba entonces al liberalismo y las democracias, hoy son socio-dictaduras capitalistas en auge, infinitamente más poderosas, las que desafían no ya al liberalismo, que reivindican para la competencia económica internacional, sino simplemente al republicanismo; a las democracias. China y Rusia son hoy, en el marco de la crisis capitalista mundial, no sólo un temible competidor, sino el sueño del modo de producción capitalista: una clase obrera y población calificadas bajo absoluto control político. Aunque esto último quién sabe por cuanto tiempo, ya que les caben las generales de la ley, como indica el ejemplo Bieloruso.
Por ahora, es Occidente el que retrocede y sufre tanto conflictos internos como con sus asociados. Su líder, Estados Unidos, la lleva muy mal, a dos meses de comicios que “ocurrirán en uno de los peores años de su historia. Más de 200 mil personas murieron a causa del coronavirus, y cerca de 30 millones siguen sin trabajo, pese a que la economía ya rebotó.
Antes del azote de la pandemia, un 45% de los norteamericanos se sentía satisfecho con el país, pero ahora sólo un 13% piensa lo mismo, y el “orgullo americano” cayó a su punto más bajo de las últimas dos décadas, según Gallup” (La Nación 16/9/20). Campo orégano para reaccionarios delirantes y con apoyo popular como Donald Trump y Jair Bolsonaro, por citar algunos de los varios en auge.
¿Acabará esto en el caos permanente o en alguna guerra, como en el ’29? Pero las bombas nucleares que arrasaron Hiroshima y Nagasaki fueron arrojadas desde aviones. Hoy, cualquier potencia puede disparar misiles nucleares infinitamente más dañinos desde y hacia cualquier parte. Por no hablar de las armas químicas y bacteriológicas.
El caos ya existe y una guerra es posible, a menos que el mundo asuma que de lo que se trata es de cambiar el modelo de distribución de bienes y beneficios. La otra gran diferencia con el ’29 es positiva: hoy el planeta produce riqueza más que suficiente como para que nadie pase por necesidades elementales.
Entretanto, la izquierda mundial divaga en un limbo acomodaticio, cuando debería empezar a proponer, en el marco republicano, las soluciones económicas y sociales del marxismo para esta fase de crisis estructural del sistema capitalista, anticipadas en El Capital.
*Periodista y escritor.