El secretario general de la OEA, Luis Almagro, acaba de obtener el Premio Mundial de la Paz, que otorga la prestigiosa World Jurist Association (WJA). Almagro, quien será galardonado en el congreso bianual que la entidad celebrará mañana en Aruba, coloca así su nombre en un sitial de lujo, pues la tarea de esta ONG fundada en 1963 ha sido elogiada por Winston Churchill y por Juan Pablo II.
Como explicó el presidente de la WJA, Franklin Hoet-Linares, se lo premia por “haber defendido los derechos humanos a ultranza”. Pero en agosto el uruguayo ya había recibido el Gran Premio a la Libertad de Prensa, según Matt Sanders, presidente de la SIP, “por su invalorable defensa de las libertades de expresión y de prensa como esencia misma de la democracia”, solo meses después de que Freedom House le entregara su máxima distinción.
Antes de criticar con tono calmo pero intransigente la dictadura venezolana desde un sillón en la OEA, a la que le dio dinamismo y le quitó la burocrática pusilanimidad del chileno José Miguel Insulza, Luis Leonardo Almagro Lemes (Cerro Chato, Paysandú, 1963) fue uno de los cancilleres más controversiales de la reinstaurada democracia uruguaya. Entonces era apoyado por su jefe político, el presidente José Mujica, cuya agrupación, el Movimiento de Participación Popular (MPP), hoy lo aborrece.
Pese a su indudable capacidad de trabajo, su gestión al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores fue un collar de perlas que mancillaron la esencia republicana del Uruguay. Al frente de la cancillería, Almagro se abrazó sin matices a la causa palestina, se acercó a un régimen extraño a la historia oriental, como el iraní, y la diplomacia tradicional lo criticó por tratar con códigos ajenos al mérito el manejo interno de los cargos de carrera que realizó en el ministerio.
Además, mantuvo un distanciamiento sin precedentes con la comunidad judía, algo poco habitual en un país laico que fue uno de los primeros en reconocer la independencia del Estado de Israel.
Sabía ya el público uruguayo, gracias a un artículo publicado en el semanario Búsqueda, que Almagro había sido Hiram Cohen, el responsable de pintar uno de los 140 osos en fibra de vidrio que formaron parte de la muestra itinerante “United Buddy Bears-Cultura para la Paz”. Rápidamente, y antes de que la gente se enterara de que Cohen no era su verdadero nombre, “el oso uruguayo” fue dado de baja ante el repudio estético que generó.
Al igual que Almagro, Cohen supuestamente era abogado y había nacido en Paysandú, aunque en 1965. Este hombre inexistente era también novelista y, como autor del oso “Río de los pájaros pintados”, para cuyo reemplazo se recurrió a Carlos Páez Vilaró, declaró: “Integré el espíritu indómito de Tabobé y la voluntad de amar y vivir más allá de cualquier límite”.
A varios años de esa picardía efectuada en sus tiempos como funcionario de la embajada uruguaya en Alemania, Almagro se ha encontrado en una situación insólita: mientras defiende con valentía los derechos individuales de un pueblo inerme, en su país la rama más ideologizada del Frente Amplio lo considera un traidor, al punto de que recientemente ningún dirigente de peso se atrevió a recibirlo.
Paralelamente, Maduro lo difamó con la ordinariez y el autoritarismo que le son inherentes, y el prestigio de este abogado cuyos orígenes políticos se encuentran en el Partido Nacional no ha hecho más que crecer.
En una época en que, como dice un sabio, “los únicos valores que esgrime un ser humano se guardan en un cofre de seguridad”, Julissa Reynoso, la abogada y ex embajadora de Estados Unidos en Uruguay que resultó clave para su designación, supo ver en Almagro algo que nadie había visto.
Por ello, esta premiación es un recordatorio de cuán importante es decir lo adecuado en el momento menos cómodo. Y también es un recordatorio de que, cuando menos lo esperamos, la redención puede estar a la vuelta de la esquina.
*Periodista.